Entre un pastor que almuerza, navaja en mano, con el dedo pulgar sujetando una loncha de tocino veteado sobre un pedazo de pan, con su glúteo apoyado en la garrota mientras las ovejas pacen tranquilamente en el prado y un banquete de exquisitas viandas, servida en loza de Sargadelos, dorada cubertería y cristalería de Bohemia hay una característica común: la necesidad de alimentarse. Y muchas diferencias en ceremonias y protocolos, derivadas de la extracción social de los comensales y de los usos que cada cual ha ido asimilando.
Usanzas que se han ido incorporando al hecho fisiológico de comer. Unas, basadas en la lógica y otras en remilgadas cursilerías, de forma que el que conoció lo del caldero al medio con cucharada y paso atrás se siente perdido en un laberinto de copas, cuchillos, cucharas, tenedores y cubiertos sin saber muy bien con qué entradas, principios, postres o guarniciones han de ser casados cada uno de ellos.
La elaboración de los alimentos también ha pasado de ingredientes básicos a virguerías asombrosas servidas en grandes platos con poco contenido en el centro y extensas firmas de salsa alrededor.
La historia nos ofrece ejemplos de comidas que trascienden el hecho fisiológico.
Algunas tuvieron como signo distintivo la frugalidad y el simbolismo. Fue Eva, tras su consumada tentación, la que ocasionó nuestra expulsión del paraíso y destierro en este valle de lágrimas.
La última cena de Jesucristo con sus discípulos, frugal también, a pan y vino, influyó en generaciones y generaciones por los siglos de los siglos. En ella se consumó la traición por treinta monedas de plata.
El banquete que describe Platón en uno de sus diálogos con eximios y filosóficos comensales derivó, tras la ingesta de excelentes viandas y vinos, acompañados de música y bailes, hacia una conversación de altura sobre el amor. Platónico, naturalmente. Los efluvios del alcohol predisponen a la querencia.
Las bodas de Camacho que el Quijote refiere, tuvieron abundancia de víveres e ingeniosa astucia de Basilio para engañar al rico hacendado y desposarse con la hermosa Quiteria.
El más multitudinario banquete que los anales refieren en cuanto a número de comensales, manjares y duración (diez días) fue el que organizó Asurbanipal II con motivo de convertir a la ciudad de Kalah en la capital de Mesopotamia, quitando este honor a la de Nínive.
Otras comidas fueron interrumpidas por enigmáticos mensajes, como los aparecidos sobre la pared del salón donde celebraba sus orgías el rey asirio Baltazar: ‘Mane, tecel, fares’, que predijeron la caída del monarca y de su reino a manos de los persas capitaneados por Darío.
Hay comidas de mero sustento, de celebraciones festivas, de despedidas, de homenajes, en las que todo el mundo es excelente…. Unas acompañadas de discursos y otras en silencio. En esa burbuja acogedora el tiempo pasa inadvertido mientras la lluvia cae fuera con un rumor de panales sobre calles y tejados.