Escribir en el agua
Si además de escribir,
que ya es trabajo,
tengo que procurar que me publiquen,
como el que pide a préstamo dinero,
no me esperen llamando a los postigos,
de editoriales ni libreros,
pues, como bien dijo Machado,
salvando las distancias, claro,
“… al cabo, nada os debo,
debéisme cuanto he escrito…”
Tampoco es para tanto, ya lo sé,
pues comprendo la poca trascendencia
y la escasez de mi trabajo.
Lo que aquí expreso no va contra nadie,
sino contra mí mismo.
Admiro a los amigos que publican,
meritísimas obras
por ellos o apoyados por mecenas.
Los mejores, por méritos.
Yo para lo poco que tengo,
como no me reclaman,
ni llamo ni molesto,
así evito un portazo en las narices.
Cuando transcurra el tiempo y me haya muerto,
quizás queden algunas huellas
por las hemerotecas del periódico
o navegando a la deriva
por el mar impreciso de estas redes.
Pero rogar, no ruego.
Si ustedes gustan,
que son quienes importan,
échenle un vistazo.
Lo demás me importa poco.
En la eternidad
no reciben laureles por correo,
ni el cancerbero ni san Pedro
dejan pasar a los intrusos.
En el silencio eterno,
a resguardo del tiempo,
no sabré qué será
de mis artículos y versos.
Si les sirven a ustedes de gozo o de consuelo,
me daré por pagado y satisfecho.
Aunque hasta mí no lleguen
señales de respaldo
-al menos que hayan desplegado los Novísimos
cableado de fibra
con cabellos de ángeles custodios-
les estaré por su atención
eternamente agradecido.
Descanso eterno
Decir descanso eterno
es cubrir a la muerte
con la túnica gris del eufemismo.
De esta forma evitamos
encontrarnos con ella frente a frente.
Es una palabra que aterra
tan solo con nombrarla,
una oquedad inmensa
en el vacío de la nada.
El descanso repara
si despiertas del sueño.
Del que perdura tanto, que se sepa,
nadie ha vuelto.
-descontadas creencias,
que defiendo y respeto francamente-
Hisopo en mano, en el asperge,
los curas lo desean a los muertos,
pero también se contradicen
porque si nos dormimos para siempre,
¿cuándo disfrutaremos de la gloria?
¿Qué harán los ángeles de las trompetas
si nadie se levanta
el día que nos llamen
para rendir cuentas pendientes?
¿Se irán con la música a otra parte?
Solo la media vuelta en duermevela
y los chasquidos de la lengua
son señales patentes
de que alguien descansa.
Quizás, de cuando en cuando, algún ronquido.
Del otro descansar no se despierta.
que yo sepa y mi mente alcanza.
Y eso, salvo error u omisión,
es muerte eterna.
Postureo
Un apuesto galán, con copa en mano,
mira desde el alcor de su alta estima
al vulgo que se mueve alborozado
bailando rocanrol sobre la pista.
Sujeto enamorado de sí mismo,
detesta lo vulgar desde la cima
do moran los selectos de la vida,
encantados de haberse conocido.
Pero pronto el ensueño finaliza
cuando imprudentemente por su boca
salen palabras vacuas y entran moscas.
Corrida de la farsa la cortina
quedan al descubierto sus carencias
detrás de una fachada sobrepuesta.
Ay de los vencidos
Cuando el jefe galo, Breno, sitió a la ciudad de Roma negoció la retirada mediante un acuerdo por el que los romanos deberían pagar una cantidad importante de oro. Estos observaron que los guerreros galos habían manipulado la balanza para que entrara más oro en el pesaje y protestaron ante el caudillo Breno. La reacción del galo fue parecida a ‘no quieres sopa, tres cazos’. Y añadió su espada a las pesas con lo que la cantidad de oro a pagar se incrementaba. Fue entonces cuando pronunció su famosa frase: ¡Vae victis! ¡Ay de los vencidos!
Hay otro suceso histórico que habla de la situación en la que quedan los derrotados. ‘Pasar por las horcas caudinas’. Les sucedió también a los romanos en guerra con los samnitas en el desfiladero de tal nombre. Vencidos, no tuvieron más remedio que aceptar las condiciones que les fueron impuestas. Tuvieron que pasar por debajo de una lanza horizontal apoyada sobre otras dos hincadas en el suelo, inclinándose, de uno en uno, desarmados y solamente cubiertos por una túnica.
Hoy se guardan apariencias, pero la mala uva persiste. No se paga la derrota en oro ni pasando por un desfiladero, sino con la humillación de tener que sonreír con las tripas en la mano y saludar a quienes ayer blandían puñales con brillos acerados. El corsé del protocolo es una capa que tapa casi todo, pero los estados de ánimo escapan por las rendijas del lenguaje corporal de los muy ilustres próceres.
Incluso a los profesionales del disimulo y a los psicópatas, aparentemente impenetrables, se les escapan detalles por las costuras de la hipocresía. Material de estudio para analistas que hilvanan con hilo fino.
En las reuniones de alto copete, cual pollitos detrás de la madre, van los representantes de menos alcurnia, que no es blasón o escudo personal, sino del país al que representan, detrás del poderoso, que puede ser un botarate de cuidado cuando, despojado de poder, se representa a sí mismo. Poderosos caballeros son misiles y dinero. Les abren puertas con preferencia y pasan con aires de grandeza, tras inclinación reverencial de ujieres con oblea.
Los de media sangre charlan entre ellos, pero están más pendientes con el rabillo del ojo de por dónde anda el señor de los galones para hacerse el encontradizo. Buscan la foto que inmortalice el momento en que intercambian una palabra o una frase con el mandamás de turno. En las ruedas de prensa posteriores se magnificarán los resultados. Hemos hablado larga y fructíferamente…
Algún preboste hasta ordena sentarse a un díscolo discípulo. Un leve toque en el hombro al pasar, una sonrisa…cualquier gesto vale para que el enviado llegue contento a casa. Y si, en el cenit de los detalles amistosos, el jefe echa el brazo por el hombro campechanamente o deja poner los pies sobre la mesa de su despacho, ¡cielos, que al alcance me ponéis la gloria!
GENOCIDAS
Sálvenos el destino de verdugos
escondidos detrás de los morteros,
ya se crean ungidos por sus dioses
o por urnas con votos fraudulentos.
Dictadores que agitan aguas claras
para pescar después en río revuelto
y simular que son los salvadores.
Son lobos disfrazados de cordero
que derraman la sangre de los débiles
para saciar sus enfermizos egos.
Poder sobre la muerte sustentado
y en el espanto que produce el miedo,
malditos y negados sean siempre
por tanto padecer y sufrimiento.
Camino andado
Me queda mucha tierra por andar
y no me dará tiempo a recorrerla,
pero emociones quedan pocas.
He reído y llorado,
quise y me han querido,
estuve triste y toqué el cielo.
Las mariposas que movían alas
dentro del pecho
están posadas hace tiempo
sobre las flores secas del jardín.
El curso de la vida bajó las torrenteras,
pero hoy, remansada el agua,
acumula en el fondo
el légamo arrastrado de las cumbres.
Ya solo quiero
sentarme en el otero del camino,
y mirar con cierta melancólica distancia,
el trayecto que llevo recorrido.
Lamento lo que hice y no debía
y lo que dejé de hacer debiendo haberlo hecho.
El futuro se pierde en un recodo,
entre la niebla de la incertidumbre.
Para el tramo final solo deseo
unas manos asidas a las mías
cuando contemple amaneceres y crepúsculos,
en silencio, sintiendo sus latidos.
Cristo de la Sangre
Del suelo del calvario, entre claveles
rojos de sangre, cruz y Cristo en ella
al cielo de septiembre azul descuella
sobre un paso sin palio ni doseles.
Al viento la campana de la ermita
repica alborozada entre estampidos
y acordes musicales emotivos
que afloran emoción en cada cita.
Al tronco de ancestrales tradiciones,
Ahillones, orgullosamente unido
cuando hacemos el mismo recorrido
que hicieron tantas veces los ausentes.
No preguntes motivos ni razones,
que amores hay, que la razón no entiende.
Enrevesados
Pensando que es vanguardia, el vate riza
la expresión para que el verso salga
como loco jinete que cabalga
sobre indómita yegua espantadiza.
Forma con intención desorganiza
y en cuanto a claridad, más turbio valga
si el lector confundió pierna con nalga
y engañó salchichón con longaniza.
De este estilo hay poetas que pretenden
hacer pasar por cultos los embrollos
y se ufanan si pocos los comprenden.
Glorificados sean los leídos,
pero los hay también tan presumidos
que fingen madurez y están zorollos.
Federico García Lorca
No enmudece la voz de los poetas
la bala que atraviesa sus entrañas
si tal es la intención de los sicarios
y de la mano oculta que les paga.
La sangre derramada en las cunetas
es abono y simiente de campanas
que tañen de espadaña a campanario
la brava libertad de las palabras.
Brota laurel la muerte en la memoria
coronando de lustre su cabeza
y su voz por callarla se ha hecho eterna.
No hay bastantes sayones en la historia
ni manos que disparen los fusiles
para matar con balas la belleza.