Unos niños juegan en la plaza sin ser conscientes de que están construyendo un mundo de añoranzas para cuando sean mayores. Echarán de menos a esos amigos con los que comparten sus juegos, el toque de las campanas llamando a misa, el sol que se despide amarillo del chapitel de la torre y los grajos y palomas que vuelan alrededor.
Para entonces el tiempo habrá modificado en su memoria este momento.
En su transcurso la fantasía irá llenando de aderezos sus recuerdos. Y ya no serán como fueron, sino como les gustaría que hubiesen sido. “La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”, en palabras de Gabriel García Márquez.
Suele darse en las vivencias de nuestra infancia y juventud. De ahí, quizás, lo de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Pero no es así. Tendemos a quitar espinas y a conservar las rosas, a mantener lo dulce y a eliminar lo amargo. Si le ponemos un poco de luz a la razón veremos que lo que se idealiza no fue tan placentero como lo contamos. Que sufrimos y tuvimos que enfrentarnos a momentos desagradables, traumáticos en ocasiones. Que cuando estábamos en el cenit de lo que se supone el disfrute de la juventud también zozobramos muchas veces.
Creamos mitos y los veneramos, como los pueblos primitivos levantaban altares a sus dioses o tótems a sus creencias.
La muerte es la aduana de la inmortalidad para los que brillaron y se fueron. Necesitamos algo permanente en un mundo volátil. Ídolos que, aunque sean de barro, nos parezcan eternos y nos ayuden a tener anclaje en ese refugio, más proclive a la emoción que al raciocinio.
Suele suceder también en el deporte y en los toros.
Los cronistas glosan con hiperbólicas imágenes las gestas de quienes fueron celebrados jugadores de fútbol. Gainza fue apodado El Gamo de Dublín, Di Stéfano, La Saeta Rubia, Gento, La Galerna del Cantábrico, Gorostiza, La Bala Roja…
Si nos dicen de corrido la delantera de los años cuarenta del Atlético de Bilbao (Iriondo, Venancio, Zarra, Panizo, Gainza) o la de los Cinco Magníficos de los años sesenta del Real Zaragoza (Canario, Santos, Marcelino, Villa y Lapetra) transformamos en imágenes jugadas de ensueño desde las ondas sonoras de Carrusel Deportivo en aquellas tardes de domingo.
En el mundo del toreo existen mitos y leyendas que trascienden a una época determinada. Manolete sigue muriendo cada año en la plaza de Linares. Se rememoran lances y anécdotas de los toreros. Reales unas, inventadas otras y mitificadas todas. La rivalidad de Lagartijo y Frascuelo, Luis Miguel Dominguín y Antonio Ordóñez, Joselito el Gallo y Juan Belmonte, entre otros. Faraones y califas toreando al natural en el ruedo de las fantasías.
Sublimamos a personas y situaciones como una aspiración de permanencia. Quizás por lo que soñamos o quisimos haber sido y nunca fuimos.
Muy interesante.
Mircea Eliade estudió los mitos desde desde esa perspectiva.
Mitos y ritos suelen en la práctica ir de la mano.
Son respuestas humanas esperanzadas y ritualizadas para conseguir su eficacia.
Vida eterna?
H.Kung nunca como proyección ilusionada,
Sino como prolongación de una resurrección ya aquí.
Gracias
Muchas gracias por acertado y profundo comentario. Preguntas que la mayoría nos hacemos y que, como bien dice Machado, nadie con certeza a respondido.