He terminado de leer el libro de Tomás Martín Tamayo, ‘Díptico romano’, de amena lectura e instructivo y aclaratorio contenido. La sencillez en la exposición y la profundidad de los contenidos no están reñidas. Son dos novelas en un tomo: ‘La amargura de Tiberio’ y ‘El enigma de Poncio Pilato’. No soy crítico literario. Solo pretendo expresar las impresiones que como lector me ha producido.
En lo primero que pienso es en la cantidad de horas que ha debido dedicar el autor a buscar información de hechos y protagonistas. La bibliografía consultada y los datos históricos aportados, son muestras de ello.
Un preciso vocabulario y un lenguaje fluido y atrayente van introduciendo al lector en la trama y acrecentando su interés para continuar sin dilaciones la lectura donde se dejó la noche anterior.
La gran cantidad de protagonistas me hizo pensar al principio en confeccionar un esquema con los nombres, tal como me convino con ‘Cien años de soledad’, de García Márquez. Los romanos añadían los de los antepasados y a veces te pierdes. No ha hecho falta. La edición consta de apéndices donde se detalla la genealogía y se sitúan los lugares más sobresalientes.
Al emperador Tiberio podrían clonarlo con la semblanza y descripción, física y psicológica, que de él hace en la obra.
Poncio Pilato, del que la mayoría solamente sabemos que se lavó las manos intentando eximirse de culpa por la crucifixión de Jesús, es una figura insuficientemente conocida. Al terminar la lectura, la opinión superficial y sesgada que yo tenía de él, ha cambiado al conocer el ambiente hostil de propios y extraños en que tuvo que ejercer sus funciones.
Como técnica narrativa Tomás se hace pasar por un sirviente anónimo del emperador y por un secretario de ficción de la prefectura, muy próximos a los dos protagonistas principales.
La lucha por el poder, queda perfectamente reflejada. Los juegos de tronos se repiten a lo largo de la historia. En Roma, las traiciones, las espadas y el veneno despejaban el camino hacia la cúspide del imperio.
Con su lectura he quitado polvo al olvido. He sacado brillo a aquellas lecturas de mis tiempos de estudiante y puesto luz en zonas de penumbra.
Si Tomás se ha metido en la piel de personajes cercanos a Tiberio y Poncio Pilato para escribir la obra, el lector se introduce en ella, como en la serie televisiva, ‘El túnel del tiempo’, para ser un testigo privilegiado de acontecimientos que tanta trascendencia tuvieron en el devenir histórico de occidente.
Bien merecerían una película o una serie estas novelas.
Tan concentrado he estado en su lectura que un día pensé que las voces que me daban desde la parte de arriba de mi casa procedían del Monte Palatino. Pero no, me avisaban de que hasta allí llegaba el olor a quemado. Eran las lentejas, de las que me encargaron el cuidado de su cocción.