Dinero

Cuando se paga en metálico parece que se le da más importancia al dinero. Yo asistí hace muchos años como testigo a la compra de un cuartón de tierra por parte de un vecino. Poca cosa, pero para él, que había amasado su pequeña fortuna peseta a peseta con mucho esfuerzo, aquel acto solemne ante comprador, testigos y notario, suponía entregar una parte de sí mismo y también una muestra de orgullo y satisfacción por los rendimientos conseguidos con su trabajo. Poner billetes de mil unos encima de otros con la figura majestuosa de don José Echegaray en su anverso, no estaba al alcance de la mayoría.  Aquel momento me recordó al cardenal Cisneros cuando los nobles le preguntaron en virtud de qué poder los gobernaba y abriendo el balcón les señaló a los soldados y cañones formados en el patio: “Estos son mis poderes”. Eso me pareció el gesto de mi vecino aquel anochecido cuando, llegada la hora del pago, sacó un sobre del bolsillo y empezó a contar los billetes ante el silencio expectante de los presentes.  Unos nuevos, otros descoloridos y ajados.  Incluso algunos, con roturas unidas con el papel blanco donde venían los sellos de correos. Los contó primero el que compraba y tras él, a su ruego, (el dinero es para contarlo, le dijo) el vendedor de la tierra.  Así se consumó la compraventa.

Está disminuyendo el uso material del dinero en las transacciones. Ahora cada mes nos comunican los abonos y pagos que se han producido en nuestra cuenta bancaria, sin verlo ni tocarlo. Así nos pagan, así se lo llevan, como ilusionistas de circo. Nada por aquí, nada por allá. Los números y el plástico nos han suplantado en estos menesteres. Un simple contacto con la tarjeta o un rápido pase por la ranura de una maquinita están sustituyendo al papel moneda. Los aparatos de cobro son como linces agazapados a la espera sigilosa de la presa sobre la que saltan con las uñas afiladas en el momento que se la acercan. La engullen de un bocado.  ¿Quiere copia? Es la lengua lo que nos sacan una vez saciado su apetito. Se lo llevan inmaculado, sin mancha ni mácula, como nos explicaban los curas que se produjo el embarazo de la virgen María. Un rayo de sol que atraviesa el cristal sin romperlo ni mancharlo. Larga mano digital que llega y traspasa de nuestra cuenta a otra ajena en un intercambio mágico de dígitos. Muy frío y mecánico todo.

El dinero se ha vuelto volátil, espirituoso, inconsistente. Apuntes impersonales que han perdido la mística del cuento y el recuento humedeciendo cada poco los dedos.  Y qué curioso que se le siga mejor el rastro a lo intangible e invisible que a las bolsas y maletas llenas de billetes que ínclitos compatriotas y delincuentes de alcurnia se llevan a los paraísos fiscales. 

Estampas de otoño

 

Tras un largo paseo campestre me he sentado al tibio sol del otoño cerca de un meandro del arroyo de la Corbacha, que discurre por la Campiña Sur de camino para el Matachel, rodeado extensos olivares, terrenos de labor y partes de posío. Enfrente, el collado de “Las Majadillas”, topónimo que recuerda su pasado pastoril y ganadero.

Pasan los cazadores rastreando por tomillares y barbechos. Algún tiro y ladridos de perros rompen momentáneamente el silencio de la mañana. Después solo se oye el rumor de la corriente del agua como una musiquilla de cascabeles de cristal por las pequeñas quebradas que forman las rocas entre juncos y adelfas.

Allá arriba el águila mece su augusta majestad y los aviones pasan dejando cicatrices blancas en el cielo, que poco a poco se desvanecen.

El verano se despidió dando tumbos y latigazos luminosos, ahíto de soles y calimas saharianas.

Se posó el rocío, tarjeta de visita del relente, sobre el pasto de las vegas en los amaneceres.

Los vientos ábregos comenzaron a espabilar a las alamedas de su dilatado letargo veraniego y estas responden con risueños desperezos. Sus hojas, desprendidas por el viento, han empezado a hilvanar tapices ambarinos sobre las riberas. Van ampliando sus dominios las umbrías a medida que el sol baja hacia el solsticio. Bardas sobre el horizonte de la sierra anunciaron las primeras lluvias del otoño, que tienen entre sus atributos el color verde hierba y la fragancia fresca y penetrante de la tierra mojada. Han sido generosas estos días. Bálsamo para la piel quemada de la tierra y esperanza de fruto en ciernes para la labranza.

Al anochecer la luz de la farola de la esquina riela sobre el agua caída.  En los cristales de mi habitación, las gotas forman, juntándose unas con otras, pequeñas y sinuosas cordadas que se precipitan hasta el junquillo de la ventana donde se pierden en el crisol ceniciento de la tarde.

Por los límites difusos del olvido y la añoranza vaga la melancolía con un fondo musical y algún recuerdo lejano que quizás nunca existió.

Días de aceitunas, mazo sobre piedra y tinaja de barro para su endulce. Hormigas de alas, ballestas de furtivos cazadores a la espera de que piquen alondras y trigueros.

Tiempo de jugar a pinchar el clavo sobre el prado humedecido, de desplazar a la rayuela con el pie, de lanzar la peonza y cogerla para que siga girando sobre la palma de la mano. De bolindres y billardas. De cortar el hilo y recorrer las calles con los aros… Entre las juntas de los rollos de las calles brotaban las hierbas primerizas…

Otoños pasados que siempre acuden a la memoria por estas fechas, aunque el asfalto y el cemento han suplantado a la tierra y los niños no juegan en las calles a juegos sobre los que caen las cenizas del olvido en el rincón del abandono.

Enseñar y aprender

 

En estos tibios días de octubre ya debe de estar el curso académico encarrilado en sus distintos niveles, desde las guarderías a la universidad. Promociones de alumnos que entran y otras que salen.

Mi generación y aledañas aprendimos con la enciclopedia Álvarez como libro de cabecera y el Nuevo Catón como lectura. Desde entonces se han sucedido muchas leyes educativas para intentar adaptar la enseñanza a la evolución de la vida, que es esquiva y se va de las manos como los peces que pescábamos con las manos en los arroyos. Intentan ponerse a la altura, pero no bien llegadas aparecen otros retos por la rápida evolución de la sociedad.

Ha cambiado mucho la organización de los centros desde entonces.  De un solo maestro, que impartía todas las materias al mismo grupo de alumnos, pasando por el adoctrinamiento religioso y político que marcaban los programas nacionales de educación, a un jubileo de profesores entrando y saliendo de las aulas, según especialidades. De la separación por sexos a la integración.

La pizarra y la tiza resisten a la introducción de medios audiovisuales e informáticos.  Se ha reducido el número de alumnos por aula y se ha incrementado el de profesionales, con la dotación de equipos de orientación y logopedas.  Se imparten idiomas, los grandes ausentes de tiempos pasados.

El papeleo se limitaba a tener una lista de clase con el nombre de los padres, domicilio, profesión, un registro de faltas de asistencia con un breve historial académico, el ERPA (Registro Personal Acumulativo) y el Libro de Escolaridad, donde se anotaban oficialmente las calificaciones finales.

En esta labor quizás se les haya ido la mano a los legisladores y, como el camalote en el Guadiana, la burocracia ha extendido sus tentáculos en demasía por todos los estamentos. Tareas administrativas, programaciones, adaptaciones curriculares, reuniones a todos los niveles que deben quedar reflejados por escrito para gloria y constancia de no sé qué vitrinas.

¿Y los resultados qué? Andreas Schleicher, investigador alemán en temas educativos y coordinador de PISA (Programa para la Evaluación Internacional de los Estudiantes), ha dicho que los alumnos españoles son buenos reproduciendo contenidos, pero no aplicándolos.  

No sé si habrá un estudio comparativo de los niveles que se conseguían en el antiguo bachillerato con cuarto y reválida, los de la EGB y los que se obtienen ahora al terminar segundo de ESO, que son niveles equivalentes en épocas distintas.

Por medios no es.  Puede que, en Primaria, que es el cimiento desde el que se levanta el edificio de todo lo que vendrá después, falte más profundización en la herramienta fundamental: la Lengua. Lectura expresiva y comprensiva, expresión oral y escrita, desmenuzando textos y discursos y componiéndolos. Los  comentarios de textos adaptados a los distintos niveles. El lenguaje es la llave que da acceso al conocimiento y facilita el camino para asociar, relacionar y sacar conclusiones. Para aplicar lo que se aprende.

Llerena

Al sureste de la provincia de Badajoz, blanca de cal y roja de mudéjar, destaca, en el ancho corredor de la campiña, entre la sierra de San Miguel y la de Hornachos, Llerena, equidistante de tres capitales de provincia, Badajoz, Córdoba y Sevilla.

Según don Luis Zapata de Chaves “…lugar…feliz de sitio, fértil de suelo, sano de cielo, soberbia de casas, agradable de calles, abundante de hermosas, llena de caballeros y letrados y de tan raros ingenios, que apenas necio podrá hallarse uno.”

Apasionante su historia, con ilustres personajes y gran riqueza patrimonial. Pero no va de ello la columna. Tiene Llerena competentes historiadores de acreditada solvencia para estos menesteres.

Va del presente, de la fructífera dinámica social que generan sus moradores de la que surgen actividades artísticas, culturales y recreativas. La historia no es corsé ni motivo de parálisis por el embeleso en su grandeza, sino terreno abonado para fijarse nuevas metas.

Con arraigada tradición musical, dispone de escuela de música, peña flamenca, coral, banda, charangas y grupo rociero.  

Una apreciada compañía de la escena, Teatro de Papel, con variado repertorio, que abarca desde los clásicos a don Ponciano, pasando por Cervantes y Moliere, y un  prestigioso elenco de actores.

Morrimer, es la asociación cultural que organiza anualmente el prestigioso certamen de cortos ‘El pecado’, ya en su vigésima tercera edición. Han producido documentales tan interesantes como La columna de los ocho mil o Los refugiados de Barrancos.

Un grupo de senderismo con aromas de tomillo y romero, ASTOLL, con una organización y funcionamiento merecedores de encomio. Elabora un atractivo calendario de rutas, entre las que destaca la del Rey Jayón.

En el campo deportivo tiene equipo de fútbol y de baloncesto y peñas de los más renombrados equipos nacionales 

Una asociación carnavalera, ‘El Matasuegras, organiza los carnavales, donde la dinastía de reyes y reinas ha alcanzado tal alcurnia que ya dispone de reina vitalicia.

Una asociación de molineros y huertanos que dispone su fiesta allá por la Candelaria…

Podría seguir enumerando, pero valgan estos ejemplos como muestra.

Haría falta quizás una asociación de asociaciones para coordinar actos que repercutan en el bienestar y desarrollo económico y humano del pueblo y la comarca. Así se ganaría fuerza en apoyo de iniciativas que afectan a todos. Hospital, tren y autovía forman trípode y columna vertebral de estas reivindicaciones.

Como en cualquier sitio, de todo hay en la viña del Señor, sin que falten los que “miran, callan y piensan/ que saben, porque no beben/ el vino de las tabernas”. Son los menos.

Arturo Gazul Sánchez Solana escribió que “la finura y espiritualidad de Llerena se debe a la torre; su llaneza de carácter a la llanura de su campiña, su franqueza humana y cordial a la amplitud soberana de su horizonte, su misticismo al infinito de su paisaje; la áspera dureza de algunos de sus hijos, acaso a la sequedad de la sierra”.

Mitos

 

Unos niños juegan en la plaza sin ser conscientes de que están construyendo un mundo de añoranzas para cuando sean mayores. Echarán de menos a esos amigos con los que comparten sus juegos, el toque de las campanas llamando a misa, el sol que se despide amarillo del chapitel de la torre y los grajos y palomas que vuelan alrededor.

Para entonces el tiempo habrá modificado en su memoria este momento.

En su transcurso la fantasía irá llenando de aderezos sus recuerdos. Y ya no serán como fueron, sino como les gustaría que hubiesen sido.  “La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”, en palabras de Gabriel García Márquez.

Suele darse en las vivencias de nuestra infancia y juventud. De ahí, quizás, lo de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Pero no es así. Tendemos a quitar espinas y a conservar las rosas, a mantener lo dulce y a eliminar lo amargo. Si le ponemos un poco de luz a la razón veremos que lo que se idealiza no fue tan placentero como lo contamos. Que sufrimos y tuvimos que enfrentarnos a momentos desagradables, traumáticos en ocasiones.  Que cuando estábamos en el cenit de lo que se supone el disfrute de la juventud también zozobramos muchas veces.

Creamos mitos y los veneramos, como los pueblos primitivos levantaban altares a sus dioses o tótems a sus creencias.

La muerte es la aduana de la inmortalidad para los que brillaron y se fueron. Necesitamos algo permanente en un mundo volátil. Ídolos que, aunque sean de barro, nos parezcan eternos y nos ayuden a tener anclaje en ese refugio, más proclive a la emoción que al raciocinio.

Suele suceder también en el deporte y en los toros.

Los cronistas glosan con hiperbólicas imágenes las gestas de quienes fueron celebrados jugadores de fútbol. Gainza fue apodado El Gamo de Dublín, Di Stéfano, La Saeta Rubia, Gento, La Galerna del Cantábrico, Gorostiza, La Bala Roja…

Si nos dicen de corrido la delantera de los años cuarenta del Atlético de Bilbao (Iriondo, Venancio, Zarra, Panizo, Gainza) o la de los Cinco Magníficos de los años sesenta del Real Zaragoza (Canario, Santos, Marcelino, Villa y Lapetra) transformamos en imágenes jugadas de ensueño desde las ondas sonoras de Carrusel Deportivo en aquellas tardes de domingo.

En el mundo del toreo existen mitos y leyendas que trascienden a una época determinada. Manolete sigue muriendo cada año en la plaza de Linares. Se rememoran lances y anécdotas de los toreros. Reales unas, inventadas otras y mitificadas todas. La rivalidad de Lagartijo y Frascuelo, Luis Miguel Dominguín y Antonio Ordóñez, Joselito el Gallo y Juan Belmonte, entre otros. Faraones y califas toreando al natural en el ruedo de las fantasías.

Sublimamos a personas y situaciones como una aspiración de permanencia. Quizás por lo que soñamos o quisimos haber sido y nunca fuimos.  

Dichosas rutinas

Esas pequeñas cosas, aparentemente intrascendentes, que nos producen un bienestar difuso, sin altibajos emocionales, conforman el núcleo central y más estable de nuestra vida. El que, como un pegamento, une alegrías y penas, formando un todo indisoluble.

No es fácil mantener el ánimo siempre en la cúspide. Hay curvas, piedras y pendientes en el camino y cuando menos te lo esperas, en un cambio de rasante, te das de bruces con un problema mal aparcado. Se alteran nuestros signos vitales básicos y al corazón le cuesta volver a sus cadencias habituales.

Los momentos de felicidad son resplandores que desaparecen pronto. Desde las simas de las aflicciones cuesta más trabajo levantar el vuelo. Resplandores y oscuridades se alternan en el inevitable transcurrir del tiempo.

En medio de ellos, la monotonía de las rutinas, que a fin de cuentas es el intervalo más duradero y estable.  Es como la materia oscura del universo que, según los astrónomos, no emite ninguna radiación electromagnética, pero está ahí, influyendo en el movimiento y sincronía de las galaxias. Espacio y tiempo sin límites claros donde se desarrollan acciones a las que no les damos importancia, pero que forman el armazón que da estabilidad a nuestra estructura emocional. Hábitos adquiridos inconscientemente por la tendencia natural al equilibrio.

También tiene placeres la monótona cadencia de los días, como el remanso de agua cristalina entre el verde frescor de la floresta, alejada de violentas correntías.

Acudir al trabajo y esperar con ilusión el fin de semana. Echarte a la siesta, el paseo diario, las copas cuando plazca y charlar con los amigos, sentarte en la puerta de tu casa a ver pasar la gente e intercambiar tópicos sobre el estado de la atmósfera. Calentarse en la candela de llamas los crudos días del invierno, oyendo el crepitar de la leña. De vez en cuando, según el cuerpo pida y el cariño demande, ascender a la cumbre donde Venus y Cupido tienen posada.

En estos días de vacaciones muchos buscan playas. Allí se supone que los que van encuentran lo que buscan. Los que permanecemos en tierra adentro somos marineros en mares ondosos de trigales. Al viento, velas de la flor de espliego. Aquí no planean gaviotas en el aire, son pardales, alondras, colorines y trigueros los que vuelan sobre sembrados pegujales. Las corrientes marinas, senderos trazados en la piel de las dehesas. Las mareas, que la mar nos presta, las hacemos viento para limpiar los trigos de las eras, bieldo en mano, hacia la luz lanzados bajo el azul de todas las riberas.

Cada cual, según edad y condiciones, disfruta a su manera. Unos mirando una cometa que se eleva y se sostiene sobre el fondo azul del cielo, otros contemplando crepúsculos de atardeceres y amanecidas.

No busquemos penas, que esas vienen solas.  Con estos buenos deseos me despido hasta septiembre, pasada que sea la vorágine festiva de agosto.

Noche estrellada

 

Julio se nos presenta en la campiña con envoltorio de rastrojos y manantiales en retroceso en su interior. La luz del sol, en las paredes encaladas de nuestros pueblos blancos, ciega a quien la mira. Hay huellas secas de carros y labriegos que traen las mieses de los campos de labor hasta las eras por los caminos del sudor y la fatiga. A lo lejos, espejismos de llamas temblorosas que brotan de la tierra. El aire se va haciendo denso y desploma su pesadez en las solanas. 

Por los campos se escuchan cantes de trilla y de siega con cadencias de expresivos silencios. Un remolino inesperado, que al poco desaparece, levanta espirales de polvo y espinos secos. Al mediodía, con el sol en lo alto, llega al agua del pozo un haz de luz, que muestra fugazmente el brillo de las escamas de unos peces y las rocas del fondo.

Cuando la tarde alarga las sombras es hora de buscar los oasis de frescor en las huertas y las norias. Los cangilones suben el agua hasta la superficie y la reparten por acequias, surcos y canteros.

Son recuerdos de veranos pasados. Después vinieron otros, pero, como las golondrinas del poema de Bécquer, aquellos nuestros, cuando creímos que el mundo giraba alrededor nuestro, no volvieron.

Esta estación veraniega nos ofrece también la posibilidad de contemplar el misterio insondable del cielo estrellado.

Arriba sigue la franja del Camino de Santiago por donde fuimos descubriendo las constelaciones que forman las estrellas: escorpiones, dragones, osos, peces, toros…, pero sus guiños ya no son cómplices de secretos que entonces compartimos.  Hoy, en esta hora de volver a los recuerdos, como en el tango de Gardel, nos miran a nuestro paso burlonas e indiferentes.

Conviene observar el cielo para darnos cuenta de lo insignificantes que somos y la importancia que nos damos.  Nos brinda la oportunidad de pensar sobre el sentido de la vida y sobre la función que desempeñamos en el engranaje de la naturaleza.

Echo de menos aquellas noches de mi infancia tendido en la era, cuando el relente se posaba sobre nuestros cuerpos. Empecé por entonces a sorprenderme de la grandeza  del universo y a hacerme preguntas a las que no he logrado encontrar respuestas todavía.

Una de aquellas madrugadas un suave vientecillo levantó fragancias en la vega del río. La luz de la luna destacaba difusos caminos en la llanura y entre los olivares.  Cantaban los grillos y las ranas. 

Estuvimos mucho tiempo sin hablar.  Nuestros corazones latían como dos piezas más en la armonía universal. Nos sentíamos parte integrante de la inmensidad del cosmos.

Deseé que nunca terminara aquel momento, aquella sensación inabarcable de dicha y de paz.

Volvimos por una vereda sin límites claros todavía. Empezaba el alba a dibujar con tonos rosas el tapiz del saliente y las hojas de los chopos se desperezaban con la brisa de la amanecida.

Al cuarto de las talegas

Las noches del Seminario estaban separadas de la actividad diaria por el muro del silencio mayor. Comenzaba después de la cena. Durante esta había dos opciones. Escuchar la lectura que hacía un compañero o, por concesión discrecional del prefecto encargado de la vigilancia, charlar. La venia la otorgaba pronunciando las palabras: “Benedicamus Domino”. A lo que los comensales respondíamos: “Deo gratias”.

Al finalizar la comida leían dos notas. ‘Al cuarto de los paquetes’ y ‘Al cuarto de las talegas’.  Los primeros, normalmente, eran de comida que nos mandaban de casa. Las talegas, de ropa lavada. Los mensajeros porteadores eran familiares o conocidos que iban a Badajoz y se acercaban a la Cañada de Sancha Brava a vernos, si nos dejaban, porque en horario lectivo no se permitían visitas, a no ser de familia muy cercana y por muy poco tiempo, entre clase y clase.  El bulto lo recogía Franco, que así se apellidaba el portero.

Había pocos coches particulares y los viajes desde mi pueblo se hacían en autobuses de la empresa LEDA o en tren.  Los taxistas realizaban servicios por plazas, lo cual estaba prohibido porque les quitaban viajeros a las líneas regulares. Así que nos ponían sobre aviso, si nos para la policía decidle que lleváis el coche arrendado y que sois de familia. La picaresca permanente en esta España de nuestras dichas y desvelos. Si se viajaba en tren había que hacer trasbordo en Mérida. Así continuamos, que en esto de medios de transporte y combinaciones somos muy tradicionales por nuestra zona y lo de adelantar que es una barbaridad se quedó con Campoamor. Podemos ir a Sevilla más rápidamente y directos por tren y carretera que a nuestra capital de provincia. 

 

 

 

 

 

 

 

Llegaron en una ocasión dos paisanos a visitarnos a mi amigo Francisco Gimón y a mí. A la hora de despedirnos, nos dijeron que si queríamos algo para el pueblo. Nosotros, ni cortos ni perezosos, subimos a los dormitorios y bajamos dos talegas repletas de ropa para lavar. Se miraron sorprendidos, con una sonrisa a punto de congelación y se las echaron al hombro. Así los vimos salir por la puerta principal, como dos novilleros con el hatillo en busca de una oportunidad camino de la estación del tren.

Las frases tópicas de cumplido no son para tomarlas al pie de la letra. Son buenos modales a los que se responde dando las gracias.

Sucede con el ‘si ustedes gustan’ cuando alguien se dispone a comer o lo cogemos en plena ingesta.

Vaciedad de contenidos que ha contagiado a otros sectores. Así sucede con las promesas en las vísperas electorales. Son frases de incumplimiento.  Fórmulas de hipocresía.  El protocolo periódico de la antigua y nueva farsa, a lo que educadamente deberíamos responder: Gracias, estamos servidos. O entregarles las talegas de nuestras decepciones para que las lleven sobre sus espaldas como recordatorio de sus promesas incumplidas.

La memoria

 

 

 

 

En la escuela memorizábamos muchas cosas que no entendíamos. Recuerdo lo que me costó hacerlo con el misterio de la Encarnación o el de la Santísima Trinidad. Por eso eran misterios. Los aprendí, pero ni los comprendía entonces ni los entiendo ahora.  Otros temas menos impenetrables los asimilé después de memorizarlos, pero no es ese el orden lógico.

Al escuchar por vez primera la palabra seno al profesor de matemáticas no pude reprimir una pícara sonrisa y darle con el codo al compañero. Cuando galopan los catorce por los ardientes campos del deseo la imaginación vuela a lo que, por prohibido y placentero, nos llama, como a Ulises la dulce voz de las sirenas. ¿Quién iba a suponer que aquellos senos estaban en la cama haciendo trío, con un cateto arriba y la alargada hipotenusa abajo?  Memorizamos los límites de España y la tabla de multiplicar con cantinelas, previo deslinde de cabos, golfos y bahías.

Se considera a la memoria como muestra de inteligencia, pero antes hay que pasar por la aduana del entendimiento. ¿De qué nos sirve aprender el nombre de las constelaciones si ignoramos lo que es una constelación?

Para memorizar que Viriato era un pastor lusitano, necesitamos saber antes que Lusitania era una provincia romana.

 

 

 

 

 

 

 

 

“Incierto y oscuro se presentaba el reinado de Witiza”, decía en las antiguas enciclopedias. Antes hay que situar a los godos en su lugar correspondiente en la historia.

Ahora tenemos a disposición multitud de datos en los libros y en internet, con más amplitud y garantía de permanencia que en nuestras cabezas. Pero también para eso hace falta recordar el proceso de búsqueda.

Gracias a la memoria se da en los hombres la experiencia (Aristóteles). Sí, pero de lo que se comprende antes, lo demás lo hacen los papagayos.

La más importante es la de los afectos, conseguida a base de trato y de cariño, y su pérdida, la más lacerante y dolorosa. En esto nos diferenciamos de las bases de datos de los programas informáticos. La memoria artificial no tiene sentimientos.

Cuando se llega a la vejez y empiezan a fallar las conexiones neuronales se recuerdan más los acontecimientos lejanos en el tiempo que lo que hicimos el día anterior y, si sigue el deterioro, no conoceremos a nadie ni sabremos dónde estamos, no podremos expresar lo que sentimos porque con el olvido se van también las querencias. Quedan las caricias, como leves mariposas que se posan y se van pronto volando. Desde una sima insondable miraremos sin saber quiénes son esos que nos rodean.

La pérdida total de memoria nos conduce al inicio de nuestra existencia, como si todo fuera nuevo cada día.  Produce angustia en los familiares no ser reconocidos por quienes han compartido con ellos toda su vida. De niños aprendimos de memoria muchos conceptos sin comprenderlos, de mayores olvidamos lo vivido sin saber que lo habíamos comprendido.

Manuel Machado y Ahillones

 

Entre costuras, la abuela echó un vistazo al suplemento dominical del periódico HOY, que su nieto, Antonio Marín Guerrero, había dejado sobre la mesa del comedor. Unas fotografías llamaron su atención. Se detuvo a observarlas más detenidamente poniéndose las gafas de cerca. Correspondían a un reportaje sobre los hermanos Machado. Sorprendida le comentó que uno de los señores que estaba en las fotos iba en ocasiones al pueblo. Había reconocido a Manuel Machado. Le dijo que en aquellas visitas le acompañaban su esposa, Eulalia Cáceres, y la hermana de ésta, Carmen.

Los anfitriones eran Luis Durán y su hermana Matilde, que estaba casada con Narciso Maesso Cabezas, acaudalado terrateniente que fue diputado provincial desde 1871 hasta 1877 y posteriormente diputado por Badajoz en el Congreso en cinco ocasiones, en el periodo que va de 1876 hasta 1919.

Y lo más sorprendente. El mayoral de Narciso Maesso era José Dolores Durán, padre de su abuela Josefa y, por lo tanto, su bisabuelo. Le dio más detalles. Le gustaba al poeta pasear por las extensas propiedades que poseía el dueño e informarse de temas campesinos y sociales de la zona. Formas de cultivo, siembra, recolección y relaciones de los trabajadores con quienes eran conocidos como amos o señoritos. Tiempo de desamortizaciones, acumulación de fincas y voto censitario, con sus consiguientes daños colaterales.

Estos testimonios despertaron la curiosidad de Antonio Marín, que actualmente es cronista oficial de Ahillones, y comenzó a investigar más detalladamente sobre el tema. Debían de estar escribiendo por entonces los hermanos Manuel y Antonio Machado la obra de teatro ‘La Lola se va a los puertos’. Así se lo escuchó su abuela Josefa decir a su padre,  a quien se lo dijo el escritor en alguno de aquellos paseos.

Hay algunos detalles interesantes que parecen avalar esta afirmación.

Luis y Narciso, los nombres de sus anfitriones, están asignados en la obra teatral a dos de sus personajes. Y el de José Dolores, su bisabuelo, también aparece. En una conversación entre don Diego, el dueño del cortijo, y su hijo, éste le dice: “Yo no entiendo una palabra de fiestas de campo…”  “Eso es lo de menos. Tú hablas con el mayoral, José Dolores, para las vacas y los becerros; Guerrero, el picador de las cuadras, puede sacar hasta doce caballos”. Apellido este de Guerrero muy común en Ahillones. Así se apellidaba un caballista de las fincas.

Aún se conservan las dos casas donde se alojaban tan ilustres huéspedes.  Una en la calle Nueva y otra en Sierra Morena. En la primera, actualmente dividida en dos mitades, encontró su antigua propietaria un ejemplar de ‘La Lola se va a los puertos’, con dedicatoria manuscrita de Manuel a Luisa Durán Laguna, hija de Luis Durán. Desafortunadamente, está desaparecido. De la otra vivienda queda el nombre de la habitación donde se hospedaban, conocida por miembros de la familia como la de Manuel Machado.