(Fotografía del periódico El Mundo)
El día que vi a una madre darle a su hijo un teléfono móvil para que dejara de llorar me di cuenta de que estábamos en una nueva era. El niño dejó el llanto y comenzó a matar marcianitos en un juego que absorbía su atención.
Los ordenadores llegaron a la enseñanza como la llave que daba acceso con facilidad al disfrute del conocimiento.
Hubo que preparar con cursos acelerados a los docentes, que mayoritariamente desconocían sus aplicaciones y funcionamiento y, en muchos casos, produjo la indiferencia y el rechazo de los más veteranos. Era tal el desconcierto que ni las autoridades educativas tenían muy claro el alcance y límites de su utilización.
Las Comunidades Autónomas competían por dotar a sus centros del mayor número de los nuevos medios en sus centros educativos.
Los extremeños, que no estamos acostumbrados al vértigo de las alturas, escalamos a los primeros puestos y nos colocamos a la cabeza mundial de ordenadores en las aulas.
En el año 2003 la Junta instaló de una tacada 45.000 nuevas pantallas con el sistema operativo Linux en la enseñanza secundaria. Un PC para cada dos alumnos.
Es evidente que la informática ha supuesto una gran revolución en la sociedad. En educación ha facilitado la gestión administrativa de los centros, ha dado fluidez a las comunicaciones familiares en el proceso educativo de los hijos y ha puesto a disposición de todos los estamentos una ingente fuente de información.
Pero venían con muchas luces centelleantes, con muchos cantos de sirena que desde la orilla distraen a los alumnos de su principal cometido.
Mirar las estrellas en un lago es hermoso, pero aparta la atención del cielo. La función de las familias, de las autoridades educativas y de los docentes es fundamental para administrar provechosamente la avalancha descomunal de datos y utilidades que llegan a través de estos medios digitales. Cada edad necesita sus dosis y, como en la alimentación, a nadie se le ocurre dar un bocadillo de chorizo a un lactante.
A la vista de estudios realizados, hasta el momento los resultados no son tan buenos como se esperaban.
Y nos llega otra oleada. La Inteligencia Artificial. Con ella podemos preguntar cómo se resuelve una ecuación o cómo se analiza una oración subordinada y en pocos segundos tenemos las soluciones ante nuestra vista. Una maravilla sorprendente, pero que puede suponer también una invitación al vagueo y a no profundizar.
Aunque aquello de que la letra con sangre entra pasó afortunadamente a mejor vida, el esfuerzo y la constancia siguen siendo hábitos recomendables para conseguir resultados provechosos.
No deben prohibirlos, sino regular su uso, separando el grano de la paja. Hay que evitar que mientras un profesor se afana en el encerado explicando el teorema de Pitágoras los alumnos estén chateando en las redes sociales o jugando a Candy Crush .
El encerado y la tiza tienen que prestar todavía muchos servicios.