Tras los cristales.

Tras las gotas de lluvia en los cristales
la sombra gris y la mirada vana,
el infinito hastío y la desgana
de las eternas noches invernales.
 Vaciedad de figuras fantasmales
que el humo vacuo del tabaco hilvana
alrededor de una cabeza cana
temerosa de penas y de males.
Así las horas de sus norias pasan
en negros pozos del vivir perdido,
mientras sus lentas vueltas acompasan
 el sopor de una vida sin sentido
hacia la mar ignota en que descansan
la luz, la negra sombra o el olvido.

Fichajes de los consortes.

 

 

 

 

 

Carta publicada en el periódico HOY ( domingo 25/03/2012)

 

No dudamos de sus méritos profesionales ni de su  esfuerzo  y capacidad. Creencias que hacemos extensibles a sus consortes, parejas y demás parentela. Pero  esos fichajes que  empresas de campanillas les ofrecen  a algunos de ustedes o  a sus familiares y que aceptan encantados, salvo honrosa renuncia, una vez en conocimiento de la opinión pública la noticia y  por consejo de superior rango, nos desconciertan  a los ciudadanos en tiempos ya suficientemente procelosos por motivos bien conocidos y sufridos. Es cierto que tienen el mismo derecho a ocupar esos puestos que cualquier otra persona tocada con la varita de la designación directa para tan golosos destinos, pero tratándose de ustedes, que tienen el poder constitucional de  legislar, el asunto puede añadir una más que justificada desconfianza entre quienes se  las ven  y se las desean para llegar a fin de mes. Puede suceder que cuando nos suban el recibo de la luz, del gas, del teléfono, algún malpensado crea que con   referidas alzas está pagando parte de esos fichajes millonarios y  que las empresas, que no fichan por fichar,   están devolviendo favores recibidos o que esperan recibir. Seguro que no  así, que no puede ser así, aunque las apariencias pueden inducir a malentendidos. Así que estamos un poco mosqueados. A buen seguro que son elucubraciones nuestras  sin fundamento y que eso que pregonan ustedes en sus mítines de honradez y lucha por el bien común es cierto y que cuando legislan lo hacen velando  por el interés general.

 De todas formas apreciamos la identidad de  aspiraciones e intereses que demuestran en esos fichajes,  independientemente  del partido en el que militan y  deseamos que esa confluencia  se refleje  en asuntos que nos conciernen a todos los ciudadanos. La democracia se lo agradecerá y nosotros también.

Recuerdos de un interno.

Cuando los graznidos de los grajos rayan el final de la tarde y sus cuerpos negros asaetan la torre, D. Manuel pasea y repasa las cuentas del rosario dentro de la balaustrada encadenada de la iglesia. Suenan los últimos toques de las campanas anunciando el comienzo de la misa y por las bocacalles  estrechas afluyen a la plaza los fieles presurosos y  rezagados.

Tardes frías de  cristales helados que arañan ceñidos  las paredes del Pasquín y encorchan los rostros  de los paseantes, formando siluetas encorvadas que se tapan con las manos las rendijas que dejan los abrigos.

Tardes de domingo, de Pelicanas en su casa de la plaza de Cervantes, con palmeras y barquitos y una mesita camilla coronada con dos gatos negros que mueven sus rabos complacidos por las caricias de sus dueñas.

Las chicas de las Angelinas se cruzan con nosotros una y otra vez  mientras alguna mirada  esquiva  o algún guiño cómplice nos alegra la tarde desabrida.

Manoli y Regina en la tienda de la Granja san Benito de la calle Santiago ponen límites de galletas a los sabores cuadrados de turrón y chocolate.

Rosario en la  misma calle, más abajo y enfrente, con su puesto de chucherías se resguarda detrás de una puerta grande y vetusta  cuando el frío aprieta.

Unos papelillos semiclandestinos de un Domingo de Piñata quedan, pisoteados y olvidados, sobre el suelo mojado de la calle de Las Armas. Mientras, los dulceros han anotado en la pizarra el último gol del Atlético de Bilbao y los huesos de santo reposan en el escaparate.

Siluetas ambulantes recortadas por el tibio sol de la tarde se proyectan largas y en continuo movimiento este-oeste sobre las losetas de la plaza.

Miradas bovinas atraviesan lánguidas los cristales oscuros del reservado dela Casineta.

Leonardo vocifera al viento una queja lastimosa y airada con gestos desgarbados.

El bar Vitaminas y los partidos televisados de los domingos ante un café caliente, reconfortan la tarde tras la ventana acristalada.

Al anochecer, en un rincón de la calle Carolina Coronado, en las Medias, suenan las notas almibaradas del Hey Jude de los Beatles, guateques que dejan su poso de recuerdos placenteros para el resto de la semana.

Unos vinos al  regreso que nos sirve Manolo en el Gato Negro completan una tarde fría de paseos de ida y vuelta por las calles del centro.

Las sombras han borrado las siluetas del suelo  de la plaza, pero quedan paseantes que aguantan impasibles el primer asomo del recencio.

En riadas melancólicas y tristes los internos desembocamos en la calle Concepción.

Mediodía.

 

 

 

 

 

El abuelo pasea

con las  manos cruzadas por  detrás

desde la  portezuela del corral

hasta la emparejada  puerta de la  calle.

Se asoma y mira,

ausente y pensativo,

el transitar de las personas

que van a sus tareas.

En sus idas y venidas,

a escondidas de la abuela,

que zurce viejas sayas

a la  sombra en jirones de la parra,

entreabre la alacena

y bebe  con deleite

un buen vaso de vino.

Hay  membrillos en tazas

de blanca porcelana

sobre el saliente “topetón”

de una espaciosa chimenea.

En la calle, al tibio sol del mediodía,

un hortelano vocea

los frutos de la huerta.

Borbollea el puchero en la candela

y en un corral vecino,

la gallina  ponedora cacarea.

 

La Sección Femenina.

En la primavera del año setenta llegó al pueblo una de las últimas cátedras ambulantes de la Sección Femenina.

Las jóvenes que participaban en los cursos que organizaban debían acreditar al final de éstos sus destrezas con las labores, los conocimientos adquiridos y la actitud de servicio a la comunidad, tras lo cual se les expedía el  correspondiente certificado de aptitud. Era lo que se conocía como el Servicio Social, obligatorio para todas las mujeres. También los varones participaron en algunas actividades, como los bailes regionales.

Pilar Primo de Rivera era la  jefa máxima de la Sección Femenina, organización inspirada en los principios falangistas que ideó su hermano José Antonio. Estos principios fueron difuminándose y resquebrajándose con la evolución de la sociedad y las costumbres. El Falangismo, engullido por el Movimiento de Franco, daba sus últimos coletazos con el régimen del 18 de julio. Quedaba para mejor ocasión la “Revolución Pendiente” que nostálgicamente echaban de menos los más ortodoxos de sus miembros.

 La juventud de esa época empezaba a desasirse de los lazos que coartaban sus manifestaciones y comportamientos por los convencionalismos instalados en la sociedad durante generaciones. Agarrarse los novios de la mano por la calle era una osadía y no digamos echarse el brazo por los hombros. Los bailes eran pecaminosos y entrar las mujeres a los bares, salvo fiestas de guardar y bien acompañadas, no estaba bien visto.

Las  monitoras componentes de aquella cátedra, chicas jóvenes y emprendedoras, poco atadas a los principios morales de su fundadora, trajeron un poco de aire fresco  a la juventud del  pueblo. Así que aquellos guateques, aquellas reuniones en lugares a media luz, aquel ir y venir de grupos de jóvenes en plena siesta, soliviantaba  a las estrechas  mentes biempensantes, guardianes de la moralidad ajena. Hubo recriminaciones y admoniciones…pero no hay muros por altos y fuertes que sean que detengan la evolución de los tiempos y las costumbres (“¿Quién ha puesto al huracán/jamás ni yugos ni trabas,/ni quién al rayo detuvo/prisionero en una jaula?” (Miguel Hernández). Aquellos actos que tanto escandalizaban entonces y que les parecían a algunos los prolegómenos de otra Sodoma y Gomorra son hoy comportamientos dignos de las hermanitas de la caridad comparados con las costumbres al uso.

Resultó más fructífera para la juventud del pueblo la convivencia diaria con estas bulliciosas monitoras que las actividades oficiales que impartieron.

El día 15 de julio se clausuró esta cátedra ambulante con un gran baile en el salón del cine.

 

El universo sobre mí.

 

http://www.flickr.com/photos/juaninda/

Miro al cielo en las noches despejadas

las estrellas que brillan a millones,

que al juntarse componen escorpiones

y otras veces imágenes aladas.

En el silencio de las madrugadas,

peces,  osas, acuarios y dragones

llenan el amplio cielo con visiones

que parecen figuras animadas.

Os convoco, amigos,  compañeros,

al goce de una noche tan hermosa,

recorriendo del cielo los senderos.

En la bóveda inmensa y silenciosa,

plagada de planetas y luceros,

aguarda la aventura más gozosa.

Las dos Españas.

Carta al diario HOY (14/03/2012)

¡Qué certero estuvo Machado cuando en su premonitorio aviso al españolito que llegaba al mundo le auguraba un corazón helado por alguna de las dos Españas!

Estos páramos recorridos por la sombra siniestra de Caín no logran desterrar de sus dominios la inquina y la vileza.

La creencia de que no hay más verdad en esta tierra  que la  sustentada por cada uno encierra en sí la tozudez, la soberbia y la estulticia de unas mentes entregadas a sus egoístas pretensiones más que al restablecimiento de unas bases sólidas de convivencia. Como ejemplos:

La memoria histórica  convertida en agrio tema de disputa y división  entre los que  defienden que no hay que remover el pasado desenterrando e identificando a los muertos y los que entienden que hay que restituir la dignidad de muchos enterrados en las cunetas.  El juez Garzón, héroe para unos,  villano para otros.

El terrible atentado del 11M, que descuajó la vida de tantos inocentes, ha dividido a los familiares de las víctimas por la asignación de su autoría a ETA o a Al Qaeda.

Curiosamente,  parte de  los que defienden que las muertes que se produjeron en la guerra civil es un tema que no hay  remover, son los pertinaces hurgadores en la dudosa, según ellos,  atribución de  la autoría de la matanza de Atocha, cuando  ya es  cosa juzgada por  la Audiencia  Nacional y ratificada por el Tribunal Supremo.

La corrupción,  que campa a sus anchas por las filas de los dos partidos mayoritarios, se silencia o se le pone sordina cuando les atañe a ellos y se vocea si se produce  en la casa del vecino.

Las pomposas declaraciones de respeto a la independencia judicial y al acatamiento de las sentencias se convierten en dudas e insidias cuando son contrarias a las posiciones  respectivas y se ensalzan si afectan negativamente al  grupo opositor.

La reforma laboral y los ajustes presupuestarios, necesarios e inevitables para unos y un recorte inadmisible de los derechos laborales para otros.

Sobran mezquindad,  odio y avaricia. Faltan grandeza de espíritu  e inteligencia y sobre todo autocrítica,  reconociendo que yo puedo estar algo equivocado y el otro puede tener algo de razón.

 

Algunos juegos antiguos.

 

 

“Que una, que dos, que tres y me la caté”. La billarda había ido demasiado lejos y sería difícil meterla en el redondel de un solo lanzamiento. “Anda, tira otra vez”.

El que tenía la raqueta y defendía el redondel  hacía saltar la billarda dándole en un pico y cuando estaba por los aires intentaba dar otro golpe para alejarla lo más posible.

Frecuentemente el juego terminaba  con la billarda en un tejado o rompiendo  el cristal de alguna ventana.

“En Sevilla un sevillano…” “En Zaragoza cayó un cañón…” “Si viniera un torbellino…” Eran algunas de las canciones que se cantaban en las matas. Estas solían formarse al atardecer o anochecido. Se reunían los niños y las niñas de la misma calle, otras veces se juntaban los de varias calles y se hacía una muy grande. Los movimientos circulares del grupo, de manos y caderas con cambios de sentido y agachamientos acompañaban a las canciones.

El tejo con rayuela. ¡Cuántos zapatos destrozados! Las niñas eran  más habilidosas para este juego que los niños, sobre todo cuando había que meter el pie entre la rayuela y la raya. Si se conseguía recorrer el circuito completo, se dibujaba uno de los cuadros lo más artísticamente posible.  A este cuadro tenían que evitarlo el resto de los jugadores y no pisarlo. El piquín era el último obstáculo  y estaba al final de un semicírculo, alejado del lugar desde el que se lanzaba la rayuela.

Los bolindres  y sus modalidades de juego: “la rarra”, el triángulo el “guá”. Cada uno de los bolindres tenía su jerarquía y su valor: el bolo, pelado y mondado (para comprobar si estaba derecho lo poníamos en la palma de la mano y alejándola, lo mirábamos con un ojo cerrado), el bombo, que era más grueso y el china, que era el más valioso. Los que disponían de bolsitas que les habían hecho en casa con los restos de alguna prenda los metían allí; los que no, en el bolsillo hasta que se salían por los agujeros que se iban formando en los pantalones con el peso. Cualquier sitio era bueno para jugar, pero los llanitos y las solanas eran los preferidos para juagar al triángulo. Para la “rarra” se buscaban sitios cercanos a las paredes, pues había que hacer un hoyo para meterlos allí. Existían expresiones típicas como “cuso pa to”, con la que se indicaba que había que limpiar el lugar donde había caído el bolindre . Esto lo pedía quien le tocaba tirar. “Cuso pa na”, que lo pedía el dueño del bolo al que le iban a tirar y significaba que no se quitaba ningún obstáculo. El “escurque” significaba que el que había tirado dio en el blanco de forma contundente.

Las colecciones de “santitos” (cromos) de cajas de cerillas, de tapones de refrescos y de cervezas (los verdes de KAS valían mil). Con los santitos se jugaba a la tángana, a dejarlos  caer desde una pared y ganar cuando caían encima de otro  simplemente se intercambiaban.

En tiempo de lluvia, cuando el terreno estaba blando, se jugaba a pinchar un clavo en el suelo, habiendo de superar también una especie de circuito. Otras veces se construían zancos con dos latas de tomate invertidas y atadas con cuerdas  que se le introducían a las latas por dos agujeros y que se sostenían con las manos.

Con los zancos podíamos meternos en los charcos sin mojarnos los pies.

El barranco (saltar sobre uno que se agachaba y al que se denominaba “burro”) también tenía varias modalidades. En una de ellas, según se iban superando tandas de saltos, el que hacía de burro, se iba distanciando y así había que saltar cada vez más lejos. Se llamaba “El Rey de los burros muertos”. El “espoliche” era el taconazo  que se le propinaba al que hacía de burro. Si lo daba el primero que saltaba los demás le imitaban.Otras veces nos íbamos agachando todos y saltando correlativa y sucesivamente sobre los demás. Le llamábamos “El paso Berlanga”

Había juegos apropiados para cada estación. Si el frío apretaba lo más efectivo era jugar a corra, que consistía en darse pelotazos, generalmente con una pelota que regalaban con los zapatos de marca “Gorila”. Las macizas eran terribles.

En las noches más serenas se jugaba al trapo esconder, que había que encontrar dando pistas con las palabras caliente, caliente o frío  frío según se acercara o alejara del sitio donde lo escondió el que le tocaba.  o a la isa, en que uno contaba hasta que los demás se escondían y luego tenía que localizarlos (una, dos y tres por todos mis compañeros y por mí el primero).

Otras veces con el aro de hierro y su guía (en forma de y griega torcida) nos recorríamos todo el pueblo.

Pelota al campo: se hacían varios agujeros y uno de los jugadores tiraba una pelota. El dueño del agujero donde entraba debía cogerla y tirarla a los demás, que salían corriendo.

Para quitar el frío también eran apropiadas  las tres piedras, que se jugaba por equipos y había que robar las piedras al equipo contrario sin que te cogieran,  el látigo, a coger,  el cortahílos…

Los columpios, juego más bien de tiempo pausado. Se ponían costales para que no se molestasen las sogas.Las cuerdas de los columpios se sujetaban en los maderos de los pajares o naves interiores.

Por la feria de Zafra los “repiones” con su cuerda terminada en una moneda de dos reales o en una chapa de tapón de refresco machacada que servían para sujetarla entre los dedos. Hacíamos competiciones para tirarlos y ver cuál era el repión que más duraba dando vueltas. Son sólo algunos de los múltiples  juegos con los que nos divertíamos antes de que la tele y las videoconsolas arrancaran a los niños de la calle.

Foto de familia numerosa.

Con  fondo de una pared desconchada

posa el padre con chaqueta raída,

la esposa  discreta y luchadora al lado,

enlutada hasta los pies, ambos sentados.

En derredor,  los hijos repeinados

para tan señalada ocasión.

Al menor lo sostiene

la madre en el regazo.

El que le sigue tiene

una mano en el pitín y otra en los labios.

El mayor,  taciturno,

mira como esperando aparición.

Otro, en la pierna del padre recostado.

 Escaseces, sudores y trabajos,

obligada y miedosa sumisión

quedaron en la foto reflejados

Siesta cochinera.

Fotografía de Juan Sevilla:http://www.flickr.com/photos/juaninda/

 

 

Cuando el ganado junta sus cabezas

duerme el pastor la siesta cochinera

donde la brisa lija su aspereza

y el negro tordo encuentra su despensa

de negras y jugosas brevas frescas.

Hay una fuente con mastranto y hiedra

que despide el aroma de la menta

y una rana curiosa en una piedra

a la criba del sol que el junco deja.

Reina el silencio en toda la dehesa.

Si hay Dios deberá andar por aquí cerca