Honor y reputación

Santos Cerdán desafió desde su escaño en el Congreso de los Diputados a una diputada del PP, moviendo la mano como si fuese boca de pato, para que le dijera fuera lo que le estaba soltando desde la tribuna de oradores. Imagen que me recordó a los escolares cuando, con motivo de cualquier disputa, se citaban fuera del aula para arreglar las desavenencias por la fuerza en vez del diálogo. ¡A ver si sales, que te vas a enterar! Para añadir más expresividad se pasaban el dedo índice por el cuello o agitaban la palma de la mano de un lado a otro, abriendo los ojos desmesuradamente.

En tiempos pasados las afrentas se dirimían con duelos. Tenían su ceremonial. Un lugar apartado, padrinos y testigos. A primera sangre o a muerte, con espadas o pistolas. Podía suceder que el agraviado en los casos de desafíos ocasionados por infidelidades matrimoniales se llevara la peor parte e irse con toda la cornamenta al más allá. Pero el honor quedaba restituido porque la sangre lo lavaba.

Según el diccionario de la RAE, el honor es una “cualidad moral que lleva al cumplimiento de los propios deberes respecto del prójimo y de uno mismo”. Hay tres caminos para conseguirlo: la virtud, el mérito y las acciones heroicas. Como consecuencia de ello y a nivel social se obtiene una determinada reputación.

Curiosamente, en las definiciones que da el diccionario de honor y de honra, las referidas a las mujeres coinciden: “En épocas pasadas o en algunas sociedades, honestidad y recato de las mujeres”.

El linaje y la cuna lo determinaban. Nacer en una familia noble y rica llevaba aparejado el honor. Incluso los más tarambanas de las estirpes seguían manteniéndolo, a pesar de sus deslices, porque ya se sabe que unos sufren un ligero mareo cuando beben y otros son unos borrachuzos. Las clases bajas tenían que hacer méritos para escalar en la pirámide, siendo la educación el ascensor social más cotizado. Entonces y ahora.

Los miembros de algunos estamentos, como plebeyos, intocables, esclavos y negros llegaban al mundo con la marca de la marginación.

Hay cargos que por su relevancia confieren honor a quienes los ejercen. Personas que por su buen hacer dan categoría a oficios aparentemente insignificantes y bribones que desprestigian el puesto que ocupan.

Existen quienes optan por la política para su ascenso.  Sólo necesitan el voto de sus conciudadanos, sin más exigencias de preparación o formación. Así es en puridad democrática. El poder siempre ha atraído por su su erótica. Un honor al que hay que corresponder con una gestión eficiente y un comportamiento ejemplar. Desafortunadamente esta forma de ascenso da lugar a que elementos sin   escrúpulos y carentes de los más elementales principios morales y cívicos nos engañen y se cuelen como gusanos en las manzanas para medrar en su propio beneficio y pudrir el noble ejercicio de la actividad política.

2 respuestas a «Honor y reputación»

  1. Antes para ocupar cargos públicos era necesario demostrar sobradamente honorabilidad.Era un valor importante para ocupar puestos de confianza.
    No sucede ahora esto, ya que se elige como hombre de confianza al que me puede llevar a lo más alto, para trepar y acumular poder personal, sin pensar en el bien colectivo y sin mirar los métodos utilizados.
    Las personas que ponen por delante los intereses particulares, son bribones, trepas y de todo, menos y auténtico político.

    1. Así es. La actividad política se ha convertido en una escuela de granujas que buscan medrar en su propio beneficio y robar todo lo que puedan. Los pícaros han encontrado en ella su caldo de cultivo.

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