Los pupitres de la escuela fueron durante años bipersonales y para delimitar la parte que nos correspondía a cada uno, si las relaciones se deterioraban por algunas de las múltiples disputas de la infancia, trazábamos con el lápiz o con una tiza una raya que lo dividía en dos partes iguales. Cuando uno de los dos convecinos invadía la parte contraria le daba un codazo, con el consiguiente estropicio de borrones de tinta en la libreta porque escribíamos con plumillas que mojábamos en tinteros de porcelana que se metían en los agujeros que tenían los pupitres. Para hacer las cuentas teníamos la pizarra y el pizarrín blanco y redondo, así no gastábamos libretas. Para borrar uníamos un trapo con una cuerda a un extremo de la pizarra y un salivazo sobre ésta. Si el trapo se había perdido, se borraba con el antebrazo y éste se frotaba después contra el pantalón para que no se notara lo blanco en el jersey.