Las pisadas resuenan en la noche como palmas que llaman al sereno, huecas, como voz en tinajón vacío. Rebotan en las paredes sus ecos, después se alejan por las calles y desaparecen en un puzle de oscuridades y silencio. Las siluetas de apresurados transeúntes se alargan cuando se alejan de la luz de las farolas. Van en busca del cobijo y del abrigo de sus casas. Decrece, espaciándose en el tiempo, el ruido de la actividad urbana. Algunos sonidos aislados retumban como golpes de féretros bajados a la fosa de los sueños. Un ser anónimo, a contramano de la vida, busca posada para su cuerpo bajo un techo de estrellas. Soñar por unas horas es alivio, aunque sea sin más protección entre su cuerpo y las estrellas que unos papeles de periódico. Quedan las farolas como últimos testigos con el silencioso danzar alrededor de los mosquitos. Algún coche rezagado huye a escape por el túnel de la madrugada. Deja una estela decreciente de rugido que el fondo de la oscuridad engulle. Las luces encendidas de los pisos van cerrando sus pupilas poco a poco, guiño a guiño, como burla o tal vez despedida que da las buenas noches al que no tiene cobijo. “Silencio en la noche. Ya todo está en calma. El músculo duerme, la ambición descansa” Los roedores salen de sus escondrijos a buscar comida entre los setos del parque.
El subconsciente aflora imágenes gratas de tiempos pasados que el mendigo disfruta al otro lado de la realidad.
Cuando amanece, el primer sol ambarino traza de nuevo las rutas del trajín y los afanes. Trinan los gorriones bulliciosos entre las hojas de los árboles. En un banco frío, los cartones extendidos, el tetrabrik de vino y un bulto envuelto en un abrigo que se despereza en el margen apartado de la vida. Sin prisas ni agobios, con todo el tiempo para gastarlo en nada. En un viejo transistor braman las voces de un grupo de tertulianos que se interrumpen continuamente mientras el mendigo recoge sus escasas pertenencias. Hablan de la bolsa que baja o sube, de los independentistas de Cataluña y del último coche comprado por Cristiano Ronaldo. Son asuntos ajenos, de los que tienen algo que perder en este juego de la vida. El vagabundo hace tiempo que se independizó de ella. Nadie lo impidió ni le conminó para que desistiera. Parece ser que no han notado mucho su ausencia ni discutieron por preservar su derecho a una vida decorosa. Lo hizo en silencio, sin caceroladas ni declaración formal de independencia. El único parlamento fue su voz que se escapaba confusa, empujada por el vino que llevaba dentro. Imprecaciones inconexas, deslavazadas, dirigidas a todos y a ninguno. Con su escaso ajuar siempre a cuestas, el abrigo largo con remiendos, los cartones y papeles de periódico comienza una nueva jornada con la esperanza de soñar de nuevo cuando la luz se vaya. Calderón de la Barca dijo a través de Segismundo que la vida era eso, soñar, “una ilusión, una sombra, una ficción”. Y soñar, un tesoro, como escribió Jorge Luis Borges: “Si el sueño fuera (como dicen) una/ tregua, un puro reposo de la mente/ ¿por qué si te despiertan bruscamente, / sientes que te han robado una fortuna?