Una franja de luz ha comenzado a entrar a mediodía por la lucerna del techo. El sol en su ascensión hacia el solsticio deja en la estancia una estela brillante. Es una invitación para que lo acompañe en un viaje por sus dominios, donde él y la lluvia han vestido este año con sus mejores galas los campos extremeños.
Mientras tanto, la memoria evoca otros mayos. El aroma a azahar del patio de los naranjos entraba en la clase y yo me iba a mi pueblo, abandonando el aburrido texto de gramática latina con las cinco declinaciones, otras tantas conjugaciones y toda la parentela de raíces y desinencias. Era difícil concentrarse entre tanta aridez con la fragancia tibia que entraba por las ventanas. Dejé como gestora de mis obligaciones a quien pensaba que no podía fallarme y me encomendé al ‘Virgen santa, Virgen pura, haz que yo apruebe esta asignatura’ escrito en la contraportada de los libros. Me dijeron que muy bien, pero había que estar ‘a Dios rogando y con el mazo dando’, mas yo no estaba por la forja en el yunque del pupitre.
Un abril lluvioso sin solanos abrasadores ni heladas tardías presenta a este mes de mayo con la lozanía fecunda de la diosa Ceres. Plenitud de aromas y colores. Las siembras colmadas de verdor y prometedoras espigas mecen sus tiernos tallos con el aura tibia de poniente. Los olivos, cargados de esquimo, presagian abundante cosecha del oro líquido de nuestra tierra. Las viñas, reverdecidos los sarmientos, esperan a septiembre para transformar el mosto en el silencio de las bodegas. Crece la hierba pujante en lindazos y riberas. La jara pringosa ha nevado los montes. Hay margaritas de enamorados para el juego del sí o del no te quiero. En las alamedas gorjean trinos al amanecer y a la caída del día mientras los polluelos ensayan revoloteos en la mecedora del aire. Emanan aromas de hinojo, cantueso, tomillo y romero. Los manantiales, tras años de sequía, han aflorado a la superficie y el agua clara corre por las gavias hacia los arroyos. Las ovejas pacen en los prados a la espera de la esquila… Estoy desando andar por estos campos para gozarlos. Por aquí es breve este esplendor de mayo. Pasado san Isidro, salvo que continúe pródigamente la lluvia y no agobien las temperaturas, empezarán a amarillear las mieses y a encanecer los prados. Las primaveras son bruscas e impredecibles.
Sabina preguntaba que quién le había robado el mes de abril. Nosotros sabemos quién nos ha hurtado el disfrute de esta primavera. La guardaremos en el corazón, donde se archivan los fallidos. Viviremos plenamente, cuando podamos, otras con parecidas flores, pero esta, como las golondrinas, no volverá. Recordemos que los besos que no se dan se pierden para siempre y, a destiempo, se quedan los labios a mitad de camino entre la cobra y el aire.