Mi intención era escribir esta columna sobre la luz del mes mayo, pero estando en ello se fugó la eléctrica por no sé qué vericuetos cableados. Noté su ausencia en el corte de las comunicaciones y me produjo una sensación de aislamiento, acostumbrados como estamos a la prontitud de los wasaps y los teléfonos. Y entonces me acordé de los grandes hormigueros que son las ciudades, jaulas con los ascensores detenidos a mitad de camino entre dos puertas. De los trenes parados en túneles y en vías como culebras metálicas muertas. De los semáforos con sus guiños ciegos. Me acordé del kit de supervivencia que había recomendado la Comisión Europea por medio de su Comisaria de Gestión de Crisis.
En estos casos de grandes sucesos es conveniente salir a la calle para pulsar en las esquinas y mentideros la opinión de los vecinos. La compañía alivia. Uno de los presentes, poco hablador, pero expresivo en gestos, se rasca la nuca con un ojo cerrado y otro mirando al infinito de la suspicacia. ¡A mí no me la dan con queso! Se habla de otros tiempos, de cuando había que tener siempre a mano velas, quinqués y candiles porque al menor soplo del viento se caían los palos del tendido.
Hay desconfianza y recelo. Creemos poco y dudamos de todo. Los bulos en las redes están liando una madeja de la que es muy difícil encontrar los cabos. Un agorero predicador de calamidades suelta que ya estamos igual que algunos países caribeños con los cortes de luz. Otro, que aquí hay vatio encerrado. Casi nadie se fía de las noticias oficiales.
Lo que es cierto es lo dependientes que somos de la energía. Y en qué bases tan inestables se apoya nuestro bienestar. Hasta la cerveza que cae espumosa en los vasos con solo mover una palanca del surtidor necesita la cosquilla que le presta la corriente eléctrica.
Visto lo visto y oído lo oído me voy a casa. La radio nos une al exterior, como aquella tarde de febrero del 81. ¿Recuerdan? Al escribir la fecha un estremecimiento de asombro ante el abismo del tiempo ha recorrido mi mente.
Voy a lo que iba, a mi intención primera de escribir esta columna sobre el mes de mayo. De la luz natural y de las flores. De la fertilidad de la tierra que aflora pletórica de frutos.
Del rojo de la sangre de Chicago que dio origen a la celebración del Día del Trabajo, de la que ocasionó la Guerra de la Independencia. Del azul del cielo y la ofrenda al patrón de los campesinos. De la celebración de Las Cruces en Feria, Zahínos y Azuaga. Me incordian los recelos que empañan colores con ideologías en cuyo fango siempre hay alguien dispuesto a cargar el mosquetón de las diatribas. Paz y bien. Mayo levanta el telón del escenario de la vida. A disfrutarla.