Secretos

Si alguien en un grupo quiere comunicar a uno de los presentes algo reservado hace un aparte con él. Aunque los secretitos en reunión dicen que son de mala educación, es práctica frecuente hasta en las reuniones de más alto copete.

La confidencia es el drenaje por el que un secreto se transmite a quien pensamos que es merecedor de confianza.  Nos advierte Séneca que el secreto mejor guardado es el que guardas tú mismo. Tres podrían guardarlo si dos de ellos hubieran muerto, afirmó Benjamín Franklin.

Compartirlo establece un vínculo de complicidad que solo se rompe si la indiscreción o la traición de uno de ellos lo hace llegar a terceros. Si así obrara sería la prueba de que nos equivocamos al elegir a esa persona. Según André Maurois, es la forma de comprobar si era digno o no de nuestra confianza.

Hay quienes adornan la transmisión con halagos y prevenciones. Que te lo cuentan a ti porque eres tú, pero no se lo digas a nadie. Con este cuento tienen ya un listado tan numeroso como la lista de Schindler.

De niños teníamos como llave de seguridad la palabrita del Niño Jesús y el beso en los dedos cruzados.

Juan Ruiz de Alarcón nos previene que, incluso con todas las precauciones que se tomen, las paredes oyen. Bien lo saben los que viven en pisos colindantes. Pueden llevar la contabilidad de las veces que el vecino le da a la cisterna y de discusiones y divertimentos varios.

Las trastiendas en los locales comerciales antiguos eran lugares propicios para las confidencias.

También las callejas, las umbrías de las iglesias, las afueras del pueblo…  Siempre con susurros y mirando a derecha e izquierda para comprobar que no hay testigos de cargo. El campo, tan amplio y solitario, ha sido un lugar idóneo. Ahora, sin embargo, habría que mirar primero hacia arriba por si los drones sobrevuelan.

En la edad inestable de la adolescencia el rubor inoportuno que sube a la cara nos delata. Nos parece que aflora los pensamientos que queremos ocultar. Le pasó a un amigo cuando en un bar cruzó su mirada con la del padre de su pretendida. Tuvo la sensación de quedar desnudo y descubierto.

Con los wasaps y demás redes sociales nos hemos confiado en demasía. Los dedos, toma de tierra de los estados de ánimo, han descargado sobre las teclas nuestras frustraciones, anhelos y desengaños. Lo que en un momento es alivio puede convertirse mañana en la daga que nos corte.  Pasar de los extremos cifrados a los medios, expuestos al morbo de unos y escarnio de otros. Hoy contra mí, mañana contra ti. Que no pare el espectáculo. Intereses o indiscreciones de receptores, la desidia de los custodios o la vileza de los bribones nos acechan. No se fíen. Nos tienen cogidos por los teclados y el día menos pensado nos los retuercen.

Azul y rojo en mayo

Mi intención era escribir esta columna sobre la luz del mes mayo, pero estando en ello se fugó la eléctrica por no sé qué vericuetos cableados. Noté su ausencia en el corte de las comunicaciones y me produjo una sensación de aislamiento, acostumbrados como estamos a la prontitud de los wasaps y los teléfonos. Y entonces me acordé de los grandes hormigueros que son las ciudades, jaulas con los ascensores detenidos a mitad de camino entre dos puertas. De los trenes parados en túneles y en vías como culebras metálicas muertas. De los semáforos con sus guiños ciegos. Me acordé del kit de supervivencia que había recomendado la Comisión Europea por medio de su Comisaria de Gestión de Crisis.

En estos casos de grandes sucesos es conveniente salir a la calle para pulsar en las esquinas y mentideros la opinión de los vecinos. La compañía alivia.  Uno de los presentes, poco hablador, pero expresivo en gestos, se rasca la nuca con un ojo cerrado y otro mirando al infinito de la suspicacia. ¡A mí no me la dan con queso! Se habla de otros tiempos, de cuando había que tener siempre a mano velas, quinqués y candiles porque al menor soplo del viento se caían los palos del tendido.

Hay desconfianza y recelo. Creemos poco y dudamos de todo. Los bulos en las redes están liando una madeja de la que es muy difícil encontrar los cabos. Un agorero predicador de calamidades suelta que ya estamos igual que algunos países caribeños con los cortes de luz.  Otro, que aquí hay vatio encerrado. Casi nadie se fía de las noticias oficiales.

Lo que es cierto es lo dependientes que somos de la energía. Y en qué bases tan inestables se apoya nuestro bienestar. Hasta la cerveza que cae espumosa en los vasos con solo mover una palanca del surtidor necesita la cosquilla que le presta la corriente eléctrica.

Visto lo visto y oído lo oído me voy a casa. La radio nos une al exterior, como aquella tarde de febrero del 81. ¿Recuerdan? Al escribir la fecha un estremecimiento de asombro ante el abismo del tiempo ha recorrido mi mente.  

Voy a lo que iba, a mi intención primera de escribir esta columna sobre el mes de mayo. De la luz natural y de las flores.  De la fertilidad de la tierra que aflora pletórica de frutos.

Del rojo de la sangre de Chicago que dio origen a la celebración del Día del Trabajo, de la que ocasionó la Guerra de la Independencia. Del azul del cielo y la ofrenda al patrón de los campesinos.  De la celebración de Las Cruces en Feria, Zahínos y Azuaga. Me incordian los recelos que empañan colores con ideologías en cuyo fango siempre hay alguien dispuesto a cargar el mosquetón de las diatribas. Paz y bien. Mayo levanta el telón del escenario de la vida. A disfrutarla.

Gallinas y gallos

Casi todas las casas disponen de patio y corral. Y en cada corral hay gallinas y un gallo pendenciero defensor de sus dominios al que hay que mantener a raya con un palo para que no se nos tire.

Una misma especie y dos caracteres diferentes marcados por el sexo. Referentes de la cobardía y la valentía.

Esquivas, ellas. Solo cuando están echadas en la puesta consienten que se les pase la mano por encima. Altaneros, los gallos. No necesitan cambio de horario de invierno y verano. Al clarear despiertan y al ocaso se acuestan.  En su madrugar solamente los superan aquellos labriegos con agallas cuando salen con los burros del cabestro y en el campo despabilan las alondras ‘agachás’ entre los surcos del barbecho, según cuenta Luis Chamizo en los Consejos del tío Perico.

El canto del gallo, que marcó las tres negaciones de Pedro, es descrito en bellas imágenes literarias con las prisas por querer quebrar albores en el Cantar de Mio Cid y con las piquetas que cavan buscando la aurora en Federico García Lorca.

Unos y otras escarban y remueven la tierra afanosamente buscando el alimento. Su época dorada, allá por septiembre cuando, recogido el cereal de las eras, les dan larga por los ejidos para apurar los sobrantes.

Las gallinas dan nombre al reconfortante caldo para convalecientes y al tabaco de liar. Surtidoras de alacenas y despensas de casas humildes y pudientes. Los huevos fritos no son clasistas. El refranero recoge el ciclo más provechoso de su producción: Véndelas por San Juan y cómpralas por Navidad. Los palos donde duermen dan nombre a las localidades más altas y baratas de los espectáculos.

Anidan cluecas y a los veintiún días sacan sus polluelos, ovillos de algodón que encuentran protección bajo las alas extendidas de la madre.

En las noches frías de primavera los metemos en una caja y los colocamos en la tarima al lado del brasero. Tras unos leves piares quedan en silencio hasta la mañana siguiente que los devolvemos con su madre.

Se ha perdido el oficio de recovero y el cacareo del medio día anunciando la puesta.

Gallinas, gallos y demás aves de corral han sido llamados a capítulo por el Gran Hermano que todo lo controla. No prohíben tenerlos, pero las explotaciones de autoconsumo que no sobrepasen el número de treinta también deberán estar registradas, como las grandes granjas. Los propietarios deben darse de alta, con gestión de claves para tramitación electrónica y especificar las especies, finca donde las tienen y tipos de producción, entre otros detalles. Todo sea por la salud, prevención y control de las pandemias.

¡Si mi vecina Josefa levantara la cabeza! Tenía tres gallinas en su pequeño corral y esperaba cada día a que pusieran para venderlos o cambiarlos en el comercio de comestibles por unas sardinas con una cucharada de aceite. Aquella economía de subsistencia que era el trueque…

Pantallas

 

 

 

 

 

 

 

 

(Fotografía del periódico El Mundo)

El día que vi a una madre darle a su hijo un teléfono móvil para que dejara de llorar me di cuenta de que estábamos en una nueva era.  El niño dejó el llanto y comenzó a matar marcianitos en un juego que absorbía su atención. 

 Los ordenadores llegaron a la enseñanza como la llave que daba acceso con facilidad al disfrute del conocimiento.

Hubo que preparar con cursos acelerados a los docentes, que mayoritariamente desconocían sus aplicaciones y funcionamiento y, en muchos casos, produjo la indiferencia y el rechazo de los más veteranos. Era tal el desconcierto que ni las autoridades educativas tenían muy claro el alcance y límites de su utilización.

Las Comunidades Autónomas competían por dotar a sus centros del mayor número de los nuevos medios en sus centros educativos.

Los extremeños, que no estamos acostumbrados al vértigo de las alturas, escalamos a los primeros puestos y nos colocamos a la cabeza mundial de ordenadores en las aulas.

En el año 2003 la Junta instaló de una tacada 45.000 nuevas pantallas con el sistema operativo Linux en la enseñanza secundaria. Un PC para cada dos alumnos.

Es evidente que la informática ha supuesto una gran revolución en la sociedad.  En educación ha facilitado la gestión administrativa de los centros, ha dado fluidez a las comunicaciones familiares en el proceso educativo de los hijos y ha puesto a disposición de todos los estamentos una ingente fuente de información.

Pero venían con muchas luces centelleantes, con muchos cantos de sirena que desde la orilla distraen a los alumnos de su principal cometido. 

 

 

 

 

 

 

 

 

Mirar las estrellas en un lago es hermoso, pero aparta la atención del cielo. La función de las familias, de las autoridades educativas y de los docentes es fundamental para administrar provechosamente la avalancha descomunal de datos y utilidades que llegan a través de estos medios digitales. Cada edad necesita sus dosis y, como en la alimentación, a nadie se le ocurre dar un bocadillo de chorizo a un lactante.

A la vista de estudios realizados, hasta el momento los resultados no son tan buenos como se esperaban.  

Y nos llega otra oleada. La Inteligencia Artificial.  Con ella podemos preguntar cómo se resuelve una ecuación o cómo se analiza una oración subordinada y en pocos segundos tenemos las soluciones ante nuestra vista. Una maravilla sorprendente, pero que puede suponer también una invitación al vagueo y a no profundizar.

Aunque aquello de que la letra con sangre entra pasó afortunadamente a mejor vida, el esfuerzo y la constancia siguen siendo hábitos recomendables para conseguir resultados provechosos.

No deben prohibirlos, sino regular su uso, separando el grano de la paja.  Hay que evitar que mientras un profesor se afana en el encerado explicando el teorema de Pitágoras los alumnos estén chateando en las redes sociales o jugando a Candy Crush .

El encerado y la tiza tienen que prestar todavía muchos servicios.

El coche de san Fernando

Después de un periodo de andar a gatas empezamos a dar los primeros pasos, vacilantes y temerosos ante lo desconocido. Unos brazos siempre abiertos, como de ángeles custodios, nos protegían y abrazaban efusivos al finalizar cualquier pequeño trayecto. ¡Qué alegría cuando llegábamos hasta ellos tras ir apoyándonos de silla en silla!

Principiábamos a practicar el medio de locomoción más antiguo y autónomo. El que nos llevaría y traería sin tener que sacar billete ni darle explicaciones a nadie. Ha pasado de generación en generación sin modificaciones en lo básico, que es poner un pie detrás de otro.  El ingenio popular lo bautizó como el coche de san Fernando, un rato a pie y otro andando.

Los trabajadores del campo lo practicaban con ropa de faena, alforja al hombro y botos bastos para desplazarse a los tajos. 

Ahora, generalmente, caminamos para conseguir una aceptable forma física, mantener las analíticas sin altibajos preocupantes y por el placer de disfrutar de la naturaleza recorriendo bellos parajes.  

Se le han añadido accesorios.  Calzado, vestimenta de marca y bastones que más que de senderismo parecen de esquí. Todo con un toque anglosajón en la terminología para darle caché y esnobismo a esta actividad milenaria. Está bien, sobre todo lo del calzado adecuado.

Los jóvenes de antes gastábamos las medias suelas desplazándonos a otros pueblos cercanos.  Los del mío íbamos a Berlanga, que está a tres kilómetros, sobre todo para asistir a los bailes de los domingos en el salón anexo al Bar Nuevo. Los organizaba un célebre personaje conocido en toda la comarca.  Por su minusvalía se sentaba al lado de la puerta de entrada con su muleta en ristre, como barrera de aduana y aviso para los avispados que intentaban colarse sin pagar. Acompañaba el alzamiento amenazante de la muleta con una retahíla de improperios de los de santiguarse cuando alguien intentaba engañarlo. Pero tenía buen corazón.

Los que disponían de bicicleta la utilizaban para ir y venir. Disponían de un faro de dinamo o de una linterna atada al manillar para alumbrar el camino y que los vieran. Los bajos de los pantalones se los recogían con unas pinzas.  Las voces de sirena de los amoríos eran el combustible del pedaleo. En ocasiones viajaban dos en la misma. El acompañante en el portamaletas o a mujeriega en la barra. Las guardaban en un bar cercano por un precio módico para quitarlas de la intemperie y evitar desperfectos mientras duraban el baile y los cortejos.

 

De vuelta a casa se comentaban las incidencias de la velada.  Unos volvían con ganas de que llegara pronto el próximo domingo y otros con más vasos que besos en el cuerpo. A mitad de camino, al paso por el Cerro Gordo, que a mí me parecía muy grande y ahora muy pequeño, todavía resonaban en nuestras cabezas los acordes del saxofón de Julio el de Alvarito. Quedan gratos recuerdos y amigos de entonces.

Cabos de amarre

Los calendarios internos de nuestra infancia no contaban días, semanas ni meses. Se regían por las sensaciones que nos causaban determinados hechos. El comienzo y final del curso. La llegada de los Reyes Magos.  El amarillo de las eras, los carros dejando rastro de paja por las calles empedradas. Las lluvias otoñales que ponían verdes los prados del ejido. La llegada de las golondrinas que hacían sus nidos en los maderos donde se guardaba el cisco y donde a nosotros nos ponían los columpios con una soga y un costal. Las migraciones de los gansos que pasaban de noche por los caminos del cielo. El canto de los grillos, los largos crepúsculos veraniegos y su pronto declinar cuando pasaba la feria.

Pasábamos de las zapatillas a las katiuskas, de los paraguas y el uso de zancos para meternos en los charcos a andar descalzos por la acera en las soporíferas horas de la siesta.

La naturaleza nos marcaba el ritmo. Caían las hojas de los árboles y salían nuevas yemas a las ramas.

En esos cambios, separados por amplias lindes, fuimos descubriendo el mundo. Atisbamos a la muerte en los dobles de campanas y en los lutos, que caían como una capa de silencio sobre las rutinas y cerraban las puertas de la calle al paso de la luz en los zaguanes. Supimos que las cigüeñas no eran cosarios de la vida, que existían amores distintos a los de los padres, que alteraban la forma de comportarnos.

Las obligaciones eran pocas:  ir a la escuela y hacer algunos recados. Lo demás, el juego y los amigos. Pero la tristeza de la familia calaba nuestro estado de ánimo. Los tictacs del reloj en la sala donde se reunían cada noche las hijas con su padre, que pasaron hasta entonces desapercibidos, empezaron a punzar los silencios entre suspiros cuando este murió.

Casi sin darnos cuenta, nos hicimos adultos. Empezamos a poner razones donde antes solo había sentimientos y la vida fue mudando la piel delicada por otra más curtida.

Quedan islotes de entonces. Un micelio de memoria los une bajo el agua.  Lo demás se ha ido sumergiendo poco a poco en el fondo. De vez en cuando salen a la superficie, fugaces, como los peces en las aguas del pantano. La atractiva muchacha de un circo, un borracho que pasa por la calle de tierra con charcos y sin luces cantando ‘La cama de piedra’.  Un tiro en la noche que nos sobrecoge y aún retumba de roca en roca. 

Lo peor de la memoria es que quienes compartieron contigo algunas vivencias las hayan olvidado o hayan muerto. Cuando cuentas algo y miras alrededor para buscar asentimiento faltan muchos que puedan confirmarlas. Caes entonces en la cuenta de que los cabos de atraque se han ido soltando poco a poco del amarradero del puerto y tu barca navega mar adentro a la deriva.

 

Intransigentes

 

 

 

 

 

 

Fui testigo de un hecho del que sentí al mismo tiempo odio y pena. Lo primero por el déspota causante de la humillación que sufrió una joven y lo segundo por ella. Sucedió en un bar cercano al ferial de una gran ciudad, aparentemente alegre y confiada. La muchacha se equivocó en la devolución del cambio a un cliente que estaba sentado en la terraza y le cobró cinco euros de menos. Cuando se percató del error ya se había marchado y no pudo corregirlo.  El encargado del establecimiento, que estaba por dentro de la barra llevando el control de la caja, le recriminó con tal crudeza el error que sentí el agravio como si me lo estuviera haciendo a mí. Delante de todos y azorada, la muchacha le pidió disculpas y le prometió reiteradamente que nunca más volvería a suceder. Al menos tres veces se lo echó en cara. Y otras tantas ella, se disculpó.

Al abonar mi consumición dejé el dinero sobre el mostrador con todo el desprecio que pude acumular en mi mirada y en el gesto, evitando ponerme a la altura del miserable energúmeno. Al paso, mientras enfilaba la salida, le hice una pregunta recriminatoria ¿Usted nació sabiendo todo y no se ha equivocado nunca? Como no creí que la esperara ni nos conocíamos de nada, y para evitar posibles discusiones, no aguardé su respuesta y salí con la intención de no volver jamás a ese bar.

Cuando una persona se incorpora por primera vez a un puesto de trabajo, es habitual que lo haga con nervios e ignorando todavía muchos detalles del oficio. Lo que necesita es ayuda y comprensión, no a tiranos faltos de empatía que los tratan con la punta del pie.

La intransigencia está muy extendida. El caso del conductor que pasa todos los días por el mismo sitio le recrimina al que quizás sea la primera vez que lo hace y ha dudado un instante si tomar o no una calle que es dirección prohibida.

Baja la ventanilla y mostrando su pericia adquirida a base de repeticiones le suelta una sarta de improperios, tratando al que titubeó por un momento de aldeano y bellotero, al tiempo que hace sonar insistentemente el claxon.

Empleados hay que aprendieron a duras penas a estampar un sello en documentos con marcialidad sonora, ufanándose de su elevada misión ante los ignorantes de tanta burocracia, que preguntan, balbuceantes, por alguna duda.

Y sin embargo, en contraposición, qué confortable satisfacción cuando encuentras empleados y funcionarios amables y comprensivos que se ponen en el lugar del que llega despistado y lo ayudan con agrado en todo lo que necesitan. Les dicen que nadie nace sabiendo y que ellos también tuvieron que preguntar lo que no sabían cuando empezaron.  Personas con este proceder hacen la vida más agradable a los demás y no dicen vuelva usted mañana, sino, eso lo arreglamos ahora mismo.

Ellos son el Estado

 

El hombre orquesta tocaba al mismo tiempo tambor, armónica y guitarra.  Pies, boca y manos a la tarea. Él solo era capaz de mantener la atención de los vecinos que acudían a verlo. Se paraba en los lugares más concurridos y los niños lo seguían, como siguieron al flautista de Hamelín, embobados con su encanto.

Hay personas que son capaces de desempeñar varias funciones a la vez y otros no saben caminar y masticar chicle al mismo tiempo.

Existen ocupaciones que no pueden concentrarse en un solo individuo. Si la empresa es pequeña, quizás pueda realizarlas todas. Un carpintero de mi pueblo colocó un alambre con forma de S colgado en la pared, al lado de una imagen del Caudillo haciendo el saludo romano con la inscripción: “¡Españoles, saludad brazo en alto! Viva Franco. Arriba España”. Allí pinchaba las facturas que le llegaban. No sé si era para no perderlas de vista o para espantar a los acreedores, ante semejante garantía. Otro pequeño empresario, perteneciente al ramo del comercio al por menor, se sentaba por las noches en la mesita de la trastienda para echar cuentas. No había horario de cierre, así que entre volutas de humo y cenicero lleno pasaba largo tiempo en estos menesteres. La luz salía por la ventana y marcaba una franja en la calle oscura.

 En las empresas con más empleados se diversifican los trabajos, según volumen de negocios y necesidades. Primero buscaron la ayuda de contables, que les llevaban las cuentas por las tardes.  Posteriormente, ante el incremento de la complejidad burocrática, delegaron las tareas administrativas en las gestorías.

 Los Estados, las mayores empresas que existen, se constituyen con un territorio, una población, un gobierno con un conjunto de instituciones y autoridades y el armazón de leyes que regulan y garantizan su funcionamiento. Pero ¡ojo, parece que esto está cambiando. Llegan los hombres-estado.

El expresidente Biden ha advertido de una oligarquía de super ricos que amenaza a la democracia. Nos atrapan en sus redes. Ni juran ni prometen cargos. Asisten a las tomas de posesión de los elegidos. Pero impregnan todas las instancias del poder.

El comentado discurso de Elon Musk

De territorio tienen todo el planeta, de población, la humanidad, de leyes las que ellos dictan y de instituciones, Watsapp, Facebook, Meta, Google, Tesla, Instagrán, X, Amazón…  las que les vengan en ganas crear. Los otros, los puestos oficiales, les sirven de reservorio.

Luis XIV de Francia era el Estado. Ahora son en la sombra estos multimillonarios, aunque el cetro o bastón de mando lo lleven otros y los dejen ir con ellos a las procesiones.

Los puntos débiles de los nuevos mandamases residen en la fortaleza de sus ambiciones, que los pueden llevar a la tentación de eliminarse unos a otros. O que el monstruo que han creado se les vaya de las manos y se les revuelva, como Frankenstein a su creador. Iremos viendo cómo evoluciona esto.

Vino amargo

 

Las tabernas eran lugares de encuentro y solaz donde la presión abría su espita y el vino ocupaba el espacio que quedaba. Fugaz quimera que duraba el tiempo de los efluvios del alcohol en la cabeza. Momentos dados a imaginar una vida distinta a la existente. Alivio engañoso, pasajero y pendenciero. ‘A mí no me la da nadie. A ese le canto yo las verdades del barquero cuando lo vea’. De la marginación a la exaltación de la autoestima.

Pero con tan poca base los castillos se deshacían y caían del delirio al suelo. Como los cisqueros que vendían picón por las calles y al intentar subirse en los burros, tras la ingesta, resbalaban una y otra vez por el lado opuesto. No es que se bebiera más que ahora, es que se comía menos. Tiempos difíciles. De pómulos salientes y ojos hundidos.

Los niños, con los sentidos de par en par abiertos a la vida, íbamos descubriendo lo que no se nos enseñaba en las escuelas. La sordidez y la derrota quedaban en días de fiesta tendidas en las aceras. La evasión y los deseos de aliviar penas, arrojados a la vuelta de la esquina entre los vómitos de la resaca.

Sin agua corriente todavía, se usaba un lebrillo con la del pozo para lavar y enjuagar la escasa vajilla. De incolora en la mañana iba tornándose oscura según pasaban las horas.  El urinario, en el descanso de una escalera, junto a una escoba o en un rincón con agujero. Si era de noche se evacuaba en la calleja. Mejor si llovía porque así se fundían el ruido de las canales y la meada. No importaba mojarse, la lluvia refrescaba y el vino hacía de impermeable.

En un ambiente de humo y alcohol los clientes bebían y charlaban. Es un decir, porque las conversaciones no se mantenían con susurros.  Eran voces con algún grito y golpe en la mesa para cargarse de razones.

Curiosas historias.- Aquellos carteles de “Hoy no se fía, mañana sí”… – La Barbería de Jerez

Dos eran las normas básicas, escritas sobre un cartón en la pared amarillenta para recuerdo y constancia: Se prohíbe el cante.  No se fía. En un establecimiento de un pueblo vi un bozal con una inscripción al lado: “Para los blasfemos”. Los taberneros eran, a su manera y según don de persuasión, garantes de la moral y las buenas costumbres por la cuenta que les tenía. Pero no podían poner puertas al desborde y a veces se cantaba y se blasfemaba.

Me refirieron que en otro pueblo cercano uno de los clientes, ligero de lengua y caliente de vino, depuso en   la máxima divinidad con la contundente frase que le costó al Cabrero dos meses de cárcel en 1982. La imprecación a la que me refiero fue escuchada por alguien con poder que pasaba por la puerta. El autor terminó también entre rejas.

Tiempos pasados de vino amargo, que no daba alegría ni quitaba las penas.

Según y cómo

Los que nos precedieron amojonaron el camino con consejos y refranes para que los que vinieran detrás aprovecharan su experiencia atesorada a base de observación, aciertos y errores. Pero hay contradicciones en esos aforismos porque la vida no transcurre igual para todos y cada cual cuenta la feria según le va.

Si uno dice que no por mucho madrugar amanece más temprano, hay otro que aconseja hacerlo para que Dios ayude.  Que un pájaro en la mano vale más que ciento volando y, sin embargo, también nos previenen de que el que no arriesga no gana. Todos contienen una parte de razón, según las circunstancias. Tenerla siempre es muy difícil.

Ciertos temas están recubiertos de afiladas aristas y al tocarlos cortan. Las opiniones políticas, en muchos casos, opuestas, viscerales e irreconciliables que oímos, no solo en las tertulias televisivas y radiofónicas, sino en nuestro círculo de amigos y conocidos, nos muestran la diversidad de percepciones de la realidad, tamizadas por cedazos de intereses, fobias y filias. Pocas, por el sentido común, aunque todos lo reivindican como propio.

Conviene distanciarse para tener una visión más amplia que la que proyecta la sombra de nuestras propias narices. Aceptar la posibilidad de que el otro puede tener razón y yo estar equivocado antes de echarse al monte de los improperios y en trance de cogerse por la pechera cuando hierve la sangre y faltan palabras para apoyar nuestros argumentos. Actitud tan extrema, como inútil. Nadie convence a nadie con insultos. Al contrario, profundizan las diferencias.

Ha habido dictadores en la historia considerados unos tiranos sanguinarios por ciertos sectores y héroes que salvaron a sus países de presuntos peligros interiores o exteriores por otros.

Los pactos con otras formaciones políticas buscan la estabilidad de los gobiernos cuando se está en minoría o el interés particular para permanecer en el poder a cualquier precio. Según lo haga un partido u otro.

Los que vienen en patera son unos potenciales delincuentes que enturbian nuestra convivencia con desórdenes y robos o personas que huyen de la miseria de sus países de origen, jugándose la vida en el intento.

Los que se suben en el burro ni se bajan ni dan su brazo a torcer fácilmente. Si rectificar es de sabios, aquí somos más de sostenerla y no enmendarla, poniendo los atributos masculinos como garantía.

Si los que defienden con vehemencia a quienes son de su cuerda cuando aciertan y critican virulentamente al adversario cuando yerra, hicieran lo mismo cuando los oponentes atinan y los suyos meten la pata hasta el corvejón, serían dignos de encomio. Pero eso es una utopía que supera a la imaginada por Tomás Moro.

Buena predisposición para los debates sería aplicar a los mismos lo que decía el escritor francés de Burdeos Michel de Montaigne. “Cuando me llevan la contraria, despiertan mi atención, no mi cólera. Me ofrezco a quien me contradice, que me instruye”.