La vida es un paréntesis

 

  

Cada vida cabe dentro de un paréntesis.

Alas de mariposas

que guardan dentro penas y alegrías.

Ni la puerta que abre

ni la que cierra

dependen de nosotros.

Los suicidas usan

una llave robada a la esperanza

y se van dando un portazo.

La mayoría espera al cerrajero,

insobornable y caprichoso;

necesario a veces.

Una vez completado el ciclo,

vuelan libres las alas,

enjambres de paréntesis vacíos,

por todo el universo.

Provocan apacible brisa

o irascibles vendavales.

¿Por qué se enfadan?

¿Por qué nos acarician?

Quizás quieran decirnos algo

y no las entendemos.

 

 

 

 

 

Juan el del kiosco

Años después fue lo del kiosco,

pero esa historia tuvo unos comienzos.

Juan era el sacristán de la parroquia.

Como los estipendios

eran escasos, tuvo

que aguzar el ingenio.

Al edificio de la Acción Católica

acudíamos muchos

para ver la televisión

y se le ocurrió vender vasos

de gaseosas a peseta.

Para el verano adquirió una nevera

que le facilitó Guaditoca,

la que tenía el bar del Sindicato.

Era de esas que se les metía

una barra de hielo dentro

Para empezar aquel negocio,

me lo refirió él,

le pidió un préstamo de cinco duros

a Catalina, que era

la sobrina de don José, el cura.

Más adelante compró un frigorífico.

En el congelador hacía polos

en vasitos con gaseosa

y palillos de los dientes,

que le servían de soporte.

Después amplió la oferta

con helados y el ámbito

se extendió por las calles.

Yo tenía una bicicleta

y en el portamaletas

colocábamos la garapiñera.

Voceando el producto

y haciendo escala en las esquinas

recorríamos todo el pueblo.

A mí, por el servicio,

me invitaba a un helado.

Lo cuento para que se sepa,

para que las pavesas de los años

no cubran su recuerdo.

Y también como homenaje a Juan,

que fue un hombre bueno.

Vivimos por azar

Soy el eslabón de una cadena

iniciada al principio de los tiempos

por la casual unión de mis ancestros,

ligados unos a otros en secuencias.

Yo no hubiese arribado a esta ribera

con otros diferentes casamientos,

pues solo de esos cruces estoy hecho

y un trueque anularía mi existencia.

Como todos, procedo de la mezcla

de unos espermas y óvulos concretos.

Un cambio solo y yo no hubiese sido

ni estaría escribiendo este poema.

Por contra, otros, no han llegado al sido

por no haber cruces para tantas velas.

Quedaron en potencia,

en posibilidades incumplidas,

que no tuvo a bien cruzar la vida.

Galgueros

Va el galguero viejo con precavido andar,

vista larga y paso corto,

surco a surco,

palmo a palmo del terreno

con niebla, lluvia o el tibio sol

de las mañanas otoñales.

Salta la liebre, como siempre,

cuando menos se la espera.

A su voz, salen los galgos tras  ella.

Quiebros, recortes, zigzagueos…

por campiñas, dehesas y olivares…

Busca instintivamente el perdedero

entre los juncos que hay en la ribera.

Desde un otero,

la mano en la frente por visera,

el galguero contempla

los lances de la rápida carrera.

(A todos los galgueros y especialmente a Pepe, padre de mi amigo Manuel)

Mayo, despeñado

 

San Isidro era la linde que en estas tierras labrantías dividía al mes de mayo en dos vertientes, una mirando a la primavera y la otra al verano. Las espigas, mecidas por los aires gallegos en un mar de ondulaciones, granaban por este tiempo. Las amapolas, eran el adorno rojo de sus faldas verdes. El clima va alterando lenta, pero inexorablemente, la cadencia de las estaciones. Los tránsitos de unas a otras se solapan con límites difusos. La primavera se adelanta y el verano se prolonga. Un cambalache inestable donde deambulan como zombis los más enraizados refranes, sin saber dónde encajar su experiencia acumulada. Ni marzo fue ventoso ni abril lluvioso. Le quitaron a mayo el lucimiento en la pasarela de los meses. Devino de florido a canoso en un precipitado declive.

Los embajadores de malos presagios fueron preparando este desolador paisaje. Las calimas con sus redes de velos anaranjados y polvorientos viajaron desde el sur en varias y poco habituales ocasiones. Invasión turbia y silenciosa que ha ido tomando posiciones para quitar verdor y sustituirlo por el gris Sahara. Se le conocían incursiones en años anteriores, pero eran más esporádicas y tardías. Reptil sediento que ha arrastrado su vientre escamoso por vegas, valles y cañadas, llevándose humedades y dejando polvo.

Echamos en falta las brisas tibias de otros mayos y el verde que agostó temprano. Envejeció prematuramente de calor y yace escaso de frutos y sobrado de sequedades en mitad del páramo de este año.  No es por falta de santos que lo amparen. Está bien servido, desde la Cruz a san Fernando. En medio, la Virgen con tres pastores.  Y el patrón agricultor rezando mientras le labran la besana dos ángeles custodios. Al frente del santoral cortejo, portando estandarte reivindicativo por concesión de Pío XII, va san José, obrero y artesano.

Echamos de menos el gozo de los sentidos visuales y olfativos que, en otras primaveras más largas, destacaban. Estos días tienen el sabor salobre de la desesperanza.

Llegan de muy lejos, como consuelo en el recuerdo, las voces infantiles ofreciendo a una virgen de sonrisa permanente flores para el dosel y aromas de azahar en la capilla.

De la adolescencia, el pañuelo al cuello de la joven en aquellas romerías por veredas entre verdes trigales. Mariposa que aleteaba en su cara con el tibio céfiro de poniente.

Al chico que canta Sabina le robaron el mes de abril y a nosotros nos han dejado huérfanos de mayo. Lo han despeñado por la vertiente que da al verano.

Hoy viernes es luna llena. La veré levantarse sobre el horizonte, extender su manto, primero amarillento, después plateado, sobre las espigas secas y caminos polvorientos. Quizás canten los grillos. Ranas, pocas. Yo, con ella enfrente, añoraré el tiempo que se nos fue de las manos.

Faltará el rumor del agua sobre el mármol de la fuente del jardín que describió Antonio Machado.

Vergüenza y dinero

Un señor, que tal nombre no merece,

supone que el dinero que ha ganado

de manera abundante, es bien cierto,

atributo le da para el acoso.

Se dirige hacia mí con prepotencia,

reprochando conductas en cuestiones

de las que soy ajeno y no me importan,

como una obligación que yo tuviera,

y él, haciendo de buen samaritano,

(el que no lo conozca que lo compre)

me exige lo que no me corresponde.

Bien pudiera emplear esos caudales

en darse un buen repaso de garlopa

a ver si le aparece la vergüenza.

Intransigentes

Salgo para distraerme
echando un rato de charla
con todo aquel que se tercie,
 y tomar vinos o cañas.
Mas, ocurre algunas veces
que cuando regreso a casa
llevo la tensión a tope
y en la cabeza migraña.
Dios me libre del azote
de quienes solo ven claras
sus excluyentes razones,
pues con esos tarambanas,  
por mucho que yo repliegue,
conversar es cosa vana.

Dios

No sé si habrá Dios.
pero en el que de niño me inventaron,
no creo ni espero.
Ni en palomas que preñan
ni en infiernos que queman.
Lo de Eva y Adán
está ya demostrado.
¡Qué ingenuo lo de la manzana!
El que pudo evitarnos sufrimientos
no lo hizo, ¿por qué nos condenó
y tuvo que salvarnos
con una muerte cruenta
de un pecado que nunca cometimos?
Eso de Lucifer es otro cuento
para las noches de invierno.
¿Se queman los espíritus?
Los cuerpos permanecen en los nichos,
algunos infelices en cunetas.
Otros navegan río abajo
o quedan esparcidos por los campos.
La vida es el paréntesis
de la nada a la nada
y me muero porque me toca.
Y con eso termina nuestra historia.
El universo seguirá creando y destruyendo.
Misterio inalcanzable todavía.
En él está la explicación de todo.

Olvidos

El pozo de su memoria empezó a enturbiarse,
levemente al principio,
como si un pez removiera el fondo con su cola.
Una tenue bruma terrosa
se extendió por el agua.
– ¿Dónde coño habré puesto yo las gafas?
-No sé si me he tomado las pastillas.
Comenzó a escribir en un cuaderno
lo que quedaba por hacer y lo que había hecho
para poner freno al olvido.
Ayer, hoy y mañana
rompieron lindes y mezclaron horas.
Se perdía en las calles por las que anduvo siempre,
desorientado por la espesa niebla
que se había extendido por su mente.
Observaba las casas con ojos de asombro,
intentando encontrar la suya.
Un día un familiar halló el cuaderno
en el cajón de su mesilla
con un último apunte escrito:
El nombre de una calle, un número y un pueblo:
‘Mi casa, por si alguna vez me pierdo’.

Escribir en el agua

Si además de escribir,
que ya es trabajo,
tengo que procurar que me publiquen,
como el que pide a préstamo dinero,
no me esperen llamando a los postigos,
de editoriales ni libreros,
pues, como bien dijo Machado,
salvando las distancias, claro,
“… al cabo, nada os debo,
debéisme cuanto he escrito…”
Tampoco es para tanto, ya lo sé,
pues comprendo la poca trascendencia
y la escasez de mi trabajo.
Lo que aquí expreso no va contra nadie,
sino contra mí mismo.
Admiro a los amigos que publican,
meritísimas obras
por ellos o apoyados por mecenas.
Los mejores, por méritos.
Yo para lo poco que tengo,
como no me reclaman,
ni llamo ni molesto,
así evito un portazo en las narices.
Cuando transcurra el tiempo y me haya muerto,
quizás queden algunas huellas
por las hemerotecas del periódico
o navegando a la deriva
por el mar impreciso de estas redes.
Pero rogar, no ruego.
Si ustedes gustan,
que son quienes importan,
échenle un vistazo.
Lo demás me importa poco.
En la eternidad
no reciben laureles por correo,
ni el cancerbero ni san Pedro
dejan pasar a los intrusos.
En el silencio eterno,
a resguardo del tiempo,
no sabré qué será
de mis artículos y versos.
Si les sirven a ustedes de gozo o de consuelo,
me daré por pagado y satisfecho.
Aunque hasta mí no lleguen
señales de respaldo
-al menos que hayan desplegado los Novísimos
cableado de fibra
con cabellos de ángeles custodios-
les estaré por su atención
eternamente agradecido.