Como aceite en el agua
me muevo entre esta gente
a la que no conozco.
Se saludan entre ellos
con tópicos adioses.
Disfruto donde no soy conocido
porque observo libremente.
Una mujer sentada con un niño
clava sus ojos en la lejanía.
Un pobre viejo mira su reloj,
presintiendo que el tiempo ha roto aguas
y asoma ya su cabeza despiadada.
El tendero de la esquina
recoge el quitasol de la ventana
y penetra hasta los anaqueles
la luz postrera de la tarde.
El recinto se llena de vecinos
que charlan o pasean
en idas y venidas
por las espaciosa plaza.
Tocan las campanas, gritan los niños.
Ajeno a sus afanes y quehaceres,
me voy solo por una estrecha calle
en busca de silencio y de cobijo.