Septiembre.

 

 

 

 

 

 

Hoy sólo tengo ganas de estar sin hacer nada,
de echarme descuidado  a la sombra de estos chopos
que murmuran  confidencias al oído.
En su gozo, me regalan  caricias de algún rayo de sol
que, leve, dorado y esquivo,
juguetea  con las primeras hojas caídas
en este adviento de otoño que es septiembre.
Pacenteros los sentidos,
en la soledad buscada,
acuden esporádicos recuerdos,
mezclados con  luz, sombra  y olvidos.

A unos ojos.

 

 

 

 

 

El aire se hace azul cuando ella  mira
y le roba a los cielos su hermosura.
Embrocado en la sima del abismo,
en claro  mar de perlas y zafiros,
me pierdo en  la belleza de su hondura.

Despacio, amigo.

Lento el paso,

¿para qué llegar tan pronto

de dónde no has de volver luego?

El camino es bello,

placentero a los sentidos

si reparas en pequeños destalles

que ignoramos

en cualquier otro momento:

macetas en las rejas,

el musgo verdinegro en las umbrías,

la lagartija al sol,

el vuelo del águila en el cielo,

margaritas en el  prado,

las caprichosas formas de las piedras,

el riachuelo.

Y el silencio.

¿Para qué llegar tan pronto

si la vida es el trayecto

y cuando en verdad llegas

ya estás  muerto?

Don Antonio.

 

 

 

 

 

 

 

Continúa la fuente de Machado

sonando mientras cae

cansinamente el agua

en  mármol blanco  de jardín sombrío.

Los chopos polvorientos

siguen rizando el aire de la tarde

al borde del camino.

Algunos solitarios paseantes,

clavadas en  el corazón  espinas,

ven cómo se enturbian  sus curvas

en la difusa luz de los crepúsculos.

Vuelven cigüeñas a los campanarios

con cada nueva primavera

haciendo garabatos en el aire,

y en la plazuela cantan

los niños canciones de siempre.

Cuando ignoramos a dónde llegará el camino

consuela saber que otras mentes de profundo discurrir

marcharon por el mismo recorrido,

haciéndose preguntas

que aún nadie ha respondido.

Tristeza.

Hay días que  no quieres hacer nada,

sólo dormir  tal si uno se sintiera

un perro abandonado en la perrera

que hasta la luz molesta a su mirada.

Hay días con el alma desganada,

como  si tras aciaga borrachera

acabaras  tirado en la escombrera

en mitad de la noche desolada.

Hay días como oscuras covachuelas      

hundidas en el fondo de  la tierra          

que  van llenando tu alma de secuelas.

Hay días llenos de áspera crudeza          

que  encaminan tus pasos a una guerra              

en la que sólo vence la tristeza.           

Octava real.

 

Elaborar una octava real

parece una misión muy complicada,

pero es una labor muy natural

si sabes que la estrofa va rimada,

no de modo aleatorio e informal,

sino con  forma lógica y trabada.

Ocho versos con rima consonante,

tal los ocho que aquí  tienes delante.

Dedicatoria de Joaquín Calvo.

Este soneto me lo dedicó mi amigo Joaquín Calvo Flores , excelente y laureado poeta, con motivo de mi jubilación.

Un soneto me manda tu amistad

porque tu alma es soneto bien medido

y en ella tus alumnos han bebido

del agua de la ciencia y la verdad.

Y en él quiero cantar tu puerta abierta,

tu abierto corazón,  tu vasta frente

donde fundes pasado con presente

por donarnos mil oros de tu huerta.

Y ayer en aula,  y hoy en tiempo tuyo,

y siempre en bicicleta cabalgando

-niño en alma, sí, el mismo que denantes-

nos das del río interno su murmullo

en cartas al diario, y vas mezclando

minucioso Azorín, fresco Cervantes.

Fatuo

Poco cuesta el alarde vanidoso

a quien cuelga medallas en su pecho

y en su incienso jamás encuentra techo

para dejar de ser un pretencioso.

El oyente que aguanta silencioso,

por no dañar ni herirlo en su provecho

evita  así reacciones de despecho

y aguanta estoico su decir pomposo.

Pero es ya tan enorme el esperpento

creado con sus ansias de grandeza

que no ve que quien oye no está atento,

ni  absorto en contemplar tanta guapeza,

sino que no soporta el engreimiento

de quien sólo demuestra su torpeza.

El último pasaje

Fotografía de Juan Sevilla.

http://www.flickr.com/photos/juaninda/

 

 

 

 

 

 

 

Restan pocos recodos al sendero

y no sé si el que veo,

cercano  ya al avance de mis pasos,

será el último que arqueo

o no llegaré siquiera a superarlo.

Hacia atrás lo vivido no me sirve

si no es para el recuerdo.

Que sea apacible

el resto del trayecto.

Poco más anhelo

que contemplar las alamedas

y  del cielo el lubricán rojizo,

efímeros placeres, aunque bellos.

En mi bolsillo el último pasaje

de un viaje sin regreso.

Un día cualquiera

parará a mi altura un coche negro

y ocuparé  el asiento que la parca

me tiene reservado

desde el principio de los tiempos.

Se perderá su estela en el paisaje

que yo no veré porque iré dentro.

Otros caminantes, a sol puesto,

andarán los mismos pasos

que yo esta tarde estoy andando

y verán, a principios de febrero,

las  flores  del almendro.

¡Quién sabe si son ellas

las estelas de los muertos!

Sueño de otoño

 

 

 

 

 

La luna, copo de  ovalado nácar,

pende del  pecho cóncavo del cielo

en el azul violeta de la tarde.

Los leños en la chimenea arden,

componiendo figuras con su fuego.

Del inconexo fondo del pasado

surgen inesperados los  recuerdos.

Hacia el sopor del sueño me dirijo,

vencidos de cansancio los desvelos.

Me voy hundiendo un poco con la tarde

en la viscosa luz de lo indeciso

y  llego sin saberlo

al solitario mundo de los muertos.