En el juego de la comba dos niños hacen girar una soga y los demás saltan, procurando que pase por debajo de los pies y por lo alto de la cabeza. Hay que sincronizar las entradas y las salidas para no ser eliminados o penalizados con la sustitución de los que están moviéndola. Terminada una tanda se vuelve a hacer cola por la parte contraria. El juego se acompaña con canciones tradicionales. El cochecito leré… Al pasar la barca me dijo el barquero… De Cataluña vengo de servir al rey…
A los que son muy hábiles y tardan en ser eliminados les incrementan la velocidad hasta que los hacen fallar.
El sol es la comba que va del orto hasta el ocaso, y la tierra, con nosotros dentro, la niña que juega a luces y sombras con sus giros.
El astro rey ha ido subiendo en el horizonte poco a poco desde la sima del invierno hasta llegar a lo más alto, ampliando las horas de luz y dilatando los crepúsculos vespertinos.
El reparto de claridades tiene sus límites en las veinticuatro horas que dura la rotación. Lo que pierde la noche lo gana el día.
Intento vano ampliar o reducir fronteras, por muchas prisas que nos urjan.
El próximo mes colgarán en las administraciones de lotería, los décimos de Navidad, jinetes de piernas abiertas sobre los alambres de la suerte.
Ansiamos que lleguen las rebajas cuando no hemos estrenado algunas prendas de las que adquirimos en las últimas.
Queremos que pasen los días y lleguen las vacaciones, el viaje proyectado, el reencuentro familiar, la fiesta; que pase el calor y que venga el frío para luego ansiar lo contrario cuando nos salen sabañones.
Tenemos prisas por llegar a un lugar y una vez allí nos impacientamos y queremos volver a donde estábamos.
Nunca el gozo es duradero y no damos por completa dicha alguna. En cuitas se nos va el hoy y el mañana nunca llega. Paso que avanzamos, paso que se aleja. La angustia de no estar a gusto en ningún sitio, de viajar sin saber si es búsqueda o huida el impulso que nos mueve.
Hay que entrar al salto en el momento justo y disfrutar lo que tenemos sin los apremios de las prisas.
De camino hacia el solsticio de verano la comba del sol ha ido remontando en la bóveda del cielo. Golondrinas, aviones y vencejos rayan el intenso azul de las mañanas con sus vuelos. Las calimas reverberan a lo lejos. En olivares y encinares la chicharra recorta el aire denso de la siesta y de noche la rana y los grillos trenzan, con encajes de luna, un vestido de plata al agua en la ribera.
Disfrutémoslo. No tengamos prisa por llegar de donde no podremos regresar nunca.
En este juego planetario, una vez que sales, no hay ocasión de colocarse de nuevo a la cola.