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Penetra el sol dorado de la tarde,
fajo de luz ribeteado,
por la puerta orientada hacia el poniente
y luce sobre las baldosas rojas,
haciendo de frontera luminosa
de dos espacios en penumbra
donde la abuela tiene la costumbre
de llenar sus recuerdos de costuras
y artísticas labores de bordado.
En un moño adornado con peineta
recoge terso su cabello blanco
que deja al descubierto una amplia frente
surcada por arrugas.
Hila y calla.
Levanta la cabeza
y por encima de sus gafas mira
el reloj que hay al fondo de la estancia.
Suspira.
Tal vez por lo perdido ausente,
quizás por el final cercano.