Verdugos.

¡Qué putada,

sentir el frío acero

en la garganta desnuda y  palpitante!

Pero es tarde para apartar la presa de la daga.

Tajo certero pido al verdugo.

Irremediable el destino,

ofrezco mi cuello caliente y placentero

al  afilado borde de la muerte.

Ya no me importa nada:

dejarme llevar por la corriente

y morir luego.

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