El campo se rebela

Los que vivimos en zonas rurales y tenemos más que mediada la vida hemos conocido la evolución de los trabajos en el campo. Desde aquellos hombres que, en palabras de Luis Chamizo, despertaban a las gallinas cuando salían con los burros del cabestro, hasta la situación actual en que luchan por mantener la supervivencia de sus explotaciones.    

Hemos asistido al tránsito del arado, con la mano en la mancera tirado por bestias, a los tractores, del carro al remolque, de la siega con la hoz a las cosechadoras.

Compartimos charlas con los pastores, sabios de soledades y observaciones. Vimos la esquila manual con tijeras y la posterior con máquinas. El lento ir y venir de las vacas de los corrales a los ejidos.

Supimos de la recolección de las aceitunas de verdeo, con bancos y cesta al cuello.  De la de aceite, con vareo y rodillas sobre los surcos helados.

Sabíamos cómo se presentaba la cosecha, si había exceso o insuficiencia de precipitaciones, de los solanos abrasadores que la mermaban. De vallicos, de gramas y amapolas, que quitaban con la escarda. Eran los temas de los que se hablaba todos los días.

La actividad económica de nuestros pueblos estaba condicionada por las cosechas. El tendero y el tabernero abrían listas a débito hasta que se recogían.

En las ciudades viven más ajenos a estas actividades. Solo llegan noticias a ellas cuando las ovejas atraviesan Madrid, cuando hay una subida brutal en los productos del campo o cuando los agricultores se manifiestan en sus calles con tractores. Ahora lo están haciendo por toda Europa.

Las grandes urbes tienen sus metros y sus autobuses, sus fábricas de coches, sus bancos e inmobiliarias, sus comercios y oficinas, pero si al llegar la hora de comer encuentran sólo mantel y cubiertos y faltan los alimentos se darían cuenta de la importancia que este primer eslabón de la cadena alimentaria tiene. 

Hay un síntoma evidente de la decadencia del trabajo de ganaderos y labradores. Sus hijos no quieren seguir con el oficio de sus padres porque no ven un futuro claro ni rentable.

Trabajar con la incertidumbre de no saber cuál va a ser el resultado de su esfuerzo es penoso.  Irrita que los precios los marquen unos señores que no pisan el campo ni se manchan las manos con la tierra. Frustra que los de la maquinaria, fertilizantes y combustibles suban desmesuradamente y lo que ellos reciben por sus productos no les compense. Desconcierta la maraña de leyes y reglamentos y están justamente indignados ante la competencia desleal que supone que las exigencias que se imponen aquí no se les apliquen a los productos importados de países extracomunitarios. Sin agricultura y ganadería, nos faltaría el sustento diario. Y con las cosas de comer no se juega.

Tomen las medidas necesarias quienes tienen poder y medios para hacerlo y ofrezcan un futuro de esperanza para el campo.

O tempora, o mores

Las personas y las costumbres cambian con el tiempo. Y las cosas.

¿Qué tienen en común aquel niño de rizos en la frente y este hombre que tengo ahora delante al que me ha costado reconocer como al amigo que jugaba conmigo en la plazuela?

Su cuerpo, ardilla que trepaba a las higueras, escurridizo y ágil, devino a flácido con arrugas en la piel y albura en las escasas zonas de la cabeza que aún conservan su cabello. 

Su casa cerrada rumia en silencio su abandono. Al entrar de nuevo siento un vacío lleno de vidas ausentes. Conversaciones de vecinas que trenzaban hilos con palabras. El polvo ha ocupado silenciosamente los pocos muebles que quedaron. En el desván, tejen las arañas el olvido en los rincones.

Las costumbres cambian por la lógica evolución de la sociedad.

Las hay, sin embargo, que necesitan puntas de lanzas para romper las burbujas donde las retienen los prejuicios y el temor a las críticas ajenas.

Del uso de los manteos, velos y cobijos, vestimentas que a la moruna usanza cubrieron las cabezas y espaldas de muchas mujeres, y que en su época fueron considerados casi de obligada observancia, hasta los tops cortos y ombligos al aire hay un largo proceso de censuras y conquistas.

Existen personas que, contra corriente, rompen con lo establecido, sufriendo reproches y censuras. Son criticadas, pero después muchos siguen la senda que ellas con valentía han desbrozado.

Cuando casarse era para toda la vida, aunque tuvieran que aguantarse carros y carretas, los que daban el paso y se separaban, sufrían el estigma de la reprobación social. La voz popular llamaba a las mujeres que no vivían en armonía con su cónyuge, malcasadas. Y no hablemos de quienes se amancebaban sin pasar por sacristía. Solo la resonancia de los sinónimos-barraganería, abarraganamiento, concubinato- ponían al vuelo las campanas del menosprecio. Un embarazo sin estar casada suponía deshonra y marginación. Una espada de fuego blandida por las convenciones sociales las expulsaba del grupo de la gente formal.  Ya vemos cómo han cambiado, afortunadamente, los comportamientos y las mentalidades ante estos casos.

 ¿Por qué esa obsesión por el sexto y el noveno, habiendo diez mandamientos?

Sobre los cambios que produce el paso del tiempo escribieron poetas, dramaturgos y compositores.  Columna vertebral de poemas y de inmortales obras de teatro. Protagonistas que traspasan su vejez a un retrato o venden su alma al diablo con tal de detenerlo. Juan Ramón Jiménez lo plasma magistralmente: “Se morirán aquellos que me amaron/ y el pueblo se hará nuevo cada año”.

Charles Aznavour y Joaquín Sabina son muy parejos en sus experiencias. Uno encuentra un café bar y abajo una pensión donde estuvo su taller y el otro una sucursal del Banco Hispano Americano donde estaba el bar en el que conoció a una joven en un pueblo con mar después de un concierto. ¡Qué tiempos, qué costumbres!

 

PISA con tiento

 

Los maestros de mi generación empezamos nuestra labor docente con la implantación progresiva de la Ley General de Educación de 1970, la del ministro Villar Palasí. La famosa E.G.B.

Aprendimos y aplicamos las matemáticas modernas, aquellas de conjuntos, diagramas de Venn, uniones, intersecciones, aplicaciones… que estaban muy bien para desarrollar las capacidades de raciocinio, pero poco útiles de momento para comprar en la tienda y echar cuentas.

Conocimos la implantación del sistema de fichas. Se utilizaban los denominados ‘Consultores’ y había una puesta en común bajo la dirección del maestro.

Después de aquella importante ley vinieron otras. La LOECE (1980) de Otero Novas. La LODE (1985) de José María Maravall. La LOGSE (1990) de Javier Solana. la LOPEG (1995) de Gustavo Suarez Pertierra. La LOCE (2002) de Pilar del Castillo.  La LOE (2006) de María José Segundo.  La LOMCE (2013) de José Ignacio Wert y la LOMLOE (2020) de Isabel Celá. Y lo que rondaré morena.  Momentos hubo que dudábamos cuál era la que regía nuestra actividad, pues se solapaban en el tiempo.  Puede que a este paso se necesite un sistema de letras y números, parecido al de la matriculación de los coches para designar las sucesivas.

No terminaban de implantar las normas y asimilar nosotros la terminología de una ley cuando llegaba otra pisándole los talones. Esta situación desconcertaba a padres, alumnos y profesores.  Programar se estaba convirtiendo en una labor más absorbente que enseñar.  Objetivos, con variada gama y nivel, conceptos, procedimientos, actitudes, criterios de evaluación y calificación, descriptores operativos, situaciones de aprendizaje, estrategias, estándares, competencias básicas y específicas…

 

 

 

 

 

 

 

 

Pero vienen los informes PISA, que no son capas galantes para que la morena ponga sus lindos pies, y nos dan un pescozón por desaplicados, por mucho que en el último haya influido el periodo de encierro con el COVID.

Lo que no cambia con ninguna ley es aprender a leer y escribir en toda la extensión de sus significados. La llave maestra que abre la puerta al conocimiento.

Leer, no solo con dicción adecuada, sino comprendiendo cada expresión y cada giro a través de comentarios de textos adaptados a los niveles correspondientes. Decir lo mismo de diferentes maneras, sustituir por sinónimos, buscar antónimos, resumir…En fin, trillar los textos para sacar el grano.

Creo que los ejercicios del tipo verdadero o falso, ordenar con números diversas propuestas, subrayar la más importante, etc. son más fáciles de corregir, pero aportan poco a la expresividad de la lengua.

Cuatro pilares imprescindibles: comprender y expresarse oralmente y por escrito.

Potenciar la expresión oral, la cenicienta de nuestra lengua. Escuchar y exponer.  Es admirable la fluidez y riqueza de vocabulario de algunos niños de países sudamericanos, donde dejamos la herencia de nuestro idioma.

Los primeros cursos de Educación Primaria deben servir para construir los cimientos sólidos de futuros aprendizajes. No hay que inventarse tantos términos y sí profundizar en la práctica de los fundamentales. 

Francisco Mena Cantero

 

Cuando muere un poeta el mundo queda huérfano de una interpretación personalísima que, junto a las de los demás, nos muestran la variada riqueza de la percepción humana. Este mes de diciembre ha muerto en Sevilla Francisco Mena Cantero, a los ochenta y nueve años de edad.

 En el prólogo de la obra ‘Un silencioso laboreo, del profesor de la Universidad de Sevilla, Enrique Barrero Rodríguez, el prologuista, Miguel Cruz Giráldez escribe: “La poesía de Mena Cantero es una apasionada búsqueda de sí mismo a través de Dios, el paso del tiempo, el amor, la soledad, la intimidad cotidiana…”

Manchego, de Ciudad Real, vivió en Llerena durante unos años a finales de la década de los sesenta y principios de los setenta.  Aquí seleccionó, ordenó y realizó un estudio preliminar de las cartas de Arturo Gazul Sánchez-Solana. Después de unos años dedicado a la docencia, marchó a Sevilla donde ha vivido hasta su muerte. En la capital andaluza fue impulsor y director de las revistas literarias Ángaro y Cal.

“Me marché a Llerena. Desde allí hice muchos viajes a Sevilla y me empezó a llamar la atención. Daba clase en un colegio privado. Cuando se cerró pasamos a ser del instituto, pero yo me negué. Se abría un colegio en Sevilla, Tabladilla, y me vine de profesor de Lengua, Literatura y Filosofía”. (Declaraciones al periódico ABC, de Sevilla).

Ese colegio de Llerena era, según la terminología de la época, el Libre Adoptado Nª Sª de la Granada.

No tenía que levantar la voz para hacerse respetar. Imponía su autoridad de forma natural, sin estridencias. Su licenciatura en Pedagogía, además de la de Filosofía y Letras, le confería un gran conocimiento en su manera de enseñar. Al final de cada clase confeccionaba un cuadro sinóptico donde recogía las ideas fundamentales, los siglos con sus corrientes literarias, características, autores y obras.

Durante su estancia en Llerena vivió en la Plaza de los Ajos, al lado del monumental Complejo Cultural de la Merced, que antes fue sede de la Compañía de Jesús. Aquí la vida le clavó el rejón más doloroso: la muerte de uno de sus hijos.

La mañana de su reincorporación a clase escribió en el encerado el comentario de texto del día. Del poema de Amado Nervo, ‘Al Cristo’: ‘Yo, maestro cual tú, subo al Calvario, / y no tuve Tabor cual tú tuviste…/ Ten piedad de mi mal, dura es mi pena/ numerosas las lides en que lucho;/ fija en mí tu mirada que serena, /y dame, como un tiempo a Magdalena/ la calma:/ ¡yo también he amado mucho!”.

 Quizás por eso su obra, según Pedro A. González Moreno, “es una poética de la desolación. Toda su lírica, de raíz existencial se vertebra sobre los ejes de la pena y el dolor, y se cimenta sobre los pilares temáticos de la temporalidad, la muerte y la evocación de un pasado ya irrecuperable”.

Cortes de luz

En mi casa sabíamos cuando terminaba el cine porque la luz, que durante la proyección era débil y mortecina, se volvía de pronto intensa.  Poco después se oían por la calle los pasos de los espectadores que regresaban a sus casas.  Algunas lámparas perdieron su vida con estos altibajos. La potencia del generador eléctrico que suministraba electricidad al pueblo era limitada y cualquier gasto extraordinario hacía que el resto la recibiera con menos potencia o se iba una fase y quedaba a una parte del pueblo a oscuras.

Las noches de otoño e invierno, una vez que oscurecía, las personas mayores evitaban, siempre que no fuera necesario, salir de casa porque los puntos de alumbrado eran escasos y estaban mal distribuidos. Bombillas colgantes de brazos metálicos situados en las esquinas, y algunas en el medio de las calles más largas, estaban al albur del viento y la lluvia. Su claridad no cubría más allá de los dos o tres metros a la redonda. Islotes amarillentos entre las tinieblas. Los que salían llevaban linternas para sortear los charcos y el barro, sobre todo, en las callejas, que estaban más oscuras.

El suministro eléctrico de mi pueblo procedía de una empresa fundada a principios del siglo pasado, la ‘Eléctrica Berlangueña’, una sociedad anónima y familiar con un reducido número de accionistas, que combinaba la moltura de cereales para harina y la extracción de aceite en las almazaras, con el suministro de fluido a varios municipios: Ahillones, Berlanga, parte de Llerena, Maguilla, Valverde y Valencia de las Torres.

 Existían en la Campiña Sur otras empresas, como ‘La Eléctrica de Azuaga’, creada por la familia de don José Espínola en 1903, que suministraba también a Granja de Torrehermosa. En Llerena disponían de la de don Lorenzo Martín Hernández y la fábrica ‘Electro Harinera de San Francisco’.

Eran frecuentes los apagones. Había que tener a mano velas, quinqués y candiles.

Cuando sucedía esto, un empleado de la empresa que gestionaba el transformador de mi pueblo, recorría el trazado del tendido montado en una burra y revisaba palo por palo para intentar averiguar dónde se había producido el desperfecto. Existía un acuerdo.  Si el palo caído estaba de la mitad hacia Ahillones correspondía a ellos el arreglo.  Si estaba de la mitad para Berlanga, a la ‘Eléctrica Berlangueña’.

Ha habido, desde aquellos remotos años, un progreso espectacular en el suministro y uso de la energía eléctrica. Paneles solares, baterías virtuales, consumo con horarios a la carta, vertido de la energía sobrante a la red, creación de una hucha solar para usarla cuando convenga…Pues, a pesar de este meritorio avance, todavía se siguen produciendo cortes, molestos e intermitentes, en pequeñas localidades de por aquí cuando alguna borrasca de las bautizadas con nombres propios nos afecta. Sería conveniente poner los medios para que no se produzcan. Ya no hay burras para recorrer los palos del tendido en noches de temporal.

Rayas y arrugas

 

La veteranía es un grado en todas las profesiones. En la mili la ostentaban entre la tropa los que pertenecían al reemplazo próximo a licenciarse, que eran conocidos como los abuelos. En sus ajadas gorras de faena lucían los galones que acreditaban su condición. Consistían en rayas que representaban los meses de servicio y que iban tachando, según concluían. Cuando llegaban al último lo desgranaban en días, una cuenta atrás hacia la licenciatura, previa a la entrega de uniformes y la concesión de la ansiada cartilla con el ‘valor se le supone’ anotado en su interior.  Miraban a los novatos con cierta condescendencia desde el atril que les otorgaba su experiencia cuartelera. Al toque de diana siempre había alguno de ellos que pregonaba a voz en grito las que le faltaban, rematando con la coletilla …’y la loca’, que era la que suponían la última antes del licenciamiento. Fecha movible, según soplaran los famosos ‘macutazos’.  

Los últimos quintos llamados a filas superan ya los cuarenta años, pues en el 2022 desapareció el servicio militar obligatorio. Aquellos abuelos, que tenían tantas ganas de que el tiempo pasara entonces, quisieran ponerle hoy freno a su transcurso poniendo palotes en sus ruedas.

Siendo objetivamente el mismo para todos, no afecta igual a la misma persona en distintas circunstancias.

El péndulo del sol, del orto hasta el ocaso, lo divide, sin tictac de reloj ni toques de campanas. Sólo la cadencia de la luz sella en silencio el principio y el fin de cada jornada.

El hombre ha multiplicado o dividido esta unidad, comprendida entre albores y ocasos, en semanas, meses años, siglos; horas, minutos…

Sírvase usted mismo, cuéntelo como más le convenga. Los atletas o pilotos de Fórmula 1 lo hacen por milésimas de segundo. Uno más o uno menos pueden significar podio o fracaso. Los jubilados hacen particiones más flexibles. Por mañanas y tardes. Según el tiempo atmosférico, brasero o paseo, con billete de ida y vuelta. Alguna parada con los vecinos que se han ido encontrando en el trayecto. La tarde desciende apaciblemente hasta la hora del telediario.

El transcurrir de los años ha ido alejando a los abuelos de los cuarteles de estos que hoy, siendo los mismos, cambiaron las rayas por arrugas. Y estas, en lugar de disminuir, aumentan.

Dando un paseo fluye en el silencio de la dehesa entre encinas centenarias, esta reflexión.

¿Para qué llegar tan pronto de dónde no has de volver luego? Espacia el paso y disfruta.  El camino es bello, placentero a los sentidos. Pequeños detalles que a veces pasan desapercibidos.  Macetas en las rejas, el musgo verdinegro en las umbrías, la lagartija al sol, el planear del águila en el cielo, las margaritas en los prados, las caprichosas formas de las piedras, el riachuelo… ¿Para qué llegar tan pronto si la vida es el trayecto y cuando en verdad llegas ya estás muerto?

 

Nuevas tecnologías y aprendizaje

 

Fueron llegando los ordenadores a los centros de enseñanza poco a poco, con pisadas de ratón sobre almohadillas. Los primeros, rudimentarios, con tarjeta de presentación de MS-dos.

Los maestros más veteranos los miraban con recelo.

Mediaba la década de los ochenta. La informática estaba en pañales y los que debíamos de empezar a utilizarla en pelotas. Comenzamos a familiarizarnos con términos desconocidos hasta entonces: sistema operativo, gigas, pixeles…

Organizaban cursos para formar, con premura y falta de criterios claros. Yo asistí a uno en el antiguo CEIRE (Círculos de Estudios e Intercambios para la Renovación Educativa) de Berlanga. Teníamos que aprender a programar. La ignorancia propia de los novatos, unida a un escaso material y a lo enrevesado del contenido terminaron por desanimar a muchos.  No era esa nuestra función ser programadores.

Convocaron proyectos, como el Atenea, restringido a los centros que presentaran solicitud y compromiso de aplicarlo.

Llegó después la expansión con mejoras funcionales. Entonces sí que las ciencias adelantaban que era una barbaridad. Se dotó a las aulas de ordenadores, pizarras digitales, impresoras…

Pero es momento ya de hacer balance, sin negar el indudable adelanto que han supuesto y las ventajas que conllevan las nuevas tecnologías.

Suecia va a revisar y a corregir ciertos aspectos en su utilización. No hay una correspondencia entre su uso y una mejora de los resultados académicos.

Un estudio realizado por la OCDE, ‘Estudiantes, ordenadores y aprendizaje’, pone de manifiesto sus peligros y desviaciones.

Han marginado la escritura a mano, empobrecido el vocabulario, devaluado la reflexión y profundidad en los trabajos, dispersado la atención y la concentración…

Nos señalaron un objetivo y nuestra mirada quedó trabada en el medio que lo facilitaba. Nos deslumbraron las pantallas.

Hay que dosificar y racionalizar su uso.  Abogan por utilizar más el papel, los apuntes a mano, la elaboración personal de los trabajos. Menos pasividad y rincones para vagos.

Los entendidos consideran que en las primeras etapas de la enseñanza, que son fundamentales para asentar las bases sobre la que se construirá el edificio de la formación posterior, no debe generalizarse su uso.  

Aunque lo de la letra con sangre entra está, afortunadamente desterrado, aprender precisa un poco más de implicación, de concentración y esfuerzo.

 

Hay un camino que va de los sentidos al cerebro, de lo concreto a lo abstracto, que es preferible recorrerlo con actividades más elaboradas por nosotros, más personales.

En expresión escrita, la caligrafía, los dictados, las redacciones y los comentarios de textos adaptados a la edad, así como en expresión oral las exposiciones coherentes y razonadas, constituyen el armazón de una buena formación académica.

De aquel maestro que describió Antonio Machado con un libro en la mano mientras los colegiales recitaban “mil veces ciento cien mil, mil veces mil, un millón”, un fósil de ámbar conservado en la carcomida estantería de los recuerdos, quizás haya que rescatar algo que no cambia con las modas.

 

La vida, en bancarrota

 

Los que vimos por televisión las imágenes no las olvidaremos jamás. Sucedió en Armero (Colombia) en el año 1985. La niña Omayra Sánchez estuvo durante tres días atrapada en una poza envuelta en el lodo que había provocado la erupción del volcán Nevado del Ruiz. Le llegaba el agua hasta la boca y apoyaba sus pies sobre los cadáveres de su familia. Los intentos por salvarla, carentes de los medios adecuados, resultaron inútiles. Su lenta agonía conmovió a todo el mundo por la entereza, el valor y la sensatez que demostró en aquellos momentos tan dramáticos.

 Bastantes años antes de este suceso, en junio de 1972, el fotógrafo Nick Ut fotografió a un grupo de niños vietnamitas que huían despavoridos por una carretera de las bombas de napalm. La niña que corría desnuda gritando de dolor por las quemaduras, junto con sus primos, era Kim Phuc.  Esta impactante instantánea ganó el premio Pullizer al año siguiente.

Son dos testimonios que reflejan el sufrimiento que pueden provocar la naturaleza o la barbarie humana. Incontrolable en un caso, previsible y evitable en otro, si la condición humana no estuviera podrida por el odio, los fanatismos y los intereses económicos.

La inmensa mayoría nos conmovimos al contemplar estas escenas. Habría que tener muy mala baba para no hacerlo o ser un psicópata que no es capaz de sentir empatía por las víctimas.

Esa misma índole es la que en su faceta positiva salva vidas o muestra apoyo y solidaridad con los que sufren. De los dos comportamientos existen ejemplos abundantes.  Repulsivos unos, encomiables otros.  Como seres humanos rozamos la gloria o avivamos los infiernos.

Las guerras hacen rutina de la muerte y, como consecuencia, la vida pierde valor, hasta la insignificancia. El bien fundamental, individual e irrepetible, está a merced de sanguinarios iluminados, revestidos de mesías de sus pueblos.

Los medios de comunicación informan diariamente de los muertos y heridos que se van produciendo en atentados y contiendas.  La última salvajada, centenares en un hospital. Números que conforman estadísticas a los que nos estamos habituando con pasmosa indiferencia.

Más abyecto aún, más denigrante, más enfermizo es justificar o condenar según bando, religión o ideología a los que pertenecen las víctimas. Una aberrante malformación de las conciencias y distorsión de valores que siente alivio el malsano placer de la venganza.

Existe un derecho natural, fundamentado a lo largo de los siglos por eminentes filósofos y pensadores, que distingue lo justo de lo injusto con validez universal y permanencia en el tiempo.

La humanidad va degenerando. Vamos cuesta abajo en la rodada hacia la autodestrucción.

¿En nombre de qué patria o de qué ideas pueden encontrarse justificaciones para matar a niños y personas inocentes?

Erigimos pedestales o condenamos al olvido, según y cómo. Creamos héroes o convertimos en villanos. Memoria u olvido, a conveniencia. Nadie, enarbolando banderas, tiene derecho a hacer sufrir a sus semejantes.

Por mi puerta pasarás

Teníamos por costumbre reunirnos en una taberna, con parada y fonda en los últimos peldaños de la noche. Días de vino y rosas de juventud.

Algunos acudían después de pelar la pava con sus pretendidas y los que no teníamos donde poner las manos, sino en el pentagrama del aire para apoyar conversaciones, tras haber estado de ‘cordeleo’, actividad también denominada viacrucis, sin ser pastores en el primer caso ni penitentes en el segundo.

Tío Juan era el dueño de la tasca. Analfabeto de papeles, pero avispado por naturaleza y por aprendizaje adquirido con el trato con la gente en sus diversos oficios. Recovero, comprador al peso de hierro, vendedor de cuajo para hacer queso y tabernero, entre otros. Bagaje que le ayudó a comprender los vericuetos de la condición humana y reflejarlo en sus opiniones y en la cautela al exponerlas.

Ponía de aperitivos patatas y sangre aliñadas con tomate. Gozaron de merecida fama en los contornos.

Nos avisaba cuando quedaba un resto con la salsa y esa noche comprábamos un pan para mojar en la perola. Charla, vino, comida y buena compañía.  Pequeños placeres de la vida.

Él cenaba detrás de la barra mientras nosotros charlábamos en una mesa camilla sobre cualquier tema que caía a pelo con la fogosidad y vehemencia de la juventud.

Escuchaba y callaba. Sólo en ocasiones participaba con comentarios puntuales para aclarar alguna historia del pueblo de la que desconocíamos los detalles o para dar referencias de parentesco.

Si uno de los presentes exageraba en el relato se colocaba su pañuelo en la cabeza, lo que venía a significar que para él aquello era una trola difícil de digerir.

Usaba una frase admonitoria cuando referíamos acciones que él, por su edad avanzada y sus achaques, ya no podía realizar: ‘Por mi puerta pasarás’, dándonos a entender que las limitaciones que él padecía entonces las sufriríamos nosotros cuando llegáramos a su edad.   Y vaya si tenía razón.

Mi amigo José María reside desde hace muchos años en Badajoz. Me comenta las dificultades para desplazarse por la ciudad. Tiene amputada una pierna y utiliza una silla de ruedas motorizada. Su domicilio está en una esquina donde se cruzan la Avenida de Colón y Antonio Masa. Me da detalles de aceras cercanas y de su mal estado.  El otro día para llegar al río tuvo que hacer parte del trayecto por la calzada, con el consiguiente peligro. ¿Que a qué viene esto? Pues porque ya hemos llegado a aquella puerta que nos decía el curtido tabernero. Traigo aquí su caso para apoyar su petición, que, hasta ahora, no ha recibido respuesta. 

Pónganse, señores munícipes, en su lugar y en el de todos los que están en parecidas circunstancias. Por esa puerta habrán de pasar también ustedes y comprenderán entonces cuánto se agradece poder pasear por la ciudad donde uno vive sin que haya que ir esquivando obstáculos. 

Bloques

El toreo ha tenido en diversas etapas de su historia figuras representativas de estilos diferentes. Cada una con detractores acérrimos y ardientes defensores.  Viene de muy atrás: De ‘Costillares’ y Pedro Romero, de Lagartijo y Frascuelo, de Joselito y Juan Belmonte. Yo conocí en los años sesenta la rivalidad entre los partidarios de Antonio Ordóñez, representante del toreo clásico, y los de Manuel Benítez, ‘El Cordobés’, que rompió cánones con su heterodoxo salto de la rana.

Pasa también con el fútbol. Aunque hay aficionados para todos los clubes, a nivel nacional, y traspasando fronteras locales, el grueso de la afición se decanta por el R. Madrid y el Barça.  Si queremos comprobar el resultado de esta rivalidad, no hay nada más que juntar en un bar a forofos de uno y otro equipo un día de partido.

A nivel político está sucediendo algo parecido. Alrededor de los dos partidos mayoritarios se han formado dos bloques que han polarizado filias y fobias, manifestadas por seguidores y detractores con frecuentes insultos y difamaciones. Basta con asomarse al vomitorio de las redes sociales para comprobarlo.

Como agujeros negros, las formaciones grandes, engullen lo que hay alrededor. Y como se tragan a los que están en sus extremos sufren la indigestión de tan dispar comida, al tiempo que sus imágenes ante los electores se cargan de tonos más intensos, rojos y azules.  

La elección se reduce a dos bloques que, aunque formados por variadas siglas, pueden reducirse a dos: derechas e izquierdas.

Dicen los entendidos que tener muchas posibilidades para escoger puede generar angustia e insatisfacciones. Es lo que llaman la ‘paradoja de la elección’: más libertad, pero más dudas.

Cuando las opciones se reducen a dos, te caldeas menos la cabeza, pero existe el inconveniente de que acentúan la división entre los partidarios de ambas opciones. Hay expresiones populares de esta dicotomía: Lo tomas o lo dejas. Teta o chupe. Bebes o soplas. Conmigo o contra mí.  Monárquico o republicano.  Simplismo elevado al cuadrado.

Demos las gracias por que no ha llegado todavía el que proclame:  Yo o el caos.

Nos quieren llevar por dos grandes cañadas al aprisco, con alambradas a los lados y eliminando las alternativas de las veredas.

 

Mientras no modifiquen la Ley Electoral vigente, y esto no les interesa a los grandes partidos, la representación estará distorsionada. No es justo que una formación con poco más de 390.000 votos saque siete escaños y a otros no les sirvan 600.000 para obtener un diputado. Es solo un ejemplo.

Exigir impunidad y referéndum de autodeterminación a cambio del apoyo a la gobernabilidad, contando con solo siete diputados, no es de recibo. El 1,60% de votantes no puede condicionar al 98,40%. 

Faltan un poco de sentido común y altura de miras. El bien común antes que el propio.

Hasta septiembre, si por bien es y así lo quieren. Ha sido un placer.