Intransigentes

 

 

 

 

 

 

Fui testigo de un hecho del que sentí al mismo tiempo odio y pena. Lo primero por el déspota causante de la humillación que sufrió una joven y lo segundo por ella. Sucedió en un bar cercano al ferial de una gran ciudad, aparentemente alegre y confiada. La muchacha se equivocó en la devolución del cambio a un cliente que estaba sentado en la terraza y le cobró cinco euros de menos. Cuando se percató del error ya se había marchado y no pudo corregirlo.  El encargado del establecimiento, que estaba por dentro de la barra llevando el control de la caja, le recriminó con tal crudeza el error que sentí el agravio como si me lo estuviera haciendo a mí. Delante de todos y azorada, la muchacha le pidió disculpas y le prometió reiteradamente que nunca más volvería a suceder. Al menos tres veces se lo echó en cara. Y otras tantas ella, se disculpó.

Al abonar mi consumición dejé el dinero sobre el mostrador con todo el desprecio que pude acumular en mi mirada y en el gesto, evitando ponerme a la altura del miserable energúmeno. Al paso, mientras enfilaba la salida, le hice una pregunta recriminatoria ¿Usted nació sabiendo todo y no se ha equivocado nunca? Como no creí que la esperara ni nos conocíamos de nada, y para evitar posibles discusiones, no aguardé su respuesta y salí con la intención de no volver jamás a ese bar.

Cuando una persona se incorpora por primera vez a un puesto de trabajo, es habitual que lo haga con nervios e ignorando todavía muchos detalles del oficio. Lo que necesita es ayuda y comprensión, no a tiranos faltos de empatía que los tratan con la punta del pie.

La intransigencia está muy extendida. El caso del conductor que pasa todos los días por el mismo sitio le recrimina al que quizás sea la primera vez que lo hace y ha dudado un instante si tomar o no una calle que es dirección prohibida.

Baja la ventanilla y mostrando su pericia adquirida a base de repeticiones le suelta una sarta de improperios, tratando al que titubeó por un momento de aldeano y bellotero, al tiempo que hace sonar insistentemente el claxon.

Empleados hay que aprendieron a duras penas a estampar un sello en documentos con marcialidad sonora, ufanándose de su elevada misión ante los ignorantes de tanta burocracia, que preguntan, balbuceantes, por alguna duda.

Y sin embargo, en contraposición, qué confortable satisfacción cuando encuentras empleados y funcionarios amables y comprensivos que se ponen en el lugar del que llega despistado y lo ayudan con agrado en todo lo que necesitan. Les dicen que nadie nace sabiendo y que ellos también tuvieron que preguntar lo que no sabían cuando empezaron.  Personas con este proceder hacen la vida más agradable a los demás y no dicen vuelva usted mañana, sino, eso lo arreglamos ahora mismo.

Ellos son el Estado

 

El hombre orquesta tocaba al mismo tiempo tambor, armónica y guitarra.  Pies, boca y manos a la tarea. Él solo era capaz de mantener la atención de los vecinos que acudían a verlo. Se paraba en los lugares más concurridos y los niños lo seguían, como siguieron al flautista de Hamelín, embobados con su encanto.

Hay personas que son capaces de desempeñar varias funciones a la vez y otros no saben caminar y masticar chicle al mismo tiempo.

Existen ocupaciones que no pueden concentrarse en un solo individuo. Si la empresa es pequeña, quizás pueda realizarlas todas. Un carpintero de mi pueblo colocó un alambre con forma de S colgado en la pared, al lado de una imagen del Caudillo haciendo el saludo romano con la inscripción: “¡Españoles, saludad brazo en alto! Viva Franco. Arriba España”. Allí pinchaba las facturas que le llegaban. No sé si era para no perderlas de vista o para espantar a los acreedores, ante semejante garantía. Otro pequeño empresario, perteneciente al ramo del comercio al por menor, se sentaba por las noches en la mesita de la trastienda para echar cuentas. No había horario de cierre, así que entre volutas de humo y cenicero lleno pasaba largo tiempo en estos menesteres. La luz salía por la ventana y marcaba una franja en la calle oscura.

 En las empresas con más empleados se diversifican los trabajos, según volumen de negocios y necesidades. Primero buscaron la ayuda de contables, que les llevaban las cuentas por las tardes.  Posteriormente, ante el incremento de la complejidad burocrática, delegaron las tareas administrativas en las gestorías.

 Los Estados, las mayores empresas que existen, se constituyen con un territorio, una población, un gobierno con un conjunto de instituciones y autoridades y el armazón de leyes que regulan y garantizan su funcionamiento. Pero ¡ojo, parece que esto está cambiando. Llegan los hombres-estado.

El expresidente Biden ha advertido de una oligarquía de super ricos que amenaza a la democracia. Nos atrapan en sus redes. Ni juran ni prometen cargos. Asisten a las tomas de posesión de los elegidos. Pero impregnan todas las instancias del poder.

El comentado discurso de Elon Musk

De territorio tienen todo el planeta, de población, la humanidad, de leyes las que ellos dictan y de instituciones, Watsapp, Facebook, Meta, Google, Tesla, Instagrán, X, Amazón…  las que les vengan en ganas crear. Los otros, los puestos oficiales, les sirven de reservorio.

Luis XIV de Francia era el Estado. Ahora son en la sombra estos multimillonarios, aunque el cetro o bastón de mando lo lleven otros y los dejen ir con ellos a las procesiones.

Los puntos débiles de los nuevos mandamases residen en la fortaleza de sus ambiciones, que los pueden llevar a la tentación de eliminarse unos a otros. O que el monstruo que han creado se les vaya de las manos y se les revuelva, como Frankenstein a su creador. Iremos viendo cómo evoluciona esto.

Vino amargo

 

Las tabernas eran lugares de encuentro y solaz donde la presión abría su espita y el vino ocupaba el espacio que quedaba. Fugaz quimera que duraba el tiempo de los efluvios del alcohol en la cabeza. Momentos dados a imaginar una vida distinta a la existente. Alivio engañoso, pasajero y pendenciero. ‘A mí no me la da nadie. A ese le canto yo las verdades del barquero cuando lo vea’. De la marginación a la exaltación de la autoestima.

Pero con tan poca base los castillos se deshacían y caían del delirio al suelo. Como los cisqueros que vendían picón por las calles y al intentar subirse en los burros, tras la ingesta, resbalaban una y otra vez por el lado opuesto. No es que se bebiera más que ahora, es que se comía menos. Tiempos difíciles. De pómulos salientes y ojos hundidos.

Los niños, con los sentidos de par en par abiertos a la vida, íbamos descubriendo lo que no se nos enseñaba en las escuelas. La sordidez y la derrota quedaban en días de fiesta tendidas en las aceras. La evasión y los deseos de aliviar penas, arrojados a la vuelta de la esquina entre los vómitos de la resaca.

Sin agua corriente todavía, se usaba un lebrillo con la del pozo para lavar y enjuagar la escasa vajilla. De incolora en la mañana iba tornándose oscura según pasaban las horas.  El urinario, en el descanso de una escalera, junto a una escoba o en un rincón con agujero. Si era de noche se evacuaba en la calleja. Mejor si llovía porque así se fundían el ruido de las canales y la meada. No importaba mojarse, la lluvia refrescaba y el vino hacía de impermeable.

En un ambiente de humo y alcohol los clientes bebían y charlaban. Es un decir, porque las conversaciones no se mantenían con susurros.  Eran voces con algún grito y golpe en la mesa para cargarse de razones.

Curiosas historias.- Aquellos carteles de “Hoy no se fía, mañana sí”… – La Barbería de Jerez

Dos eran las normas básicas, escritas sobre un cartón en la pared amarillenta para recuerdo y constancia: Se prohíbe el cante.  No se fía. En un establecimiento de un pueblo vi un bozal con una inscripción al lado: “Para los blasfemos”. Los taberneros eran, a su manera y según don de persuasión, garantes de la moral y las buenas costumbres por la cuenta que les tenía. Pero no podían poner puertas al desborde y a veces se cantaba y se blasfemaba.

Me refirieron que en otro pueblo cercano uno de los clientes, ligero de lengua y caliente de vino, depuso en   la máxima divinidad con la contundente frase que le costó al Cabrero dos meses de cárcel en 1982. La imprecación a la que me refiero fue escuchada por alguien con poder que pasaba por la puerta. El autor terminó también entre rejas.

Tiempos pasados de vino amargo, que no daba alegría ni quitaba las penas.

Según y cómo

Los que nos precedieron amojonaron el camino con consejos y refranes para que los que vinieran detrás aprovecharan su experiencia atesorada a base de observación, aciertos y errores. Pero hay contradicciones en esos aforismos porque la vida no transcurre igual para todos y cada cual cuenta la feria según le va.

Si uno dice que no por mucho madrugar amanece más temprano, hay otro que aconseja hacerlo para que Dios ayude.  Que un pájaro en la mano vale más que ciento volando y, sin embargo, también nos previenen de que el que no arriesga no gana. Todos contienen una parte de razón, según las circunstancias. Tenerla siempre es muy difícil.

Ciertos temas están recubiertos de afiladas aristas y al tocarlos cortan. Las opiniones políticas, en muchos casos, opuestas, viscerales e irreconciliables que oímos, no solo en las tertulias televisivas y radiofónicas, sino en nuestro círculo de amigos y conocidos, nos muestran la diversidad de percepciones de la realidad, tamizadas por cedazos de intereses, fobias y filias. Pocas, por el sentido común, aunque todos lo reivindican como propio.

Conviene distanciarse para tener una visión más amplia que la que proyecta la sombra de nuestras propias narices. Aceptar la posibilidad de que el otro puede tener razón y yo estar equivocado antes de echarse al monte de los improperios y en trance de cogerse por la pechera cuando hierve la sangre y faltan palabras para apoyar nuestros argumentos. Actitud tan extrema, como inútil. Nadie convence a nadie con insultos. Al contrario, profundizan las diferencias.

Ha habido dictadores en la historia considerados unos tiranos sanguinarios por ciertos sectores y héroes que salvaron a sus países de presuntos peligros interiores o exteriores por otros.

Los pactos con otras formaciones políticas buscan la estabilidad de los gobiernos cuando se está en minoría o el interés particular para permanecer en el poder a cualquier precio. Según lo haga un partido u otro.

Los que vienen en patera son unos potenciales delincuentes que enturbian nuestra convivencia con desórdenes y robos o personas que huyen de la miseria de sus países de origen, jugándose la vida en el intento.

Los que se suben en el burro ni se bajan ni dan su brazo a torcer fácilmente. Si rectificar es de sabios, aquí somos más de sostenerla y no enmendarla, poniendo los atributos masculinos como garantía.

Si los que defienden con vehemencia a quienes son de su cuerda cuando aciertan y critican virulentamente al adversario cuando yerra, hicieran lo mismo cuando los oponentes atinan y los suyos meten la pata hasta el corvejón, serían dignos de encomio. Pero eso es una utopía que supera a la imaginada por Tomás Moro.

Buena predisposición para los debates sería aplicar a los mismos lo que decía el escritor francés de Burdeos Michel de Montaigne. “Cuando me llevan la contraria, despiertan mi atención, no mi cólera. Me ofrezco a quien me contradice, que me instruye”.

Gira el mundo

La tierra en su periplo alrededor del sol ha echado la cabeza atrás por la inclinación de su eje imaginario y la luz solar nos llega más oblicua desde el sur. Las sombras alargan sus dominios por el hemisferio norte y las umbrías están a sus anchas. Vamos hacia el solsticio de invierno, momento en el que el sol se da la vuelta y comienza su lento ascenso por los paralelos.

Un viaje de ida y vuelta desde el trópico de Cáncer al de Capricornio.

Los viajeros de esta nave vamos como niños en la noria de una feria, festejando los momentos del trayecto en que el sol alcanza su máxima altura y la mínima o cuando cruza el ecuador dos veces al año en primavera y en otoño. Celebramos sobre todo los pasos por las estaciones del invierno y del verano, que no son de salida ni llegada, sino momentos de su órbita en los que saludamos desde las ventanillas poniendo abundante luminaria en las calles o haciendo candelas en las playas.

Siempre la luz como referente.

Y en esos viajes de ida y vuelta vamos consumiendo la vida y nos van llegando los años, sabiendo que cualquiera de ellos será sin billete de regreso y la misma tierra donde duermen las semillas a la espera de otras nuevas primaveras nos dará cobijo eterno.

Vienen jornadas de crepúsculos fríos con luceros de la tarde y la mañana que parecen trocitos de hielo flotando en una gran copa de cielo azul. Si el viento llega con silbos afilados y la escarcha cubre tejados y campos, a la vera del fuego toma asiento. Sin prisas, que en esta época hay lugar para llenar las llamas de derroches y fijar sin premura las miradas en los leños, a la vez que cavila el pensamiento. O solo mirarlos, sin pensar en nada.  Las lenguas oscilantes de la lumbre y brasas rojas en el hogar nos protegen del hálito gélido del norte. Qué añoradas aquellas estampas de chapetas sonrosadas en las mejillas y ojos brillantes de asombro cuando los abuelos relatan cuentos y las llamas de la candela arrojan nuestras sombras contra la pared.

El frío, casi sólido y cortante de la madrugada, deja prendidas bolitas de hielo en los filos alargados de las retamas que, a contraluz de los tibios rayos de sol de la amanecida, se convierten en traslúcidos diamantes.

El carbón de encina en el anafre enrojece a golpes de soplillo. Mi madre prepara el café en un puchero y en un tazón de porcelana lo miga con tostadas, poniendo la nata como cumbre nevada sobre ellas. Amanece. En los tejados, la pelona y en la cañada, el sol entre brumas. El humo de las chimeneas se eleva solemnemente hacia el cielo… Nos vamos al arroyo para romper el carámbano con piedras y, si aguanta, pasar a la otra orilla andando sobre él.

De comidas y cenas

Entre un pastor que almuerza, navaja en mano, con el dedo pulgar sujetando una loncha de tocino veteado sobre un pedazo de pan, con su glúteo apoyado en la garrota mientras las ovejas pacen tranquilamente en el prado y un banquete de exquisitas viandas, servida en loza de Sargadelos, dorada cubertería y cristalería de Bohemia hay una característica común: la necesidad de alimentarse. Y muchas diferencias en ceremonias y protocolos, derivadas de la extracción social de los comensales y de los usos que cada cual ha ido asimilando.  

Usanzas que se han ido incorporando al hecho fisiológico de comer. Unas, basadas en la lógica y otras en remilgadas cursilerías, de forma que el que conoció lo del caldero al medio con cucharada y paso atrás se siente perdido en un laberinto de copas, cuchillos, cucharas, tenedores y cubiertos sin saber muy bien con qué entradas, principios, postres o guarniciones han de ser casados cada uno de ellos.

La elaboración de los alimentos también ha pasado de ingredientes básicos a virguerías asombrosas servidas en grandes platos con poco contenido en el centro y extensas firmas de salsa alrededor.

La historia nos ofrece ejemplos de comidas que trascienden el hecho fisiológico.

Algunas tuvieron como signo distintivo la frugalidad y el simbolismo. Fue Eva, tras su consumada tentación, la que ocasionó nuestra expulsión del paraíso y destierro en este valle de lágrimas.   

La última cena de Jesucristo con sus discípulos, frugal también, a pan y vino, influyó en generaciones y generaciones por los siglos de los siglos. En ella se consumó la traición por treinta monedas de plata.

El banquete que describe Platón en uno de sus diálogos con eximios y filosóficos comensales derivó, tras la ingesta de excelentes viandas y vinos, acompañados de música y bailes, hacia una conversación de altura sobre el amor. Platónico, naturalmente. Los efluvios del alcohol predisponen a la querencia.

Las bodas de Camacho que el Quijote refiere, tuvieron abundancia de víveres e ingeniosa astucia de Basilio para engañar al rico hacendado y desposarse con la hermosa Quiteria.

El más multitudinario banquete que los anales refieren en cuanto a número de comensales, manjares y duración (diez días) fue el que organizó Asurbanipal II con motivo de convertir a la ciudad de Kalah en la capital de Mesopotamia, quitando este honor a la de Nínive.

Otras comidas fueron interrumpidas por enigmáticos mensajes, como los aparecidos sobre la pared del salón donde celebraba sus orgías el rey asirio Baltazar: ‘Mane, tecel, fares’, que predijeron la caída del monarca y de su reino a manos de los persas capitaneados por Darío.

Hay comidas de mero sustento, de celebraciones festivas, de despedidas, de homenajes, en las que todo el mundo es excelente…. Unas acompañadas de discursos y otras en silencio. En esa burbuja acogedora el tiempo pasa inadvertido mientras la lluvia cae  fuera con un rumor de panales sobre calles y tejados.

El hábito descubre al monje

El psicólogo estadounidense Philip Zambardo realizó en 1971 un experimento en la Universidad de Stanford. Escogió a un grupo de estudiantes entre los que se prestaron voluntariamente para desempeñar por sorteo funciones de guardianes y prisioneros. Una especie de representación teatral y juego de rol con todos los detalles y equipamientos. Porras y uniformes para los carceleros y batas, sandalias y cadenas en los pies para los prisioneros.  Todo con el fin de conseguir el máximo realismo posible.

Los que ejercían el papel de guardianes se lo tomaron tan a pecho que empezaron a vejar, humillar y maltratar a los que hacían de prisioneros. A la vista de los derroteros, transcurrida la primera semana, suspendieron la experiencia para evitar males mayores.

Una de las conclusiones que sacaron es que, dependiendo de las circunstancias, en situaciones límites, pueden surgir héroes o verdugos, personas solidarias o rateros.

El resultado demuestra también la adaptación y obediencia de las personas cuando se les imbuye o inculca una ideología y un apoyo institucional que los ampara y legitima.

El ensayo fue criticado por otros psicólogos debido a su falta de ética y objetividad. Pero la vida nos ofrece ejemplos abundantes de los cambios que se producen en ciertos grupos de personas, según vengan dadas. Las dictaduras tejen un entramado de leyes con las que justifican sus arbitrarias decisiones y los ejecutores de las mismas sienten el amparo y protección que les ofrecen. Caldo de cultivo para que surjan monstruos aberrantes que, a poco que indaguemos, aparecen tras doblar cualquier esquina de la historia.

El hábito no hace al monje, pero nos descubre su forma auténtica de ser cuando por razón del cargo o cambio a mayores de estatus o fortuna, modifica su comportamiento. El poder de los entorchados y los uniformes y del poderoso caballero don dinero. ¡Usted no sabe con quién está hablando!

Los energúmenos en el fútbol aumentan su agresividad cuando se sienten alentados, protegidos o consentidos por las entidades que deberían velar por mantener la seguridad en los estadios.

Despojados de vitolas, aureolas y charreteras, quedan desnudos y en evidencia ante sus conciudadanos. Los más camaleónicos no dudan en confundirse con la maleza de la situación sobrevenida y reconvertirse en ardientes defensores de las nuevas ideas. Del azul al rojo y viceversa solo basta una camisa y un bote de tinte.

Dijo Henry Kissinger que el poder es el mayor afrodisíaco que existe. Un preboste debe de sentir como un orgasmo cósmico al contemplar una plaza a rebosar que lo aclama.

Una combinación de complejo de inferioridad, paranoia y poder puede resultar nefasta en estos casos para la sociedad.

Mas no conviene generalizar. Tenemos que poner en valor el admirable comportamiento de las personas que son consecuentes y mantienen sus ideas y forma de ser con el viento a favor o en contra.  Son paradigmas que enaltecen la condición del ser humano.

 

 

Dinero

Cuando se paga en metálico parece que se le da más importancia al dinero. Yo asistí hace muchos años como testigo a la compra de un cuartón de tierra por parte de un vecino. Poca cosa, pero para él, que había amasado su pequeña fortuna peseta a peseta con mucho esfuerzo, aquel acto solemne ante comprador, testigos y notario, suponía entregar una parte de sí mismo y también una muestra de orgullo y satisfacción por los rendimientos conseguidos con su trabajo. Poner billetes de mil unos encima de otros con la figura majestuosa de don José Echegaray en su anverso, no estaba al alcance de la mayoría.  Aquel momento me recordó al cardenal Cisneros cuando los nobles le preguntaron en virtud de qué poder los gobernaba y abriendo el balcón les señaló a los soldados y cañones formados en el patio: “Estos son mis poderes”. Eso me pareció el gesto de mi vecino aquel anochecido cuando, llegada la hora del pago, sacó un sobre del bolsillo y empezó a contar los billetes ante el silencio expectante de los presentes.  Unos nuevos, otros descoloridos y ajados.  Incluso algunos, con roturas unidas con el papel blanco donde venían los sellos de correos. Los contó primero el que compraba y tras él, a su ruego, (el dinero es para contarlo, le dijo) el vendedor de la tierra.  Así se consumó la compraventa.

Está disminuyendo el uso material del dinero en las transacciones. Ahora cada mes nos comunican los abonos y pagos que se han producido en nuestra cuenta bancaria, sin verlo ni tocarlo. Así nos pagan, así se lo llevan, como ilusionistas de circo. Nada por aquí, nada por allá. Los números y el plástico nos han suplantado en estos menesteres. Un simple contacto con la tarjeta o un rápido pase por la ranura de una maquinita están sustituyendo al papel moneda. Los aparatos de cobro son como linces agazapados a la espera sigilosa de la presa sobre la que saltan con las uñas afiladas en el momento que se la acercan. La engullen de un bocado.  ¿Quiere copia? Es la lengua lo que nos sacan una vez saciado su apetito. Se lo llevan inmaculado, sin mancha ni mácula, como nos explicaban los curas que se produjo el embarazo de la virgen María. Un rayo de sol que atraviesa el cristal sin romperlo ni mancharlo. Larga mano digital que llega y traspasa de nuestra cuenta a otra ajena en un intercambio mágico de dígitos. Muy frío y mecánico todo.

El dinero se ha vuelto volátil, espirituoso, inconsistente. Apuntes impersonales que han perdido la mística del cuento y el recuento humedeciendo cada poco los dedos.  Y qué curioso que se le siga mejor el rastro a lo intangible e invisible que a las bolsas y maletas llenas de billetes que ínclitos compatriotas y delincuentes de alcurnia se llevan a los paraísos fiscales. 

Estampas de otoño

 

Tras un largo paseo campestre me he sentado al tibio sol del otoño cerca de un meandro del arroyo de la Corbacha, que discurre por la Campiña Sur de camino para el Matachel, rodeado extensos olivares, terrenos de labor y partes de posío. Enfrente, el collado de “Las Majadillas”, topónimo que recuerda su pasado pastoril y ganadero.

Pasan los cazadores rastreando por tomillares y barbechos. Algún tiro y ladridos de perros rompen momentáneamente el silencio de la mañana. Después solo se oye el rumor de la corriente del agua como una musiquilla de cascabeles de cristal por las pequeñas quebradas que forman las rocas entre juncos y adelfas.

Allá arriba el águila mece su augusta majestad y los aviones pasan dejando cicatrices blancas en el cielo, que poco a poco se desvanecen.

El verano se despidió dando tumbos y latigazos luminosos, ahíto de soles y calimas saharianas.

Se posó el rocío, tarjeta de visita del relente, sobre el pasto de las vegas en los amaneceres.

Los vientos ábregos comenzaron a espabilar a las alamedas de su dilatado letargo veraniego y estas responden con risueños desperezos. Sus hojas, desprendidas por el viento, han empezado a hilvanar tapices ambarinos sobre las riberas. Van ampliando sus dominios las umbrías a medida que el sol baja hacia el solsticio. Bardas sobre el horizonte de la sierra anunciaron las primeras lluvias del otoño, que tienen entre sus atributos el color verde hierba y la fragancia fresca y penetrante de la tierra mojada. Han sido generosas estos días. Bálsamo para la piel quemada de la tierra y esperanza de fruto en ciernes para la labranza.

Al anochecer la luz de la farola de la esquina riela sobre el agua caída.  En los cristales de mi habitación, las gotas forman, juntándose unas con otras, pequeñas y sinuosas cordadas que se precipitan hasta el junquillo de la ventana donde se pierden en el crisol ceniciento de la tarde.

Por los límites difusos del olvido y la añoranza vaga la melancolía con un fondo musical y algún recuerdo lejano que quizás nunca existió.

Días de aceitunas, mazo sobre piedra y tinaja de barro para su endulce. Hormigas de alas, ballestas de furtivos cazadores a la espera de que piquen alondras y trigueros.

Tiempo de jugar a pinchar el clavo sobre el prado humedecido, de desplazar a la rayuela con el pie, de lanzar la peonza y cogerla para que siga girando sobre la palma de la mano. De bolindres y billardas. De cortar el hilo y recorrer las calles con los aros… Entre las juntas de los rollos de las calles brotaban las hierbas primerizas…

Otoños pasados que siempre acuden a la memoria por estas fechas, aunque el asfalto y el cemento han suplantado a la tierra y los niños no juegan en las calles a juegos sobre los que caen las cenizas del olvido en el rincón del abandono.

Enseñar y aprender

 

En estos tibios días de octubre ya debe de estar el curso académico encarrilado en sus distintos niveles, desde las guarderías a la universidad. Promociones de alumnos que entran y otras que salen.

Mi generación y aledañas aprendimos con la enciclopedia Álvarez como libro de cabecera y el Nuevo Catón como lectura. Desde entonces se han sucedido muchas leyes educativas para intentar adaptar la enseñanza a la evolución de la vida, que es esquiva y se va de las manos como los peces que pescábamos con las manos en los arroyos. Intentan ponerse a la altura, pero no bien llegadas aparecen otros retos por la rápida evolución de la sociedad.

Ha cambiado mucho la organización de los centros desde entonces.  De un solo maestro, que impartía todas las materias al mismo grupo de alumnos, pasando por el adoctrinamiento religioso y político que marcaban los programas nacionales de educación, a un jubileo de profesores entrando y saliendo de las aulas, según especialidades. De la separación por sexos a la integración.

La pizarra y la tiza resisten a la introducción de medios audiovisuales e informáticos.  Se ha reducido el número de alumnos por aula y se ha incrementado el de profesionales, con la dotación de equipos de orientación y logopedas.  Se imparten idiomas, los grandes ausentes de tiempos pasados.

El papeleo se limitaba a tener una lista de clase con el nombre de los padres, domicilio, profesión, un registro de faltas de asistencia con un breve historial académico, el ERPA (Registro Personal Acumulativo) y el Libro de Escolaridad, donde se anotaban oficialmente las calificaciones finales.

En esta labor quizás se les haya ido la mano a los legisladores y, como el camalote en el Guadiana, la burocracia ha extendido sus tentáculos en demasía por todos los estamentos. Tareas administrativas, programaciones, adaptaciones curriculares, reuniones a todos los niveles que deben quedar reflejados por escrito para gloria y constancia de no sé qué vitrinas.

¿Y los resultados qué? Andreas Schleicher, investigador alemán en temas educativos y coordinador de PISA (Programa para la Evaluación Internacional de los Estudiantes), ha dicho que los alumnos españoles son buenos reproduciendo contenidos, pero no aplicándolos.  

No sé si habrá un estudio comparativo de los niveles que se conseguían en el antiguo bachillerato con cuarto y reválida, los de la EGB y los que se obtienen ahora al terminar segundo de ESO, que son niveles equivalentes en épocas distintas.

Por medios no es.  Puede que, en Primaria, que es el cimiento desde el que se levanta el edificio de todo lo que vendrá después, falte más profundización en la herramienta fundamental: la Lengua. Lectura expresiva y comprensiva, expresión oral y escrita, desmenuzando textos y discursos y componiéndolos. Los  comentarios de textos adaptados a los distintos niveles. El lenguaje es la llave que da acceso al conocimiento y facilita el camino para asociar, relacionar y sacar conclusiones. Para aplicar lo que se aprende.