
(Fotografía del periódico El Norte de Castilla)
Los adelantos técnicos y los cambios sociológicos han hecho que en el medio rural haya ido cambiando la forma de trabajar y desapareciendo muchos oficios. La mayoría dependientes, directa o indirectamente, de la agricultura y la ganadería. De la siembra a voleo y la siega a mano con la hoz a las modernas sembradoras y cosechadoras hay una gran diferencia, con ahorro de esfuerzo y rentabilidad económica.
Las grandes casas de labranza disponían de numerosas y variadas plantillas.
De aperadores a gañanes y de mayorales a pastores, sin olvidar a yunteros y vaqueros, por ejemplo. Además de las personas que empleaban para el servicio doméstico: planchadoras, niñeras, cocineras, lavanderas… Ni sueldos ni impuestos ni derechos eran los de ahora.
La desaparición de los animales de labor llevó consigo la de los profesionales que se dedicaban a la confección y reparación de sus arreos y aperos. Talabarteros, herreros y herradores tuvieron que adaptarse a los cambios o desaparecer.
En mi pueblo, de más de diez zapaterías, con maestros y aprendices, no ha quedado ninguna.
Las actividades de echar unas medias suelas, reparar tacones, clavar tachuelas, coser con leznas y engrasar con cerote los cabos fueron desapareciendo paulatinamente.
Tan vinculados estaban los oficios a las personas que los ejercían que bautizaban a ejercientes y herederos con los nombres del oficio. Juan el del molino, Carlos el jabonero, José el mayoral, tío José el caballista… Lo de tío y tía es un tratamiento que se conseguía con la edad y el respeto. Entre el don y el tú.
En Llerena, mi amigo Francisco Escudero todavía conserva el sobrenombre de Espartero, no por el torero, sino por la digna y artística profesión de su padre que trabajaba con el esparto.
Los recoveros recorrían aldeas y cortijos cambiando productos de los que no disponían allí, por otros de producción campestre, como huevos y gallinas.
Desaparecieron de las calles los afiladores con sus bicicletas y sus chiflos. Los silleros que echaban los asientos de las sillas con las eneas cogidas en el río. Paragüeros y lateros de estaño y alicates…
Dejaron sus ocupaciones curtidores y ladrilleros, carreros y arrieros con sus borricos por caminos en mal estado. Los caleros que extraían la cal viva de las caleras. Picapedreros, canteros y peones camineros. Poceros de soga a la cintura y asidero en el brocal, jaboneros de aceite usado…
Hasta un sastre tuvimos de jaboncillo azul y cinta métrica.
Cisqueros y carboneros de retamas y encinas, de negro aspecto y rojo fuego.
Diteros de libreta a crédito.
Telefonistas de centralita y latiguillo de ‘le pongo’. Pregoneros de voz ronca y trompetilla. Relojero de lupa y soplo.
No sospechábamos entonces que el verso de Juan Ramón Jiménez que dice que “el pueblo se hará nuevo cada año” se iba a transformar con el paso del tiempo en el pueblo se irá haciendo viejo y languideciendo poco a poco cada año.
