A un hijo.

 

 

 

 

 

Para  el  grana de tu cara traigo

tibias aguas claras de jazmines.

A tus pies, caminos sin hollar

sembrados de tiernas margaritas

para que el frágil lirio de tu  talle

no soporte la brega

de   inhóspitos  caminos.

Mi capa  llegará hasta donde pueda,

pero no cubre  todo el recorrido.

Es más grande el trayecto que el deseo

y ya mi mano tiembla

al sostener el peso

del cáliz de la vida que me queda.

Si pudiera prolongar  arrullos

al sueño placentero de tu infancia

sería  el  guardián  querube de tu cuna,

sombra de silencio

y lecho de algodón,

pero el mar embravecido brama

y rompe su  brusca furia en los acantilados.

La escarcha del invierno resquebraja

la tez de los terrenos

en la fría y helada madrugada.

El viento  de solano abrasa

las amapolas  tiernas de tus labios

y no tengo escudos para desviar su curso.

ni templadas auras para suavizar su abrojo.

Debes seguir solo el camino

donde esperan fieras al acecho.

Protege tu cuerpo de inclemencias

y forja tu espíritu en el temple.

Brillos acerados de puñales

buscarán tu espalda sigilosos,

envueltos en fingidas alabanzas.

Sé fiel a tu palabra

y consecuente en tus ideas.

Confía en quien te quiera,

pero no olvides nunca

que el amor de tus padres

será siempre el más puro y verdadero.