Esta impúdica prima ha perdido definitivamente la vergüenza. Toda la noche de juerga y farra y ahora se le suben los puntos a la cabeza por la desmesurada ingesta a granel de garrafa ajena. Atiborrada de gustos caprichosos y ajada por su vida licenciosa, la muy insolente ya no se recata de exhibir su pródiga desvergüenza, sino que nos arroja a la cara sus lúbricos desmanes. Por más que nosotros, su honorable familia, hemos hecho lo indecible por disimular sus veleidades, ella paga nuestros desvelos paseándose desnuda y desgreñada por el patio de vecindad con las prendas íntimas en la mano. ¡Qué bochorno para una honra ganada a lo largo de generaciones de ejemplar comportamiento!
Las pocas, pero bien ganadas pertenencias de la familia, al albur de usureros prestamistas que como buitres planean en busca de cadáveres con que saciar su voraz apetito.
Sentados a un metro de distancia en la terraza de un bar miran en direcciones opuestas, bien a los que pasean o a los que están sentados en otros lugares; a veces, furtivamente, al reloj de la torre. No hablan. Comen pipas de una bolsa común que hay sobre el velador. Cuando pasa algún conocido levantan la mano para saludar. Después de dos horas salen las primeras y únicas palabras de la noche:
-¿Nos vamos ya?
-Vámonos
(Nota: Sí, son las primeras y únicas porque el camarero, que ya conoce sus hábitos, ha preguntado que si lo de siempre y ellos han asentido con la cabeza)
Los candidatos para las próximas elecciones nos están regalando los oídos, como las sirenas a Ulises y a su tripulación. No nos los tienen que tapar con cera ni atarnos al mástil del barco. Conocemos esos cantos.
Los líderes y sus séquitos llegan a los mítines con la parafernalia de himnos, banderas y abrazos por doquier. Las imágenes, sobre todo las de la tele, valen más que mil palabras, así que atentos con el rabillo del ojo a la lucecita roja de las cámaras que entonces sí que hay que echar el resto.
He escuchado en esta precampaña la propuesta de reducir el número de diputados y senadores. Creo que es una medida acertada, aunque malogre las expectativas de muchos afiliados.
En lo que se refiere al Senado que propongan la reforma de la Constitución, como se ha hecho con el tope de gasto público, y eliminarlo sin más.
Los diputados podían reducirse sin que la Institución sufriera menoscabo. He observado cuando votan en pleno dos detalles que desdicen de la alta misión que ostentan y que apoyan esta opinión. Uno es el de los deditos, no los cinco de la manita futbolística, sino los que levanta el encargado del grupo parlamentario para que todos voten lo que han decidido los jefes: uno para el sí, dos para el no y tres para la abstención. Para eso no hace falta tanta gente.
El otro detalle es el de las suplantaciones para votar por compañeros ausentes. Ausencias, en algunas ocasiones vergonzosas, donde se ve el hemiciclo casi vacío y un señor en la tribuna hablándole a los sillones.
La lengua se ha enriquecido a lo largo del tiempo con expresiones que atribuyen a las personas cualidades de los animales. Si digo de alguien que es un lince estoy resaltando su agudeza y sagacidad.
La cobardía se la han cargado a las gallinas, la fuerza vigorosa a los mulos y la adulación a las babosas.
El genérico sustantivo pájaro se aplica al hombre astuto y sagaz que suscita recelos.
Buitre lo decimos de la persona que se ceba en la desgracia de otra o también que come con ansia desmedida.
Cernícalo es hombre ignorante y rudo, algo alocado.
Ganso, el tardo, perezoso, descuidado y simplón.
Hormiga, lo aplicamos a la persona constante y ahorradora.
Pavo, hombre soso e incauto. Y si el pavo sube, sofoco tenemos
Hiena, persona de malos instintos o cruel.
Hay muchas más correspondencias de virtudes y defectos con la fauna silvestre y doméstica. ¡Qué mal trato recibe el cerdo, qué desagradecidos somos con esta especie asociándolo con la suciedad, a pesar de los exquisitos productos que nos reporta!
A veces hay que acudir al contexto para entender la acepción que ha querido transmitir el hablante.
Si en el ardor de una discusión alguien le llama a otro cabrón, sabemos que no está aludiendo a las cualidades del macho de la cabra para trepar por terrenos escarpados.
Para escarnio de la igualdad de sexos, cuando a una mujer se le increpa con el término zorra, se le está llamando puta. Si le decimos zorro a un hombre nos estamos refiriendo a su astucia solapada, sin connotación sexual alguna.
Se dice del hombre que liga mucho que es un ligón y por el contrario a la mujer que hace lo mismo se la pone que no hay por donde cogerla. Injusticias de la lengua, pero ella sólo es un crisol de la sociedad.
El año agrícola empieza por san Miguel, cuando se voltea la tierra labrantía con la mano en la mancera para ofrecer su pecho fecundo al cielo esperando lluvia y tempero, cuando el membrillo maduro cae a la gavia y la brisa de la tarde trae hasta el pueblo olor a tierra mojada.
Por estas fechas acuden al rodeo de Llerena los agricultores y ganaderos a hacer los tratos de compra, venta o cambio de ganado.
Al rozar la alborada los lomos de la sierra se tiene todo preparado: las bestias aparejadas, la merienda en la hortera y la botella de vino a buen recaudo dentro la alforja.
Por caminos hoy perdidos por el desuso o apropiados por los dueños de fincas colindantes, cuando el sol de miel y membrillo de septiembre se comienza a extender por los rastrojos y las pardas tierras de los barbechos, se inicia la marcha. Sobre la bestia van pensativos los campesinos, acompañando con el movimiento de sus cuerpos el paso uniforme y rítmico de la caballería. Después de casi dos horas de marcha llegan al rodeo. Ante el acoso de los primeros tratantes que los han visto llegar, casi siempre de raza gitana, ocultan sus verdaderas intenciones de compra, venta o cambio. El humo de un buen cigarro de petaca y la mirada de reojo pasando de grupo en grupo, con mirada de liebre precavida, ayudan a estudiar la situación, mientras los animales, bien sujetos de los cabestros, abrevan en el pilar después de la caminata.
En el regateo hay que demostrar poco interés en lo que realmente se pretende y no dejarse embaucar porque el animal, azuzado por la varita de mimbre del gitano, muestre una postura bizarra y unos movimientos ágiles, pues no sería la primera vez que seducidos por el señuelo, se lleven en los días posteriores un desengaño al comprobar que lo que fue boyante en el rodeo, sin saber cómo ni por qué, se convierte en torpeza o falsedad.
Tras muchos tiras y aflojas, muchas fintas y amagos dialécticos, se cierra el trato de compra, venta o cambio con un apretón de manos y se emprende el camino de regreso.
Por estas fechas también se celebran los contratos verbales entre los grandes propietarios y sus empleados: yunteros, pastores, gañanes, porqueros, cabreros… Mediante estos contratos trabajan durante un año a las órdenes de aperadores y mayorales en las grandes casas de labranza. Si el trabajo es satisfactorio renovarán al año siguiente el pacto. El estatus laboral de estos trabajadores es intermedio entre los regímenes de los fijos y los eventuales. Son los acomodados.
La actividad en el campo se revitaliza por san Miguel. Besanas y apriscos, arreos de yuntas y tañer de esquilas llenan la campiña de bucólicas estampas.
La radio era entonces la única unión de los estadios de fútbol con nuestra imaginación en el monótono transcurrir de las horas del pueblo. La mágica finta que quiebra la cintura de un fornido defensa en la frontal del área de castigo, el regate seco, el oportuno desmarque, el pase de tiralíneas, la veloz carrera de Francisco Gento, la Galerna del Cantábrico, el prodigio malabar de Alfredo Di Stéfano, la Saeta Rubia, el coordinado avance de los Cinco Magníficos sobre el verde césped de la Romareda, el “¡uy!” de Juan Tribuna, aunque el balón pasase a dos metros del larguero, la voz de Pepe Bermejo en el Bernabeu…
Volábamos cada tarde de domingo del Sardinero a Altabix, del Carlos Tartiere al Manzanares, al Benito Villamarín, al Sánchez Pizjuán…, desde el cobijo de la solana, desde calor del brasero, desde el plácido paseo por las afueras del pueblo o en nuestro particular partido de fútbol en el campo al lado del arroyo con el transistor apoyado en el poste de la portería en aquellas tardes tibias de otoño.
Todos los estadios a nuestro alcance, transformando con nuestra imaginación las voces de los corresponsales de los distintos campos en un espectáculo multicolor animado por el griterío de unas gradas enfervorecidas.
Era nuestro asiento reservado en el voladizo de la fantasía. Las voces exultantes de los comentaristas nos describían con su lenguaje hiperbólico y guerrero las hazañas de nuestros equipos. Las tardes de los domingos con todos los partidos casi a la misma hora se convirtieron en rito tradicional de nuestras horas de asueto agitadas por el continuo vaivén de los resultados.
Ahora vuelve el fútbol, pero ya no es igual. Desespera ese goteo de horarios impuesto por las televisiones, y la verdad, algunos aburren hasta al más forofo. Los partidos imaginados a través de la palabra eran más entretenidos, pues los recreamos nosotros.