
En la vida aspiramos a superarnos y a mejorar personal y profesionalmente. Para ello es necesario el esfuerzo y la lucha contra las dificultades. Fijarse una meta, pelear por ella y no hacer caso a las sirenas que intentan distraernos en nuestra travesía.
Es encomiable el tesón de los que se esfuerzan por conseguir lo que se proponen con su trabajo o sus estudios. Ese afán es el motor que hace que la humanidad progrese.
Salvo los sabios, a los que no les atraen ni el dorado techo de los palacios ni les enturbia el estado de los soberbios, en palabras de Fray Luis de León, los demás luchamos por prosperar y aportar lo que podamos a la sociedad.

Cursar carreras universitarias, crear empresas, destacar en actividades artísticas o deportivas, investigar… son algunos campos en los que la actividad humana puede encontrar el modo de satisfacer sus aspiraciones. Todas necesitan muchas horas de trabajo y de renuncias y, salvo envidiosos, el reconocimiento de los demás, pues es un estímulo que ayuda a perseverar en el empeño.
Ciertos sujetos, ajenos al esfuerzo y sacrificio que estos logros suponen, los buscan por atajos, pero no renuncian al brillo social que los mismos representan. Todos los vicios dan tregua, pero la vanidad del mundo nunca dice basta, escribió Baltasar Gracián.
Los que tienen la habilidad social de rodearse de personas de las que pueden conseguir favores y prebendas, lo intentan por esa vía. ¿Se han fijado ustedes en las reuniones de alto copete en las cabezas que giran como brújulas en busca de otras personas más influyentes sin hacerles ni puñetero caso a quienes les están hablando?
Para el acceso a la, en teoría, noble actividad política, no se exigen condiciones previas de preparación, salvo el ser español mayor de edad y no estar privado por sentencia judicial firme del derecho a ser elegido. Así tiene que ser en puridad democrática. Entran los que van con la loable intención de mejorar las condiciones de vida de sus conciudadanos y los que, a rebufo, medran por sus intereses personales. Alguno lo dijo a boca llena: me he metido en política para forrarme.

Verse de la noche a la mañana con poder, infla la vanidad de ciertos electos. La atracción por honores y coronas de laurel es insaciable y ha llevado a algunos a añadir a sus currículos títulos falsos para dar lustre a sus ensoñaciones. Pero los títulos, salvo los heredados de origen medieval con pomposos apellidos, preposiciones y conjunciones, hay que trabajarlos y merecerlos.
Aparentar lo que no se es disfraza un complejo de inferioridad y una humillación cuando son descubiertos. El escudero al que sirvió el Lazarillo, intentaba engañar a los demás engañándose a sí mismo cuando paseaba con buena disposición y razonable capa y sayo sin haber comido el día anterior nada más que un mendrugo de pan que le trajo su criado.
