San Isidro era la linde que en estas tierras labrantías dividía al mes de mayo en dos vertientes, una mirando a la primavera y la otra al verano. Las espigas, mecidas por los aires gallegos en un mar de ondulaciones, granaban por este tiempo. Las amapolas, eran el adorno rojo de sus faldas verdes. El clima va alterando lenta, pero inexorablemente, la cadencia de las estaciones. Los tránsitos de unas a otras se solapan con límites difusos. La primavera se adelanta y el verano se prolonga. Un cambalache inestable donde deambulan como zombis los más enraizados refranes, sin saber dónde encajar su experiencia acumulada. Ni marzo fue ventoso ni abril lluvioso. Le quitaron a mayo el lucimiento en la pasarela de los meses. Devino de florido a canoso en un precipitado declive.
Los embajadores de malos presagios fueron preparando este desolador paisaje. Las calimas con sus redes de velos anaranjados y polvorientos viajaron desde el sur en varias y poco habituales ocasiones. Invasión turbia y silenciosa que ha ido tomando posiciones para quitar verdor y sustituirlo por el gris Sahara. Se le conocían incursiones en años anteriores, pero eran más esporádicas y tardías. Reptil sediento que ha arrastrado su vientre escamoso por vegas, valles y cañadas, llevándose humedades y dejando polvo.
Echamos en falta las brisas tibias de otros mayos y el verde que agostó temprano. Envejeció prematuramente de calor y yace escaso de frutos y sobrado de sequedades en mitad del páramo de este año. No es por falta de santos que lo amparen. Está bien servido, desde la Cruz a san Fernando. En medio, la Virgen con tres pastores. Y el patrón agricultor rezando mientras le labran la besana dos ángeles custodios. Al frente del santoral cortejo, portando estandarte reivindicativo por concesión de Pío XII, va san José, obrero y artesano.
Echamos de menos el gozo de los sentidos visuales y olfativos que, en otras primaveras más largas, destacaban. Estos días tienen el sabor salobre de la desesperanza.
Llegan de muy lejos, como consuelo en el recuerdo, las voces infantiles ofreciendo a una virgen de sonrisa permanente flores para el dosel y aromas de azahar en la capilla.
De la adolescencia, el pañuelo al cuello de la joven en aquellas romerías por veredas entre verdes trigales. Mariposa que aleteaba en su cara con el tibio céfiro de poniente.
Al chico que canta Sabina le robaron el mes de abril y a nosotros nos han dejado huérfanos de mayo. Lo han despeñado por la vertiente que da al verano.
Hoy viernes es luna llena. La veré levantarse sobre el horizonte, extender su manto, primero amarillento, después plateado, sobre las espigas secas y caminos polvorientos. Quizás canten los grillos. Ranas, pocas. Yo, con ella enfrente, añoraré el tiempo que se nos fue de las manos.
Faltará el rumor del agua sobre el mármol de la fuente del jardín que describió Antonio Machado.