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Queda noche y queda pena,
así que llena el vaso
con el turbio licor de las heridas.
Y si me acuerdo de ella
que bajen las candelas del olvido
a quemar el rastro de su estela.
¡Qué más da!
Ya el indómito potro del deseo
se montó en el viento de las crines
y huyó veloz por las praderas.
Quedó un gusto profundo y apacible
de bodega vieja
que guarda el paladar de la memoria
en el dulce dormir de la solera.