En este rinconcito que me brinda la tecnología voy a hacer parada y fonda. Es un recodo del camino donde abunda la floresta evocadora y surge de manantial oculto el agua fresca para aliviar la sed del caminante. No sé si quedarán muchas curvas al trayecto, pues la bruma de la tarde otoñal me impide ver su término, pero sí ha sido largo y quebrado el trecho hasta ahora recorrido.
Allá por el cincuenta y uno en un caluroso día de julio deslumbraron mis ojos los ardientes fulgores pajizos de las eras. Ignoraba uno que sólo once años antes la quijada de Caín quebraba estas tierras de España. Y esa luz que deslumbró bruscamente mi vista tenía ribetes negros de un luto interminable.
Mi infancia, protegida por mis padres, transcurrió sin sobresaltos ni agobios destacables, pero quedó de aquella época el recuerdo del pan en la ventana por si alguien lo necesitaba.
Pronto dejé la escuela del pueblo y a los once años ya vestía beca y sotana en el Diocesano de san Atón, cañada de Sancha Brava. Algún día habrá que escribir sobre esta etapa.
Unas vacaciones de Semana Santa decidí abandonarlo, pues no me veía de cura entre misas tempranas, rosarios y retiros espirituales.
Bachillerato por libre y Magisterio en la antigua Escuela Normal de la avenida de Colón, en Badajoz y me hice maestro. Después de treinta y ocho años repartidos entre Llerena, Málaga, Usagre, Guadalcanal y Ahillones ejerciendo de docente, he comenzado este año a disfrutar de mi jubilación.
Tuve tiempo y ganas de hacer Derecho en la UNED y, sin toga ni estrado, ahí está el Título para satisfacción personal y para resarcirme del comentario que le hizo un prefecto a mis padres sobre lo poco que esperaba de mí.
Mi correo: fcaropilar@gmail.com