Una vida en falso

 

 

 

 

 

 

 

 

Lo ideal es comportarnos según las convicciones que tengamos, sin depender del qué dirán ni de la presión social.  Coherencia entre lo que pensamos, lo que decimos y lo que hacemos. ¿Siempre somos todos así de perfectos? Cuento un caso extremo, verídico como Gandía, pero debe de haber más por esos medios.

Una persona fue perdiendo su reputación ante los vecinos por su afición a la bebida y por los escándalos que con ello provocaba. Vivía solo, lo que no era motivo ni excusa de su vida desordenada. Comía mal y a deshoras y andaba por ahí como buey sin cencerro ni perrito que le ladrara. Me parecía el protagonista de la novela de Henry Troyat, ‘Una vida en falso’, que leí de joven y dejó en mí profunda huella.  

Un día se presentó en el mentidero de la esquina donde solía reunirse con los que caían por allí con una herida en la frente. Todos conocían su mal vivir y sus andanzas, así que los presentes suponían la causa del infortunio. Mitad burla, mitad cumplimiento, le preguntaron por el motivo. Él les explicó con acompañamiento de gestos y viveza expresiva, pues era de charla amena y ocurrente, que se la produjo al colgar un cuadro en casa, cosa que probablemente no había hecho en su vida. Se le resbaló de las manos y, mira por dónde, vino a dar con uno de sus picos en la frente.

Los habituales embustes que echaba iban destinados a no perder la estima que creía que podían tenerle los demás, pues antes fue una persona laboriosa y cumplidora. Esa integración que buscaba no perder, fingiendo una vida falsa, era el último asidero para no caer por completo en la autodestrucción. Necesitaba sentirse aceptado, aunque fuera a través de falsedades, intentando ocultar a los demás sus debilidades.

La opinión ajena, que es lastre y grillete si condiciona, también es estímulo si anima. En ocasiones nos comportamos como creemos que los demás esperan que lo hagamos. La frase: ‘No me esperaba eso de ti’ rompe bruscamente la opinión que alguien tenía de nosotros. Una fama que si por hábito es mala lo que te están diciendo es un halago.  La reputación conseguida a lo largo de muchos años se quiebra por la decepción que produce una conducta inadecuada o no ajustada a esa imagen.

El mismo protagonista, otro día, en el mismo mentidero, sin que nadie le preguntara, dijo: “Me voy a acercar a casa porque he dejado el puchero en la candela y tengo que echarle la morcilla.” Bien sabían los contertulios que ni había puchero ni morcilla que lo acompañara, pero nadie le dijo nada. Él sabía que mentía y los demás también. Al fin y al cabo, “¿Qué es la vida? Una ilusión, / una sombra, una ficción/ y el mayor bien es pequeño:/ que toda la vida es sueño/ y los sueños, sueños son”.

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