Una bala.

Un hombre cuesta una bala

si se le quiere callar.

Sólo faltan los  sicarios

que se presten a apretar

el gatillo del fusil.

Pero  no mueren  ideas

por un pedazo de plomo

como el criminal desea.

Ese trozo de metal

con el tiempo  se convierte

en semilla y en abono

de justicia y  libertad.

 

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