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Sostiene entre las manos largo vaso
y no mira la cara al confidente
pues pasa su mirada entre la gente
sin hacer al amigo el menor caso.
El pobre acompañante ya ha empezado
siete veces la misma parrafada
que interrumpe de forma descarada
otras tantas que ve a un recién llegado.
Se consume la luz de los luceros
y sale rojo el sol por el oriente
cuando se va la gente despidiendo.
Y vuelve a los pasados derroteros
camino de sus casas al relente:
que no acabé… como te iba diciendo…