Entre un corro de muchachos
el pregonero en la esquina
lanza al aire sus pregones
al toque de trompetilla.
Chiflo del afilador,
arpa de viento que afila
con silbo fino de acero
el vientre de las cuchillas.
El hortelano vocea
con voz de noria tranquila
los productos de la huerta
y el verde frescor del día.
De Huelva, la mar salada,
frescas y vivas sardinas,
jureles, cazón y rubio
almejas y pescadillas.
El hombre de los “tostaos”
pregona la mercancía
y cambia garbanzos crudos
quitando el colmo a la cima.
Carbonero con su burro
despacha carbón de encina
que torna en oro el soplillo
en las antiguas cocinas.
Mujer de verdes hinojos,
pobre y de luto vestida,
junta manojos lavados
en la fuente de la villa.
El pan de las aguaderas
por vales de la maquila.
Manosea el panadero
ronzal, burra y calderilla.
Casa por casa el dulcero,
del brazo una canastilla
con mimos y cortadillos,
hojaldras y perrunillas.
Altramuces del arroyo
en el charco de tía Espina
con una cesta de mimbre
y un vasito de medida.
Diego y Bartolo con chambras
de Campanario venían,
hilos, tripa y pimentón
que las matanzas avían.
Cuando acababa la feria
los turroneros salían
de calle en calle endulzando
la oculta glotonería.
El tío de los helados
con la paleta ponía
cabeza a los cucuruchos
de turrón, fresa y vainilla
Podría seguir contando,
mas, larga fuera la lista.
Sólo nombro a botijeros,
y al hombre de la cal viva.
¡Ah, me olvidaba al ditero,
y al que del Viar traía
peces en la bicicleta.
Y al de las calcomanías,
ese de los cancioneros
de Marifé y de Molina,
gomas y restalladeras,
pirulís y chucherías.