Estampas de otoño

 

Tras un largo paseo campestre me he sentado al tibio sol del otoño cerca de un meandro del arroyo de la Corbacha, que discurre por la Campiña Sur de camino para el Matachel, rodeado extensos olivares, terrenos de labor y partes de posío. Enfrente, el collado de “Las Majadillas”, topónimo que recuerda su pasado pastoril y ganadero.

Pasan los cazadores rastreando por tomillares y barbechos. Algún tiro y ladridos de perros rompen momentáneamente el silencio de la mañana. Después solo se oye el rumor de la corriente del agua como una musiquilla de cascabeles de cristal por las pequeñas quebradas que forman las rocas entre juncos y adelfas.

Allá arriba el águila mece su augusta majestad y los aviones pasan dejando cicatrices blancas en el cielo, que poco a poco se desvanecen.

El verano se despidió dando tumbos y latigazos luminosos, ahíto de soles y calimas saharianas.

Se posó el rocío, tarjeta de visita del relente, sobre el pasto de las vegas en los amaneceres.

Los vientos ábregos comenzaron a espabilar a las alamedas de su dilatado letargo veraniego y estas responden con risueños desperezos. Sus hojas, desprendidas por el viento, han empezado a hilvanar tapices ambarinos sobre las riberas. Van ampliando sus dominios las umbrías a medida que el sol baja hacia el solsticio. Bardas sobre el horizonte de la sierra anunciaron las primeras lluvias del otoño, que tienen entre sus atributos el color verde hierba y la fragancia fresca y penetrante de la tierra mojada. Han sido generosas estos días. Bálsamo para la piel quemada de la tierra y esperanza de fruto en ciernes para la labranza.

Al anochecer la luz de la farola de la esquina riela sobre el agua caída.  En los cristales de mi habitación, las gotas forman, juntándose unas con otras, pequeñas y sinuosas cordadas que se precipitan hasta el junquillo de la ventana donde se pierden en el crisol ceniciento de la tarde.

Por los límites difusos del olvido y la añoranza vaga la melancolía con un fondo musical y algún recuerdo lejano que quizás nunca existió.

Días de aceitunas, mazo sobre piedra y tinaja de barro para su endulce. Hormigas de alas, ballestas de furtivos cazadores a la espera de que piquen alondras y trigueros.

Tiempo de jugar a pinchar el clavo sobre el prado humedecido, de desplazar a la rayuela con el pie, de lanzar la peonza y cogerla para que siga girando sobre la palma de la mano. De bolindres y billardas. De cortar el hilo y recorrer las calles con los aros… Entre las juntas de los rollos de las calles brotaban las hierbas primerizas…

Otoños pasados que siempre acuden a la memoria por estas fechas, aunque el asfalto y el cemento han suplantado a la tierra y los niños no juegan en las calles a juegos sobre los que caen las cenizas del olvido en el rincón del abandono.

2 respuestas a «Estampas de otoño»

  1. Maravillosas descripciones,de tiempo y lugar con imágenes preciosas,👌👏👏eres un maestro en hilvanar recuerdos y saber transmitirlos.
    Enhorabuena!

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