Trenes vacíos

La primera vez que me monté en el tren fue para ir a Sevilla con mi padre.  Tendría unos seis años.  La tarde anterior nos fuimos a Llerena y pernoctamos allí. No recuerdo si por precaución o por no haber posibilidad de hacerlo a la mañana siguiente.   De camino a la estación, agarrado a su mano, miraba las estrellas, intrigado y expectante ante la novedad que suponía el madrugón y montarme por primera vez en tren.

 Salía entonces de Llerena un ómnibus a las seis de la mañana.  Asociaba ese nombre a obús y fantaseaba en los días previos con un viaje parecido al de los obuses de ‘Hazañas bélicas’. Pero la realidad era más lenta y daba tiempo a contemplar el paisaje a través de las ventanas y, si te aburrías, a contar los palos de telégrafos que íbamos dejando atrás. Aquellos trenes transportaban mercancías y personas y paraban en todas las estaciones y apeaderos. ¿Cómo se llama esto? ¿Falta mucho?

El vagón era corrido, con asientos de listones de madera. Como entonces se vivía sin tantas prisas, los viajeros bajaban en algunas paradas para tomar algo en las cantinas. También se acercaban a los vagones vendedores ambulantes que llevaban canastas de mimbre colgadas del brazo con tortas de ‘Inés Rosales’, cortadillos de cidra y algunas chucherías. Comimos durante el viaje lo que nos había preparado mi madre. Con los viajeros que iban sentados enfrente mi padre entabló animada conversación. Yo observaba. Se dirigían a mí con curiosidad, quizás por ser tan pequeño o por, sabrá Dios, la cara de sueño que llevaba.

Estaba yo aún en esa etapa del desarrollo en la que desfloramos la virginidad del mundo   y experimentamos las primeras sensaciones que en lo sucesivo ya serán solo memoria, en acertada idea de Louise Elisabeth Glück.

El primer viaje a Badajoz en tren, con transbordo en Mérida, lo realicé años más tarde.   Comienzos de la década de los sesenta. Departamentos de diez personas, largos pasillos donde la gente salía a mirar por las ventanas, que se bajaban y subían. Fue cuando le pregunté a mi padre, que tenía buenos golpes, por qué íbamos en tercera y me respondió que porque no había cuarta.

Había no hace muchos años dos trenes, que iban a Sevilla desde Llerena por la mañana y regresaban por la tarde. Quedó posteriormente uno solo, que permitía aún ir y volver en el día. Ahora sigue el mismo, pero con horarios que impiden ir y regresar en la misma jornada tanto a Badajoz como a Cáceres y Sevilla, con lo que si necesitas desplazarte en este medio tienes que pernoctar y regresar al día siguiente.

En mis paseos por el campo veo los trenes en ambas direcciones y siento pena. Qué bien han quedado los diecisiete kilómetros de vía desde Usagre a Llerena. Ahí están viendo pasar el tiempo y los trenes casi vacíos.  

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.