Seguro que si estos tecnócratas europeos vieran el reguero de víctimas que van quedando en la cuneta se lo pensarían mejor antes de anunciar más recortes, ajustes o limitaciones de gastos, que también con el lenguaje son diestros en el embauco y el eufemismo.
No sirven las caras compungidas que ponen cuando anuncian las medidas. Serían más creíbles si pusieran en las mesas de sus despachos las fotos de las familias que un día tras otro van quedando en paro. Y todavía serían más creíbles sus aparentes penas si entre esas fotos estuvieran las de sus hijos, hermanos o esposas. Pero no, no les llegan las quejas y la angustia de los parias a los salones enmoquetados. Su compuesto rostro forma parte del guión para transmitir una imagen de falsa solidaridad con los desfavorecidos. Ellos van a los números, sin darse cuenta que detrás de las palabras y los números hay dramas humanos que no se solucionan con buenas palabras.
Cuando oigo que las medidas que se toman son por el bien de España ignoro a qué España sin españoles se están refiriendo. Porque mi patria no es “un fusil y una bandera, sino mis hermanos que están labrando la tierra”, que cantaba Quilapayún. ¿A qué realidad se refieren? ¿Himnos y desfiles? ¿Los triunfos de deportistas millonarios? ¿Unos deslumbrantes paisajes? ¿Tal vez bellas piedras labradas de monumentos y catedrales? No hay patria sin personas. No hay patria sin dignidad.