En estos tibios días de octubre ya debe de estar el curso académico encarrilado en sus distintos niveles, desde las guarderías a la universidad. Promociones de alumnos que entran y otras que salen.
Mi generación y aledañas aprendimos con la enciclopedia Álvarez como libro de cabecera y el Nuevo Catón como lectura. Desde entonces se han sucedido muchas leyes educativas para intentar adaptar la enseñanza a la evolución de la vida, que es esquiva y se va de las manos como los peces que pescábamos con las manos en los arroyos. Intentan ponerse a la altura, pero no bien llegadas aparecen otros retos por la rápida evolución de la sociedad.
Ha cambiado mucho la organización de los centros desde entonces. De un solo maestro, que impartía todas las materias al mismo grupo de alumnos, pasando por el adoctrinamiento religioso y político que marcaban los programas nacionales de educación, a un jubileo de profesores entrando y saliendo de las aulas, según especialidades. De la separación por sexos a la integración.
La pizarra y la tiza resisten a la introducción de medios audiovisuales e informáticos. Se ha reducido el número de alumnos por aula y se ha incrementado el de profesionales, con la dotación de equipos de orientación y logopedas. Se imparten idiomas, los grandes ausentes de tiempos pasados.
El papeleo se limitaba a tener una lista de clase con el nombre de los padres, domicilio, profesión, un registro de faltas de asistencia con un breve historial académico, el ERPA (Registro Personal Acumulativo) y el Libro de Escolaridad, donde se anotaban oficialmente las calificaciones finales.
En esta labor quizás se les haya ido la mano a los legisladores y, como el camalote en el Guadiana, la burocracia ha extendido sus tentáculos en demasía por todos los estamentos. Tareas administrativas, programaciones, adaptaciones curriculares, reuniones a todos los niveles que deben quedar reflejados por escrito para gloria y constancia de no sé qué vitrinas.
¿Y los resultados qué? Andreas Schleicher, investigador alemán en temas educativos y coordinador de PISA (Programa para la Evaluación Internacional de los Estudiantes), ha dicho que los alumnos españoles son buenos reproduciendo contenidos, pero no aplicándolos.
No sé si habrá un estudio comparativo de los niveles que se conseguían en el antiguo bachillerato con cuarto y reválida, los de la EGB y los que se obtienen ahora al terminar segundo de ESO, que son niveles equivalentes en épocas distintas.
Por medios no es. Puede que, en Primaria, que es el cimiento desde el que se levanta el edificio de todo lo que vendrá después, falte más profundización en la herramienta fundamental: la Lengua. Lectura expresiva y comprensiva, expresión oral y escrita, desmenuzando textos y discursos y componiéndolos. Los comentarios de textos adaptados a los distintos niveles. El lenguaje es la llave que da acceso al conocimiento y facilita el camino para asociar, relacionar y sacar conclusiones. Para aplicar lo que se aprende.