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Ya ni el tango me sirve.
Que si veinte años no son nada,
cuarenta sí lo son
y aunque las estrellas parpadean en lo alto
ya nadie espera mi regreso.
Son otros los cuerpos que duermen
a cobijo de las casas cerradas
en esta noche lejana
de aquel añorado tiempo.
Tampoco quise el regreso,
pero, sin saber por qué, he vuelto
a las calles solitarias
donde un día fui dichoso.
Hasta el silencio me parece otro
del que fue cómplice de nuestros besos.
Son otros pasos
los que hollan los caminos
que aquel otoño recorrí con ella.
Conservan halos de abrazos perdidos
las luces de las últimas callejas.