Ay de los vencidos

 

 

Cuando el jefe galo, Breno, sitió a la ciudad de Roma negoció la retirada mediante un acuerdo por el que los romanos deberían pagar una cantidad importante de oro. Estos observaron que los guerreros galos habían manipulado la balanza para que entrara más oro en el pesaje y protestaron ante el caudillo Breno. La reacción del galo fue parecida a ‘no quieres sopa, tres cazos’.  Y añadió su espada a las pesas con lo que la cantidad de oro a pagar se incrementaba.  Fue entonces cuando pronunció su famosa frase: ¡Vae victis! ¡Ay de los vencidos!

Hay otro suceso histórico que habla de la situación en la que quedan los derrotados. ‘Pasar por las horcas caudinas’. Les sucedió también a los romanos en guerra con los samnitas en el desfiladero de tal nombre. Vencidos, no tuvieron más remedio que aceptar las condiciones que les fueron impuestas.  Tuvieron que pasar por debajo de una lanza horizontal apoyada sobre otras dos hincadas en el suelo, inclinándose, de uno en uno, desarmados y solamente cubiertos por una túnica.

Hoy se guardan apariencias, pero la mala uva persiste. No se paga la derrota en oro ni pasando por un desfiladero, sino con la humillación de tener que sonreír con las tripas en la mano y saludar a quienes ayer blandían puñales con brillos acerados. El corsé del protocolo es una capa que tapa casi todo, pero los estados de ánimo escapan por las rendijas del lenguaje corporal de los muy ilustres próceres.

Incluso a los profesionales del disimulo y a los psicópatas, aparentemente impenetrables, se les escapan detalles por las costuras de la hipocresía. Material de estudio para analistas que hilvanan con hilo fino.

En las reuniones de alto copete, cual pollitos detrás de la madre, van los representantes de menos alcurnia, que no es blasón o escudo personal, sino del país al que representan, detrás del poderoso, que puede ser un botarate de cuidado cuando, despojado de poder, se representa a sí mismo. Poderosos caballeros son misiles y dinero. Les abren puertas con preferencia y pasan con aires de grandeza, tras inclinación reverencial de ujieres con oblea.

Los de media sangre charlan entre ellos, pero están más pendientes con el rabillo del ojo de por dónde anda el señor de los galones para hacerse el encontradizo. Buscan la foto que inmortalice el momento en que intercambian una palabra o una frase con el mandamás de turno. En las ruedas de prensa posteriores se magnificarán los resultados. Hemos hablado larga y fructíferamente…

Algún preboste hasta ordena sentarse a un díscolo discípulo. Un leve toque en el hombro al pasar, una sonrisa…cualquier gesto vale para que el enviado llegue contento a casa. Y si, en el cenit de los detalles amistosos, el jefe echa el brazo por el hombro campechanamente o deja poner los pies sobre la mesa de su despacho, ¡cielos, que al alcance me ponéis la gloria!

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