Ahuecando la mano en el arroyo,
donde más clara y rápida se muestra
el agua saltarina entre las piedras
he bebido entre sombras de membrillo
un sorbo de agua fresca.
Después tranquilamente me he sentado
en la orilla que al norte da cobijo
entre el verde frescor de la ribera.
A lo lejos rastrea un cazador
buscando la perdiz en los tomillos.
Suena el agua con un tenue murmullo:
cosquillas risueñas, leves caricias,
limos, juncos y adelfas.
En el azul el águila se mece
y un avión deja su blanca estela
marcándole una cicatriz al cielo
que al poco tiempo el aire desvanece.
Querido Juan Francisco.
Como siempre, consigues dejar una impronta cotidiana y sosegada, como si no costara asir las palabras, siempre las justas, las que parece que esperas encontrarte en el poema como algo natural. ¡Qué envidia!
Yo por mi parte estoy preparando lo que espero sea un libro de poemas algún día, todos relacionados con el agua. Por eso te agradezco este poema sin artificio, como un soplo fresco en el rostro.
Aprendiendo del maestro, como siempre.
Un abrazo desde Madrid.
Muchísimas gracias, Antonio. Tu bello comentario tiene el peso de un orfebre de la palabra, al que admiro por las plasticidad de sus metáforas. Tú eres el maestro al que yo intento parecerme. Un abrazo.