Enero.

Fotografía de Juan Sevilla. http://www.flickr.com/photos/juaninda/

 

La luna reina sobre  los luceros

mientras el hilo de la escarcha hilvana

un vestido de luz a las riberas

para alumbrar de blanco a la mañana.

Está enero tejiendo en los senderos

alfombras blancas  de crujiente escarcha

para el paso temprano del labriego.

Gotitas de rocío  en la retama

aguardan las caricias  de la luz

para darle un  diamante a la alborada.

Muerte pobre.

Murió el padre de una tristeza amarga,

de un vacío de cueva succionada

por el  hondo suspiro  de la hiel.

La herencia que a su hijo le dejaba:

los honrados sudores de su piel

y unas manos frías y encallecidas.

Tras años enterrando las semillas

por los surcos del aire, se perdieron

los frutos de la siega y las gavillas.

No hay más rentas anotadas en su haber.

En el lecho de muerte su mirada

expresaba la cruel desolación

de una vida sin nada que ofrecer.

Y  si no fuese poca su desdicha

con el último aliento de su voz

y la angustia de verse fenecer

imploraba y pedía la absolución

temeroso de ver a Lucifer

por pecados que nunca cometió.

 

Doce campanadas

Doce campanadas,

doce ecos de bronce

huyen gong a gong

moviendo cortinas

negras en la noche.

No volverán.

Serán otros sones

los que se oigan otros años.

Los que suenen hoy

enfilarán la senda del olvido

vagando eternamente

entre galaxias y agujeros negros.

Es su  cementerio,

donde duermen sueño eterno

las palabras huecas,

las  promesas incumplidas,

los sonidos y los ecos,

donde yacen  arrullos amorosos

ajados y olvidados por el tiempo.

Debe haber un cementerio para eso,

para palabras que se lleva el viento.

Foto en primer plano

Fotografía de Juan Sevilla      http://www.flickr.com/photos/juaninda/

 

Miraba al exterior por la tronera

confiado en mi escondite observador:

fugaz el tiempo para los de fuera,

para mí, retrasado iba el reloj.

Nunca paré en mi rostro la mirada…

…y al ver en esta foto tan cercana

los surcos que la vida me ha labrado,

recibí una relojera bofetada

con mano cruel de arrugas y de canas.

Bruscamente caí de la  peana

donde el tiempo pensé que se paraba.

Ajada y cuarteada está mi cara

y  trazado el camino hacia la nada.

Tarde en Montijo.

Como aceite en el  agua

me muevo entre esta gente

a  la que no conozco.

Se saludan entre ellos

con  tópicos adioses.

Disfruto donde no soy conocido

porque observo libremente.

Una  mujer sentada con un niño

clava sus ojos  en la  lejanía.

Un pobre  viejo mira su reloj,

presintiendo que  el tiempo ha roto aguas

y asoma  ya su cabeza despiadada.

El tendero de la esquina

recoge el quitasol de la ventana

y penetra hasta  los anaqueles

la luz postrera  de la tarde.

El recinto se llena  de vecinos

que charlan o pasean

en idas y venidas

por las espaciosa plaza.

Tocan las  campanas, gritan los  niños.

Ajeno a sus afanes y quehaceres,

me voy solo por una  estrecha calle

en busca de silencio y de cobijo.

Miradas

Miradas hay que llaman

al  cálido cobijo de la entrega,

a  la ardiente pasión

de cimas y abismos conjugados

en trenzas de caricias envolventes

y cuerpos torneados.

Miradas hay de odio,

con ácidos fulgores despechados

que rayan el espacio de cristales,

afiladas aristas de la muerte.

Lánguidas miradas hay

en  bellas mariposas detenidas.

Belleza descuidada

de melancólicos mensajes llena

cualquier mañana azul de primavera.

Calderetas.

Caldero en  mitad del corro

equidistante  de todos.

Cucharada  y paso atrás.

Así comen en el campo

las sabrosas calderetas

mayorales y pastores,

gañanes, aperadores

y los amigos de siempre.

Y el vino que corra bien

por los sedientos gaznates

para allanar el camino

a la carne con picante.

Una primera oleada

y una voz que grita ¡coto!

pincha  en medio del condumio

un tenedor solitario.

Llega  el cante.

Ese fandango valiente

queda temblando en el aire

con la desgarrada voz

que nace de quien lo siente.

Son pedacitos de gloria

esos  días con amigos,

armonía y buen ambiente.

Me alejo

Fotografía de Juan Sevilla

http://www.flickr.com/photos/juaninda/

 

Huiré como Juan Ramón

por las callejas del pueblo

cuando en la plaza repleta

bullan la fiesta y los ecos.

Yo no llevaré a Platero,

iré andando despacito,

sin prisas, mientras me alejo.

Me fijaré en los detalles

en los que nunca reparo:

la blancura en los resaltos,

los lomos de tejas rojas,

las filas de  hormigas negras,

las lagartijas al sol,

las águilas allá arriba,

las nubes de ovillos blancos…

Me sentaré en una loma

y  desde allí en el  silencio

pasaré la tarde  solo,

dejando pasar el tiempo.

 

Diciembre

 

 

 

 

 

 

 

Fotografía de Juan Sevilla

http://www.flickr.com/photos/juaninda/

 

Llueve esta tarde fría de diciembre.

Un rosario de cuentas acüosas

resbala suavemente en los cristales

tejiendo redes de pequeños ríos.

Al cobijo del cuarto y el brasero

me distraigo mirando este paisaje

con tejados llorosos de canales

y de  gente que pasa el aguacero

esquivando los charcos de la calle.

Poco a poco la luz se desvanece

y Edison va ganando la partida

a  los grises matices  de la tarde.

En un puzle de sombras, anochece.

Y vuelve con las luces encendidas

tu recuerdo añorado a mi memoria,

que,  como brasa entre cenizas, arde

esta tarde lluviosa de diciembre.

 

Puesta de sol

Fotografía de Juan Sevilla

http://www.flickr.com/photos/juaninda/

 

 

 

 

Sol que inflamado en la vencida tarde

se adentra entre los labios de los montes

y en fecunda coyunda de horizontes

en un morado de pasiones arde.

Penetrando en el fondo de la noche

deposita en las simas vaginales

simientes  de los polvos siderales

vaciados con ardor y con derroche.

Amores duraderos y constantes

de una tierra que está siempre cubierta

ofreciendo en el mar vagina abierta

y en  las sierras unos labios anhelantes