Viejo.

Este hombre de arrugada y seca tez

tuvo su  ayer de fuerza y vigor,

febril vida y fogosa pasión.

Ardoroso,  donjuán  y  jaranero,

de músculos  tensados y valiente.

Bregado en el trabajo,

curtido al horno de los soles

y encallado   al frío de las heladas.

No pudieron con él los temporales

ni doblaron su afán las inclemencias

cuando el potro bizarro de la vida

campaba alegremente en las praderas.

Hoy, viejo, narra sus recuerdos,

torrentes de azarosa  juventud,

frenados  en el valle de la edad

donde reposan remansados

en el tramo final del recorrido.

Sus huesudas y violáceas  manos

descansan en la curva del cayado

y tiemblan cuando las separa

para  unir verbo y ademán.

De improviso calla

y deja su mirada anclada

con un  poso impreciso de tristeza.

Se cala el sombrero

y con paso indeciso

se va calle abajo, a solas consigo,

reviviendo el pasado en su cabeza.

 

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