Teníamos por costumbre reunirnos en una taberna, con parada y fonda en los últimos peldaños de la noche. Días de vino y rosas de juventud.
Algunos acudían después de pelar la pava con sus pretendidas y los que no teníamos donde poner las manos, sino en el pentagrama del aire para apoyar conversaciones, tras haber estado de ‘cordeleo’, actividad también denominada viacrucis, sin ser pastores en el primer caso ni penitentes en el segundo.
Tío Juan era el dueño de la tasca. Analfabeto de papeles, pero avispado por naturaleza y por aprendizaje adquirido con el trato con la gente en sus diversos oficios. Recovero, comprador al peso de hierro, vendedor de cuajo para hacer queso y tabernero, entre otros. Bagaje que le ayudó a comprender los vericuetos de la condición humana y reflejarlo en sus opiniones y en la cautela al exponerlas.
Ponía de aperitivos patatas y sangre aliñadas con tomate. Gozaron de merecida fama en los contornos.
Nos avisaba cuando quedaba un resto con la salsa y esa noche comprábamos un pan para mojar en la perola. Charla, vino, comida y buena compañía. Pequeños placeres de la vida.
Él cenaba detrás de la barra mientras nosotros charlábamos en una mesa camilla sobre cualquier tema que caía a pelo con la fogosidad y vehemencia de la juventud.
Escuchaba y callaba. Sólo en ocasiones participaba con comentarios puntuales para aclarar alguna historia del pueblo de la que desconocíamos los detalles o para dar referencias de parentesco.
Si uno de los presentes exageraba en el relato se colocaba su pañuelo en la cabeza, lo que venía a significar que para él aquello era una trola difícil de digerir.
Usaba una frase admonitoria cuando referíamos acciones que él, por su edad avanzada y sus achaques, ya no podía realizar: ‘Por mi puerta pasarás’, dándonos a entender que las limitaciones que él padecía entonces las sufriríamos nosotros cuando llegáramos a su edad. Y vaya si tenía razón.
Mi amigo José María reside desde hace muchos años en Badajoz. Me comenta las dificultades para desplazarse por la ciudad. Tiene amputada una pierna y utiliza una silla de ruedas motorizada. Su domicilio está en una esquina donde se cruzan la Avenida de Colón y Antonio Masa. Me da detalles de aceras cercanas y de su mal estado. El otro día para llegar al río tuvo que hacer parte del trayecto por la calzada, con el consiguiente peligro. ¿Que a qué viene esto? Pues porque ya hemos llegado a aquella puerta que nos decía el curtido tabernero. Traigo aquí su caso para apoyar su petición, que, hasta ahora, no ha recibido respuesta.
Pónganse, señores munícipes, en su lugar y en el de todos los que están en parecidas circunstancias. Por esa puerta habrán de pasar también ustedes y comprenderán entonces cuánto se agradece poder pasear por la ciudad donde uno vive sin que haya que ir esquivando obstáculos.