Publicado el 2 mayo, 20162 mayo, 2016 por Juan FranciscoVieja alameda Frecuentaba el lugar de apacible sosiego en mis tiempos de niño, esos años de seda, y sentado a la orilla de esta fresca alameda contemplaba a la luna en su lecho de fuego. Esta tarde volví en mi afán andariego y escuché los tañidos que desde otra arboleda por los montes bajaban de abrupta roqueda entre brisas ligeras y perfumes de espliego. Percibí los latidos de la diosa Natura que en feliz concordancia ensamblaba los trinos con el sol que se iba por los montes vecinos A lo lejos el pueblo, diluyendo blancura entre guiños de luces y cantares de grillos, destacaba en la bruma de la extensa llanura.