Mediodía.

 

 

 

 

 

El abuelo pasea

con las  manos cruzadas por  detrás

desde la  portezuela del corral

hasta la emparejada  puerta de la  calle.

Se asoma y mira,

ausente y pensativo,

el transitar de las personas

que van a sus tareas.

En sus idas y venidas,

a escondidas de la abuela,

que zurce viejas sayas

a la  sombra en jirones de la parra,

entreabre la alacena

y bebe  con deleite

un buen vaso de vino.

Hay  membrillos en tazas

de blanca porcelana

sobre el saliente “topetón”

de una espaciosa chimenea.

En la calle, al tibio sol del mediodía,

un hortelano vocea

los frutos de la huerta.

Borbollea el puchero en la candela

y en un corral vecino,

la gallina  ponedora cacarea.

 

El universo sobre mí.

 

http://www.flickr.com/photos/juaninda/

Miro al cielo en las noches despejadas

las estrellas que brillan a millones,

que al juntarse componen escorpiones

y otras veces imágenes aladas.

En el silencio de las madrugadas,

peces,  osas, acuarios y dragones

llenan el amplio cielo con visiones

que parecen figuras animadas.

Os convoco, amigos,  compañeros,

al goce de una noche tan hermosa,

recorriendo del cielo los senderos.

En la bóveda inmensa y silenciosa,

plagada de planetas y luceros,

aguarda la aventura más gozosa.

Siesta cochinera.

Fotografía de Juan Sevilla:http://www.flickr.com/photos/juaninda/

 

 

Cuando el ganado junta sus cabezas

duerme el pastor la siesta cochinera

donde la brisa lija su aspereza

y el negro tordo encuentra su despensa

de negras y jugosas brevas frescas.

Hay una fuente con mastranto y hiedra

que despide el aroma de la menta

y una rana curiosa en una piedra

a la criba del sol que el junco deja.

Reina el silencio en toda la dehesa.

Si hay Dios deberá andar por aquí cerca

Charla de bar.

Un lugar de  macilenta luz

acoge melancólicas veladas

de añorantes borrachos trasnochados

que farfullan  confusas parrafadas

de lamentos y  amores que han perdido

sin  haberlos siquiera disfrutado.

 Fuera, la madrugada se dispersa

en el difuso espacio  sin contornos

que la niebla ha tejido silenciosa

entre el brillo frío de las estrellas.

 Con los últimos flecos del derroche

dibuja la alborada sigilosa

un gran cartel de pinceladas  rosas

en las lejanas crestas de los montes.

  Descansan los alardes y las poses

…y quedan en los labios entreabiertos

los rescoldos de espinas resacosas,

que los osados duendes de las copas

roban  a las quimeras de la noche.

Alegría y tristeza.

 

 

 

 

 

 

Hay tristezas

con leves tonos de melancolía

y color sepia  de añoranza.

Hay ácidas tristezas

con caminos que no tienen salida.

Alegrías

de apacible luz

y ruido de  agua clara en la rivera.

También estentóreas alegrías,

forzadas risotadas estridentes

que encubren y disfrazan las más agria

de todas las tristezas: el vacío.

A un hijo.

 

 

 

 

 

Para  el  grana de tu cara traigo

tibias aguas claras de jazmines.

A tus pies, caminos sin hollar

sembrados de tiernas margaritas

para que el frágil lirio de tu  talle

no soporte la brega

de   inhóspitos  caminos.

Mi capa  llegará hasta donde pueda,

pero no cubre  todo el recorrido.

Es más grande el trayecto que el deseo

y ya mi mano tiembla

al sostener el peso

del cáliz de la vida que me queda.

Si pudiera prolongar  arrullos

al sueño placentero de tu infancia

sería  el  guardián  querube de tu cuna,

sombra de silencio

y lecho de algodón,

pero el mar embravecido brama

y rompe su  brusca furia en los acantilados.

La escarcha del invierno resquebraja

la tez de los terrenos

en la fría y helada madrugada.

El viento  de solano abrasa

las amapolas  tiernas de tus labios

y no tengo escudos para desviar su curso.

ni templadas auras para suavizar su abrojo.

Debes seguir solo el camino

donde esperan fieras al acecho.

Protege tu cuerpo de inclemencias

y forja tu espíritu en el temple.

Brillos acerados de puñales

buscarán tu espalda sigilosos,

envueltos en fingidas alabanzas.

Sé fiel a tu palabra

y consecuente en tus ideas.

Confía en quien te quiera,

pero no olvides nunca

que el amor de tus padres

será siempre el más puro y verdadero.

El recuerdo.

 

 

 

 

 

 

 

Queda noche y queda pena,

así que llena el vaso

con el turbio licor de las heridas.

Y si me acuerdo de ella

que bajen las candelas del olvido

a quemar el rastro de su estela.

¡Qué más da!

Ya el indómito potro del deseo

se montó en el viento de las crines

y huyó veloz por las praderas.

Quedó un gusto profundo y apacible

de bodega vieja

que guarda el paladar de la memoria

en el dulce dormir de la solera.

 

Presuntuosos.

 

 

 

 

 

 

 

No me gustan exóticos placeres

ni afanes gasto por cubrir mi mesa

con lujosos bordados de manteles

que simulen  honores y nobleza.

No me gustan adornos de oropeles

ni deslumbrantes fastos  de  grandeza,

como cuadras de  rápidos corceles

o abundantes blasones y riqueza.

Ignoran los apuestos mequetrefes

que virtudes, blasones y nobleza

lucen más si te muestras como  eres

que con buscadas poses de altiveza.

 

Juicio sereno.

 

 

 

 

 

A medida que envejeces

te vas llenando por dentro.

Con cada cana aumenta tu experiencia,

con cada arruga, tu sabiduría.

Desengaño que sufres pule tu razonamiento,

puro y  denso, más brillante,

liberado de prejuicios,

descarnado, limpio y hondo

Mientras se desconcha  la fachada de tu cuerpo.

gana en brillo la luz clara de tu pensamiento.

Dominio.

Fotografía de Manuel Rodríguez Espino. 

 

 

 

 

La roca en campo abierto,

altiva, resistente,  agreste y dura,

refugio de rapaces voladoras,

abrigo  de ganado,

cobijo de pastores

al   soplo helado del temible cierzo.

Sombra amable en el ábrego caliente

con horas de calinas cegadoras.

Aquí baten solanos,

ventiscas, turbonadas, vendavales.

Es punta de diamante al sol primero,

caricia de las brisas a la tarde

y brasa roja con el sol postrero.

Muralla donde rompen temporales

su furia en remolinos invernales.

Crece en su umbría el musgo verdinegro,

luz y sol, la solana acogedora;

por su ladera asciende la tormenta

y ensanchada y negruzca se desploma

inflamando la tarde con sus truenos.

Quiero imitar tu fuerte  resistencia,

tu serena altivez sin inmutarte,

obrar con  acendrada fortaleza,

actuar en cada caso en consecuencia,

y a la sabia manera del  estoico

alcanzar la virtud con el esfuerzo.