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Ahincando el paso entre violentos remolinos
que aspiran las entrañas de la noche
camino dando tumbos en busca de tu huella,
por ver si quedara algún vestigio
después de tantos años.
Pero no queda rastro
por donde en otro tiempo fuimos.
El último adiós
fue una noche así, lluviosa y desabrida.
Tu pelo mojado entre mis manos
y tu cara aterida.
Conmigo quedó tu mirada,
suplicante quizás
o presintiendo el fin.
La luz de la farola fue el último testigo.
Rielaba su reflejo en el asfalto.
Sonó una puerta luego.
Después, silencio,
quebrado sólo por el llanto
del agua de canales sobre el suelo.