Si los seminaristas necesitábamos ir al cuarto del obispo don Doroteo Fernández, aquel leonés de aspecto imponente que era también el rector del seminario, el prefecto nos aleccionaba sobre el tratamiento que debíamos dar a tan egregio personaje. Siempre, de vuecencia.
Íbamos ataviados de sotana y beca, pues ir al cuarto del rector y además obispo, última instancia a la que recurrir en el jerarquizado escalafón, debía ser por algún motivo muy importante.
Cuando yo era pequeño nos enseñaron a tratar de usted a las personas mayores y añadirle a veces el apelativo de tío o tía sin que razón de parentesco obligara a ello. Así que “tío José” o “tía Antonia” era una forma de poner entre nosotros y las personas mayores un muro de respeto y distancia.
Como reliquia medieval existe en algunos de nuestros pueblos el tratamiento de señorito y señorita, no con el sentido que los niños de la escuela dan a su maestra, sino como atributo que a falta de títulos nobiliarios de mayor calado se sustenta en títulos de propiedad de fincas y capital heredados de sus ancestros. Es tratamiento vacuo y denigrante, que debería serlo también para quién lo recibe, pero que llevan a gala muchos de los receptores del mismo, incluso exigiendo a quien lo olvida su uso. Peculiar fue en mi pueblo el tratamiento de “señó” y “seña”, así, aguda la primera y llana la segunda, que se les daba al cuñado y hermana del cura. Parece que lo de “tío” y “tía” parecía poco y se les subió un peldaño en la consideración, adaptando lo de señor y señora a nuestra idiosincrasia.
No hace muchos años nos producía confusión al rellenar instancias el tratamiento que debíamos dar a quienes se las dirigíamos en el escalafón administrativo: altezas, Ilustrísimos, reverendos, reverendísimos, usías, excelencias, honorables, señorías, … y el más manoseado: el usted, que algunos profesores nos dirigían a los alumnos más para mantener las distancias y para elevarse ellos que como señal de respeto hacia nuestras insignificantes personas.
Tanto realzamos las formas que hemos hecho esencia de ellas, hemos vestido de entorchados y charreteras a los cargos para darles lustre. Habría que ver si tratamientos y respeto se complementan.
En mis tiempos de mili conocí a algunos compañeros que una vez conseguidos los galones de cabo primero cambiaban el trato con los demás, si ayer afable, al día siguiente distante y encumbrado. Si quieres conocer a Juanillo dale un carguillo.
Tenemos necesidad de galones, distintivos, insignias, birretes, tocados, tratamientos… Vestir de pompa para ensalzar y encubrir…el gran teatro del mundo.
Sueña el rey que es rey, y vive
con este engaño mandando,
disponiendo y gobernando;
y este aplauso, que recibe
prestado, en el viento escribe,
y en cenizas le convierte
la muerte, ¡desdicha fuerte!
Si nos desnudamos de tratamientos y entorchados nos encontraremos con la persona en su verdadera esencia y valía, que puede ser mucha o puede ser ninguna. Y de eso es de lo que se trata, de disimular miserias detrás de la parafernalia.