Apagaron las luces de Navidad en las calles y cesó, por ahora, el horario de “ancha es Castilla” en los locales de ocio juvenil.
Enero entra en la parte del invierno que rumia en silencio los atracones digestivos. Poco a poco el sol se eleva en el cielo. Clarea más temprano y oscurece más tarde. Ya se sabe: “Por san Antón, cuélgate el perdigón”. Comienza el celo y los almendros de la sierra poblarán pronto de sarpullidos rosas sus laderas.
Los hijos regresaron a sus lugares de estudio y las sobremesas han perdido charla y compañía. Ahora se oyen más roces de cubiertos que palabras.
Nuestros padres nos animaban cuando íbamos a estudiar diciéndonos que nos esforzáramos para ser el día de mañana hombres y mujeres de provecho.
Me cuesta trabajo decírselo a mis hijos. El día, que ya no es tan mañana, está aquí, y me entristecería ver en las paredes de su habitación los títulos colgados y ellos echando currículos para trabajar en un supermercado, trabajo digno, como todos, pero para el que no se prepararon.