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Me llevabas colgada de tu mano
y dentro el olor a tierra mojada
de las primeras lluvias otoñales,
la melancolía de Navidad
y el brillo azul de la pascua florida
con aromas de cantueso y de romero.
Llevé también la blancura del sol
en las sábanas de los corrales,
pisadas sin abrir
por las calles de tus juegos
en una caja de zapatos nuevos,
el calor del brasero
y la luz de la tarde
con pelusas de oro,
el olor de los membrillos
del topetón de la cocina
y los pliegues de sus manos
sobre tus camisas blancas.
Al abrirme, después de los viajes,
se escapaba su aliento y el último consejo.
Añorabas las ausencias
que quedabas en el pueblo,
pero venía conmigo
el alma de tu madre dentro.