Mitos

 

Unos niños juegan en la plaza sin ser conscientes de que están construyendo un mundo de añoranzas para cuando sean mayores. Echarán de menos a esos amigos con los que comparten sus juegos, el toque de las campanas llamando a misa, el sol que se despide amarillo del chapitel de la torre y los grajos y palomas que vuelan alrededor.

Para entonces el tiempo habrá modificado en su memoria este momento.

En su transcurso la fantasía irá llenando de aderezos sus recuerdos. Y ya no serán como fueron, sino como les gustaría que hubiesen sido.  “La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”, en palabras de Gabriel García Márquez.

Suele darse en las vivencias de nuestra infancia y juventud. De ahí, quizás, lo de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Pero no es así. Tendemos a quitar espinas y a conservar las rosas, a mantener lo dulce y a eliminar lo amargo. Si le ponemos un poco de luz a la razón veremos que lo que se idealiza no fue tan placentero como lo contamos. Que sufrimos y tuvimos que enfrentarnos a momentos desagradables, traumáticos en ocasiones.  Que cuando estábamos en el cenit de lo que se supone el disfrute de la juventud también zozobramos muchas veces.

Creamos mitos y los veneramos, como los pueblos primitivos levantaban altares a sus dioses o tótems a sus creencias.

La muerte es la aduana de la inmortalidad para los que brillaron y se fueron. Necesitamos algo permanente en un mundo volátil. Ídolos que, aunque sean de barro, nos parezcan eternos y nos ayuden a tener anclaje en ese refugio, más proclive a la emoción que al raciocinio.

Suele suceder también en el deporte y en los toros.

Los cronistas glosan con hiperbólicas imágenes las gestas de quienes fueron celebrados jugadores de fútbol. Gainza fue apodado El Gamo de Dublín, Di Stéfano, La Saeta Rubia, Gento, La Galerna del Cantábrico, Gorostiza, La Bala Roja…

Si nos dicen de corrido la delantera de los años cuarenta del Atlético de Bilbao (Iriondo, Venancio, Zarra, Panizo, Gainza) o la de los Cinco Magníficos de los años sesenta del Real Zaragoza (Canario, Santos, Marcelino, Villa y Lapetra) transformamos en imágenes jugadas de ensueño desde las ondas sonoras de Carrusel Deportivo en aquellas tardes de domingo.

En el mundo del toreo existen mitos y leyendas que trascienden a una época determinada. Manolete sigue muriendo cada año en la plaza de Linares. Se rememoran lances y anécdotas de los toreros. Reales unas, inventadas otras y mitificadas todas. La rivalidad de Lagartijo y Frascuelo, Luis Miguel Dominguín y Antonio Ordóñez, Joselito el Gallo y Juan Belmonte, entre otros. Faraones y califas toreando al natural en el ruedo de las fantasías.

Sublimamos a personas y situaciones como una aspiración de permanencia. Quizás por lo que soñamos o quisimos haber sido y nunca fuimos.  

Dichosas rutinas

Esas pequeñas cosas, aparentemente intrascendentes, que nos producen un bienestar difuso, sin altibajos emocionales, conforman el núcleo central y más estable de nuestra vida. El que, como un pegamento, une alegrías y penas, formando un todo indisoluble.

No es fácil mantener el ánimo siempre en la cúspide. Hay curvas, piedras y pendientes en el camino y cuando menos te lo esperas, en un cambio de rasante, te das de bruces con un problema mal aparcado. Se alteran nuestros signos vitales básicos y al corazón le cuesta volver a sus cadencias habituales.

Los momentos de felicidad son resplandores que desaparecen pronto. Desde las simas de las aflicciones cuesta más trabajo levantar el vuelo. Resplandores y oscuridades se alternan en el inevitable transcurrir del tiempo.

En medio de ellos, la monotonía de las rutinas, que a fin de cuentas es el intervalo más duradero y estable.  Es como la materia oscura del universo que, según los astrónomos, no emite ninguna radiación electromagnética, pero está ahí, influyendo en el movimiento y sincronía de las galaxias. Espacio y tiempo sin límites claros donde se desarrollan acciones a las que no les damos importancia, pero que forman el armazón que da estabilidad a nuestra estructura emocional. Hábitos adquiridos inconscientemente por la tendencia natural al equilibrio.

También tiene placeres la monótona cadencia de los días, como el remanso de agua cristalina entre el verde frescor de la floresta, alejada de violentas correntías.

Acudir al trabajo y esperar con ilusión el fin de semana. Echarte a la siesta, el paseo diario, las copas cuando plazca y charlar con los amigos, sentarte en la puerta de tu casa a ver pasar la gente e intercambiar tópicos sobre el estado de la atmósfera. Calentarse en la candela de llamas los crudos días del invierno, oyendo el crepitar de la leña. De vez en cuando, según el cuerpo pida y el cariño demande, ascender a la cumbre donde Venus y Cupido tienen posada.

En estos días de vacaciones muchos buscan playas. Allí se supone que los que van encuentran lo que buscan. Los que permanecemos en tierra adentro somos marineros en mares ondosos de trigales. Al viento, velas de la flor de espliego. Aquí no planean gaviotas en el aire, son pardales, alondras, colorines y trigueros los que vuelan sobre sembrados pegujales. Las corrientes marinas, senderos trazados en la piel de las dehesas. Las mareas, que la mar nos presta, las hacemos viento para limpiar los trigos de las eras, bieldo en mano, hacia la luz lanzados bajo el azul de todas las riberas.

Cada cual, según edad y condiciones, disfruta a su manera. Unos mirando una cometa que se eleva y se sostiene sobre el fondo azul del cielo, otros contemplando crepúsculos de atardeceres y amanecidas.

No busquemos penas, que esas vienen solas.  Con estos buenos deseos me despido hasta septiembre, pasada que sea la vorágine festiva de agosto.

O tempora, o mores

Las personas y las costumbres cambian con el tiempo. Y las cosas.

¿Qué tienen en común aquel niño de rizos en la frente y este hombre que tengo ahora delante al que me ha costado reconocer como al amigo que jugaba conmigo en la plazuela?

Su cuerpo, ardilla que trepaba a las higueras, escurridizo y ágil, devino a flácido con arrugas en la piel y albura en las escasas zonas de la cabeza que aún conservan su cabello. 

Su casa cerrada rumia en silencio su abandono. Al entrar de nuevo siento un vacío lleno de vidas ausentes. Conversaciones de vecinas que trenzaban hilos con palabras. El polvo ha ocupado silenciosamente los pocos muebles que quedaron. En el desván, tejen las arañas el olvido en los rincones.

Las costumbres cambian por la lógica evolución de la sociedad.

Las hay, sin embargo, que necesitan puntas de lanzas para romper las burbujas donde las retienen los prejuicios y el temor a las críticas ajenas.

Del uso de los manteos, velos y cobijos, vestimentas que a la moruna usanza cubrieron las cabezas y espaldas de muchas mujeres, y que en su época fueron considerados casi de obligada observancia, hasta los tops cortos y ombligos al aire hay un largo proceso de censuras y conquistas.

Existen personas que, contra corriente, rompen con lo establecido, sufriendo reproches y censuras. Son criticadas, pero después muchos siguen la senda que ellas con valentía han desbrozado.

Cuando casarse era para toda la vida, aunque tuvieran que aguantarse carros y carretas, los que daban el paso y se separaban, sufrían el estigma de la reprobación social. La voz popular llamaba a las mujeres que no vivían en armonía con su cónyuge, malcasadas. Y no hablemos de quienes se amancebaban sin pasar por sacristía. Solo la resonancia de los sinónimos-barraganería, abarraganamiento, concubinato- ponían al vuelo las campanas del menosprecio. Un embarazo sin estar casada suponía deshonra y marginación. Una espada de fuego blandida por las convenciones sociales las expulsaba del grupo de la gente formal.  Ya vemos cómo han cambiado, afortunadamente, los comportamientos y las mentalidades ante estos casos.

 ¿Por qué esa obsesión por el sexto y el noveno, habiendo diez mandamientos?

Sobre los cambios que produce el paso del tiempo escribieron poetas, dramaturgos y compositores.  Columna vertebral de poemas y de inmortales obras de teatro. Protagonistas que traspasan su vejez a un retrato o venden su alma al diablo con tal de detenerlo. Juan Ramón Jiménez lo plasma magistralmente: “Se morirán aquellos que me amaron/ y el pueblo se hará nuevo cada año”.

Charles Aznavour y Joaquín Sabina son muy parejos en sus experiencias. Uno encuentra un café bar y abajo una pensión donde estuvo su taller y el otro una sucursal del Banco Hispano Americano donde estaba el bar en el que conoció a una joven en un pueblo con mar después de un concierto. ¡Qué tiempos, qué costumbres!

 

PISA con tiento

 

Los maestros de mi generación empezamos nuestra labor docente con la implantación progresiva de la Ley General de Educación de 1970, la del ministro Villar Palasí. La famosa E.G.B.

Aprendimos y aplicamos las matemáticas modernas, aquellas de conjuntos, diagramas de Venn, uniones, intersecciones, aplicaciones… que estaban muy bien para desarrollar las capacidades de raciocinio, pero poco útiles de momento para comprar en la tienda y echar cuentas.

Conocimos la implantación del sistema de fichas. Se utilizaban los denominados ‘Consultores’ y había una puesta en común bajo la dirección del maestro.

Después de aquella importante ley vinieron otras. La LOECE (1980) de Otero Novas. La LODE (1985) de José María Maravall. La LOGSE (1990) de Javier Solana. la LOPEG (1995) de Gustavo Suarez Pertierra. La LOCE (2002) de Pilar del Castillo.  La LOE (2006) de María José Segundo.  La LOMCE (2013) de José Ignacio Wert y la LOMLOE (2020) de Isabel Celá. Y lo que rondaré morena.  Momentos hubo que dudábamos cuál era la que regía nuestra actividad, pues se solapaban en el tiempo.  Puede que a este paso se necesite un sistema de letras y números, parecido al de la matriculación de los coches para designar las sucesivas.

No terminaban de implantar las normas y asimilar nosotros la terminología de una ley cuando llegaba otra pisándole los talones. Esta situación desconcertaba a padres, alumnos y profesores.  Programar se estaba convirtiendo en una labor más absorbente que enseñar.  Objetivos, con variada gama y nivel, conceptos, procedimientos, actitudes, criterios de evaluación y calificación, descriptores operativos, situaciones de aprendizaje, estrategias, estándares, competencias básicas y específicas…

 

 

 

 

 

 

 

 

Pero vienen los informes PISA, que no son capas galantes para que la morena ponga sus lindos pies, y nos dan un pescozón por desaplicados, por mucho que en el último haya influido el periodo de encierro con el COVID.

Lo que no cambia con ninguna ley es aprender a leer y escribir en toda la extensión de sus significados. La llave maestra que abre la puerta al conocimiento.

Leer, no solo con dicción adecuada, sino comprendiendo cada expresión y cada giro a través de comentarios de textos adaptados a los niveles correspondientes. Decir lo mismo de diferentes maneras, sustituir por sinónimos, buscar antónimos, resumir…En fin, trillar los textos para sacar el grano.

Creo que los ejercicios del tipo verdadero o falso, ordenar con números diversas propuestas, subrayar la más importante, etc. son más fáciles de corregir, pero aportan poco a la expresividad de la lengua.

Cuatro pilares imprescindibles: comprender y expresarse oralmente y por escrito.

Potenciar la expresión oral, la cenicienta de nuestra lengua. Escuchar y exponer.  Es admirable la fluidez y riqueza de vocabulario de algunos niños de países sudamericanos, donde dejamos la herencia de nuestro idioma.

Los primeros cursos de Educación Primaria deben servir para construir los cimientos sólidos de futuros aprendizajes. No hay que inventarse tantos términos y sí profundizar en la práctica de los fundamentales. 

Mi querida España

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Esta piel de toro que habitamos con rabo por Gibraltar, costillares en la meseta e ijares en tierras extremeñas, está curtida al sol del mediodía y azotada por vientos de distintas direcciones: solanos, cierzos, mistrales, gallegos, tramontanas…Además de remolinos y tolvaneras que sorprenden con violentas espirales. Pero, al mismo tiempo, es susceptible e irritable cuando le tocan sus partes más sensibles.

No es alergia de adolescencia, pues es vieja y está experimentada en mil batallas. Lo genera su propia idiosincrasia, su sistema inmune que se replica a sí mismo como el eco de la tormenta entre montañas.

 

 

 

 

 

 

 

 

En ella pusieron sus pies iberos, celtas, celtíberos, fenicios, griegos, tartesios, cartagineses romanos, godos, musulmanes que fueron dejando un poso de culturas y civilizaciones…Y, desgraciadamente, también de guerras. Tenemos un listado numeroso. Entre otras, la de Sucesión a la muerte de Carlos II, la de la Independencia contra los franceses, la guerra de los Comuneros de Castilla, con Carlos I de España y V de Alemania como emperador, que llevaron al cadalso a Padilla Bravo y Maldonado, como citábamos de corrido en la escuela. Tres guerras carlistas por la pugna entre los partidarios del infante Carlos María Isidro e Isabel II, la permanente disputa entre conservadores y liberales. Y la más reciente, la civil del treinta y seis.

La Constitución de 1978, con zonas de penumbra mejorables, ha propiciado un largo periodo de estabilidad y progreso. Pero a esta piel, que debería de estar curada de espanto y asentada, todavía le salen urticarias.

Después de seis siglos no hemos conseguido tapar las grietas de su construcción por la falta de visión política de unos dirigentes que se pasan o no llegan.

 

 

 

 

Este desasosiego de acostarnos temiendo que las goteras del techo, allá arriba, nos echen el edificio abajo, es un continuo sinvivir. No podemos soportar permanentemente esta zozobra.

José Ortega y Gasset en la ‘España invertebrada’ escribe: “La esencia del particularismo es que cada grupo deja de sentirse a sí mismo como parte, y en consecuencia deja de compartir los sentimientos de los demás”.

Y cuando uno no se siente parte del grupo tira de la manta y deja con los pies al aire a los demás. Viendo de donde proceden los tirones puede suponerse quiénes vamos a sufrir los primeros estornudos.

No queremos una situación como la que describió Antonio Machado: “Fue un tiempo de mentira, de infamia. A España toda, la malherida España/ de carnaval vestida/nos la pusieron pobre, escuálida y beoda, /para que no acertara la mano con la herida”.

Cambiarán los gobiernos, pero los problemas seguirán mientras no se les dé solución, que no pasa por enfrentar a la mitad de los españoles con la otra mitad. Esta tarea corresponde a estadistas de altura que, sin caballos de Pavía ni destrucción del Estado, sean capaces de fijar límites claros, precisos y estables, sin menoscabo de dignidad y derechos para nadie.

Nuevas tecnologías y aprendizaje

 

Fueron llegando los ordenadores a los centros de enseñanza poco a poco, con pisadas de ratón sobre almohadillas. Los primeros, rudimentarios, con tarjeta de presentación de MS-dos.

Los maestros más veteranos los miraban con recelo.

Mediaba la década de los ochenta. La informática estaba en pañales y los que debíamos de empezar a utilizarla en pelotas. Comenzamos a familiarizarnos con términos desconocidos hasta entonces: sistema operativo, gigas, pixeles…

Organizaban cursos para formar, con premura y falta de criterios claros. Yo asistí a uno en el antiguo CEIRE (Círculos de Estudios e Intercambios para la Renovación Educativa) de Berlanga. Teníamos que aprender a programar. La ignorancia propia de los novatos, unida a un escaso material y a lo enrevesado del contenido terminaron por desanimar a muchos.  No era esa nuestra función ser programadores.

Convocaron proyectos, como el Atenea, restringido a los centros que presentaran solicitud y compromiso de aplicarlo.

Llegó después la expansión con mejoras funcionales. Entonces sí que las ciencias adelantaban que era una barbaridad. Se dotó a las aulas de ordenadores, pizarras digitales, impresoras…

Pero es momento ya de hacer balance, sin negar el indudable adelanto que han supuesto y las ventajas que conllevan las nuevas tecnologías.

Suecia va a revisar y a corregir ciertos aspectos en su utilización. No hay una correspondencia entre su uso y una mejora de los resultados académicos.

Un estudio realizado por la OCDE, ‘Estudiantes, ordenadores y aprendizaje’, pone de manifiesto sus peligros y desviaciones.

Han marginado la escritura a mano, empobrecido el vocabulario, devaluado la reflexión y profundidad en los trabajos, dispersado la atención y la concentración…

Nos señalaron un objetivo y nuestra mirada quedó trabada en el medio que lo facilitaba. Nos deslumbraron las pantallas.

Hay que dosificar y racionalizar su uso.  Abogan por utilizar más el papel, los apuntes a mano, la elaboración personal de los trabajos. Menos pasividad y rincones para vagos.

Los entendidos consideran que en las primeras etapas de la enseñanza, que son fundamentales para asentar las bases sobre la que se construirá el edificio de la formación posterior, no debe generalizarse su uso.  

Aunque lo de la letra con sangre entra está, afortunadamente desterrado, aprender precisa un poco más de implicación, de concentración y esfuerzo.

 

Hay un camino que va de los sentidos al cerebro, de lo concreto a lo abstracto, que es preferible recorrerlo con actividades más elaboradas por nosotros, más personales.

En expresión escrita, la caligrafía, los dictados, las redacciones y los comentarios de textos adaptados a la edad, así como en expresión oral las exposiciones coherentes y razonadas, constituyen el armazón de una buena formación académica.

De aquel maestro que describió Antonio Machado con un libro en la mano mientras los colegiales recitaban “mil veces ciento cien mil, mil veces mil, un millón”, un fósil de ámbar conservado en la carcomida estantería de los recuerdos, quizás haya que rescatar algo que no cambia con las modas.

 

La vida, en bancarrota

 

Los que vimos por televisión las imágenes no las olvidaremos jamás. Sucedió en Armero (Colombia) en el año 1985. La niña Omayra Sánchez estuvo durante tres días atrapada en una poza envuelta en el lodo que había provocado la erupción del volcán Nevado del Ruiz. Le llegaba el agua hasta la boca y apoyaba sus pies sobre los cadáveres de su familia. Los intentos por salvarla, carentes de los medios adecuados, resultaron inútiles. Su lenta agonía conmovió a todo el mundo por la entereza, el valor y la sensatez que demostró en aquellos momentos tan dramáticos.

 Bastantes años antes de este suceso, en junio de 1972, el fotógrafo Nick Ut fotografió a un grupo de niños vietnamitas que huían despavoridos por una carretera de las bombas de napalm. La niña que corría desnuda gritando de dolor por las quemaduras, junto con sus primos, era Kim Phuc.  Esta impactante instantánea ganó el premio Pullizer al año siguiente.

Son dos testimonios que reflejan el sufrimiento que pueden provocar la naturaleza o la barbarie humana. Incontrolable en un caso, previsible y evitable en otro, si la condición humana no estuviera podrida por el odio, los fanatismos y los intereses económicos.

La inmensa mayoría nos conmovimos al contemplar estas escenas. Habría que tener muy mala baba para no hacerlo o ser un psicópata que no es capaz de sentir empatía por las víctimas.

Esa misma índole es la que en su faceta positiva salva vidas o muestra apoyo y solidaridad con los que sufren. De los dos comportamientos existen ejemplos abundantes.  Repulsivos unos, encomiables otros.  Como seres humanos rozamos la gloria o avivamos los infiernos.

Las guerras hacen rutina de la muerte y, como consecuencia, la vida pierde valor, hasta la insignificancia. El bien fundamental, individual e irrepetible, está a merced de sanguinarios iluminados, revestidos de mesías de sus pueblos.

Los medios de comunicación informan diariamente de los muertos y heridos que se van produciendo en atentados y contiendas.  La última salvajada, centenares en un hospital. Números que conforman estadísticas a los que nos estamos habituando con pasmosa indiferencia.

Más abyecto aún, más denigrante, más enfermizo es justificar o condenar según bando, religión o ideología a los que pertenecen las víctimas. Una aberrante malformación de las conciencias y distorsión de valores que siente alivio el malsano placer de la venganza.

Existe un derecho natural, fundamentado a lo largo de los siglos por eminentes filósofos y pensadores, que distingue lo justo de lo injusto con validez universal y permanencia en el tiempo.

La humanidad va degenerando. Vamos cuesta abajo en la rodada hacia la autodestrucción.

¿En nombre de qué patria o de qué ideas pueden encontrarse justificaciones para matar a niños y personas inocentes?

Erigimos pedestales o condenamos al olvido, según y cómo. Creamos héroes o convertimos en villanos. Memoria u olvido, a conveniencia. Nadie, enarbolando banderas, tiene derecho a hacer sufrir a sus semejantes.

Dar pico y salir con pala

Cuatro letras, cuatro fonemas enlazados en la escritura o en la boca bastan para abrir un variado abanico de significados y acepciones. La polisemia es rica, pero, al mismo tiempo, exige concreción. Un uso ambiguo produce equívocos.

En una clase de lengua de primaria realizábamos un ejercicio sobre las diversas formas de decir la hora. Al preguntarle a una alumna sobre el significado de ‘es la una y pico’, respondió que era el momento de tomar algo para picar.

Si alguien dice, ‘me pidió un pico y se lo di’, sin más información, puede que el que escuche interprete que se refiere a un beso en los labios, de esos que son como un roce de alas de mariposas, o a la herramienta con la que se abren zanjas y se lastiman espaldas. Puedes ir a por lana y salir escaldado.

Hay que especificar contexto y situación para que el oyente o lector comprenda de qué va el asunto.

 El diccionario de la RAE recoge los posibles usos de este término. Hay casos curiosos. Una de las expresiones del mundo marinero es ‘pico cangrejo’, expresando esta última la verga que se ajusta al palo. La mente se adentra en el atrayente terreno del erotismo. Pero hay que aclarar. Aquí no es pene, sino percha labrada convenientemente a la cual se asegura el grátil de una vela. Vuelva al redil la imaginación libidinosa.

El pico puede ser de aves, mesas, canteros, vasijas, candiles o velones. Aludir a la cúspide aguda de una montaña o a la montaña de cumbre puntiaguda. Al todo o a parte.

A un pañal triangular para niños, a una cuantía pequeña de dinero que excede de un número (cien euros y pico) o a una cantidad abundante (eso vale un pico).

Puede referirse a la pinza de las patas delanteras de los crustáceos, a la punta o porción de ganado o al órgano chupador de los hemípteros.

De quien posee facilidad oratoria decimos que tiene un pico de oro.

Beber a pico de jarro es hacerlo con desmesura, sin medida, tirándoselo a pecho hasta que la respiración aguante.

Abrir el pico y cerrar el pico, son formas de expresar habla o calla 

El que anda a picos pardos se dedica a hacer cosas sin provecho y el que está de picos pardos, anda de juerga.

 

 

 

 

 

 

 

En la actividad cinegética existen otras acepciones. Entrar de pico, cuando el ave viene hacia el cazador de frente o con el pico al viento, cuando vuela contra él.

El que habla de pico lo hace de boquilla, habla por hablar, sin comprometerse a lo que dice. Quien hace el pico a alguien, se entiende que lo está manteniendo de comida.

Tener una palabra en el pico de la lengua es tenerla a punto de acudir a la memoria.

Y por fin hincar el pico, que es morir. Rico vocabulario el nuestro.

Bloques

El toreo ha tenido en diversas etapas de su historia figuras representativas de estilos diferentes. Cada una con detractores acérrimos y ardientes defensores.  Viene de muy atrás: De ‘Costillares’ y Pedro Romero, de Lagartijo y Frascuelo, de Joselito y Juan Belmonte. Yo conocí en los años sesenta la rivalidad entre los partidarios de Antonio Ordóñez, representante del toreo clásico, y los de Manuel Benítez, ‘El Cordobés’, que rompió cánones con su heterodoxo salto de la rana.

Pasa también con el fútbol. Aunque hay aficionados para todos los clubes, a nivel nacional, y traspasando fronteras locales, el grueso de la afición se decanta por el R. Madrid y el Barça.  Si queremos comprobar el resultado de esta rivalidad, no hay nada más que juntar en un bar a forofos de uno y otro equipo un día de partido.

A nivel político está sucediendo algo parecido. Alrededor de los dos partidos mayoritarios se han formado dos bloques que han polarizado filias y fobias, manifestadas por seguidores y detractores con frecuentes insultos y difamaciones. Basta con asomarse al vomitorio de las redes sociales para comprobarlo.

Como agujeros negros, las formaciones grandes, engullen lo que hay alrededor. Y como se tragan a los que están en sus extremos sufren la indigestión de tan dispar comida, al tiempo que sus imágenes ante los electores se cargan de tonos más intensos, rojos y azules.  

La elección se reduce a dos bloques que, aunque formados por variadas siglas, pueden reducirse a dos: derechas e izquierdas.

Dicen los entendidos que tener muchas posibilidades para escoger puede generar angustia e insatisfacciones. Es lo que llaman la ‘paradoja de la elección’: más libertad, pero más dudas.

Cuando las opciones se reducen a dos, te caldeas menos la cabeza, pero existe el inconveniente de que acentúan la división entre los partidarios de ambas opciones. Hay expresiones populares de esta dicotomía: Lo tomas o lo dejas. Teta o chupe. Bebes o soplas. Conmigo o contra mí.  Monárquico o republicano.  Simplismo elevado al cuadrado.

Demos las gracias por que no ha llegado todavía el que proclame:  Yo o el caos.

Nos quieren llevar por dos grandes cañadas al aprisco, con alambradas a los lados y eliminando las alternativas de las veredas.

 

Mientras no modifiquen la Ley Electoral vigente, y esto no les interesa a los grandes partidos, la representación estará distorsionada. No es justo que una formación con poco más de 390.000 votos saque siete escaños y a otros no les sirvan 600.000 para obtener un diputado. Es solo un ejemplo.

Exigir impunidad y referéndum de autodeterminación a cambio del apoyo a la gobernabilidad, contando con solo siete diputados, no es de recibo. El 1,60% de votantes no puede condicionar al 98,40%. 

Faltan un poco de sentido común y altura de miras. El bien común antes que el propio.

Hasta septiembre, si por bien es y así lo quieren. Ha sido un placer. 

Nuestras casas

Los bloques de pisos son corazones que laten con pulsaciones luminosas desde que empiezan a encenderse las primeras luces en sus habitaciones hasta que se van apagando poco a poco.   Cada punto de luz es un latido. Aunque se perciben desde fuera, solo los que están en su interior saben los motivos por los que se encienden o se apagan.  Marcan las horas de sueño y los desvelos. El llanto de un niño que despierta a los padres, la encarnación del amor o el desasosiego de los que esperan. Tal vez un malestar repentino.  La vida, con sus preocupaciones y esperanzas.

Las viviendas son los refugios en los que nos resguardamos de la intemperie. Lugares donde hallamos descanso y, sin composturas ni poses obligadas, nos relajamos. Los silencios no son incómodos y las palabras fluyen espontáneas, sin cumplidos ni obligación de tener que abrir la boca.

La alegría y la tristeza se manifiestan sin filtros, también los enfados y, desgraciadamente, a veces, la violencia.

De niños corríamos hacia la nuestra cuando nos encontrábamos en apuros, como los animales lo hacen a sus madrigueras si presienten el peligro.

¡Ay los timbres en la madrugada y los aporreos en las puertas a deshoras, cuando no se espera a nadie! Toques de ansiedad cuyos ecos quedan flotando en el silencio de la incertidumbre. ¿Quién será a estas horas?

 En los pueblos las casas han dejado de ser los lugares donde se desarrollaban tres hechos fundamentales: nacer, celebrar los casamientos y velar a los muertos. Vida, amor y muerte. Las tres heridas que escribió Miguel Hernández.

La comadrona y las vecinas ayudaban a dar a luz. Los parientes de ambas ramas preparaban los convites de las bodas. En los duelos se despedía al difunto acompañándolo por última vez.

Cuando la noche estaba en su cresta y los gallos aún no habían movido la suya para picar el alba, quedaban la familia y los vecinos más allegados. Entre cabezadas se fumaba y se charlaba con lagunas de silencio en las que solo se oía el tictac del reloj, marcando la cuenta atrás a la alborada. Alguien, que se asomaba al exterior de vez en cuando, anunciaba el clarear. La luz del día pasaría de largo, por primera vez y para siempre, por las pupilas inertes del difunto.

Lo dijo Pascal. Todas las desdichas vienen por no saber permanecer en casa. Te acuerdas en los apuros.

Una noche borrascosa, con viento y lluvia, regresábamos un grupo de amigos de la discoteca de un pueblo cercano por una carretera poco transitada. Pinchamos una de las ruedas del coche. Casi a tientas, nos pusimos manos a la obra para cambiarla. Uno de los compañeros de expedición, paraguas en mano y de espaldas al ábrego, aliviaba la hinchazón de su vejiga.  Estando en estas, exhaló un suspiro que le salió del alma: “¡Quién estuviera en casa meando para acostarse!”