Saltar al contenido
No quiero más compañía
que los trinos de las aves
o el tañer de las esquilas
cuando vago por el campo
sin una dirección fija.
Por encima tengo al cielo,
a mi lado las encinas,
otras veces olivares,
escarpadas serranías,
valles de intenso verdor
o llanuras labrantías.
De vez en cuando me paro
de algún arroyo a la orilla
o cerca de una pradera
cuajada de margaritas.
Allí gozo y me recreo
con el tiempo suspendido
de las alas del silencio.
Por reloj tengo las sombras,
para predecir la lluvia
las figuras de las nubes
y la dirección del viento.
Si el aguacero sorprende
la pared de algún cortijo
o alguna cerca de piedra
ofrece amparo y cobijo.
Mientras el agua humedece
la arboleda en la dehesa
la tierra desprende efluvios
de orégano y de tomillo
mastranto, salvia y espliego.
Si la calor incomoda
el fresco de la alameda
alivia sus rigideces
acompañado de trinos
Por tan poco ¡qué más quiero,
si voy hablando conmigo
en un paraíso agreste
haciendo lo que me place
sin que nadie me moleste!