Sirvieron para aficionarnos a la lectura y para potenciar nuestra imaginación. La combinación de imágenes, palabras, iconos y onomatopeyas crearon un mundo fantástico que alimentaba nuestra fantasía. El serrucho cortando un leño equivalía a dormir profundamente, la bombilla encima de la cabeza de los personajes a la ocurrencia genial o los pajaritos dando vueltas alrededor de ella al estado grogui después de un golpe.
Eran los tebeos, nombre que por metonimia se extendió a todos los demás productos del género.
Al pueblo acudía un hombre cada cierto tiempo que los traía. Llegaba en una bicicleta. Le servía de medio de transporte y a la vez de escaparate ambulante. Era conocido como ‘el tío de las gomas’.
En una caja de cartón sujeta con cuerdas al portamaletas transportaba las mercancías. Al llegar al sitio donde por costumbre se ubicaba montaba la exposición. En la parte externa de la caja, en la barra y en el manillar de la bicicleta, sujetas con pinzas de la ropa, colocaba el muestrario: cancioneros, tebeos, recortables, hilos de plástico para trenzar y hacer pulseras y colgantes, ‘revolanderas’… También mixtos, botecitos con canela, pirulís, chicles, novelas de Corín Tellado y de Marcial Lafuente Estefanía…
Las novelas y los tebeos se podían comprar, pero el sistema habitual era el préstamo o el intercambio mediante el pago de una pequeña cantidad. A su alrededor nos apiñábamos los niños para curiosear. Con aquellas lecturas me familiaricé con personajes como Roberto Alcázar y Pedrín, creados por Juan Bautista Puerto como guionista y propietario de la Editorial Valenciana y por Eduardo Vañó como dibujante. El capitán Trueno y el Jabato, de Víctor Mora. Rompetechos, Mortadelo y Filemón, Pepe Gotera y Otilio, de Francisco Ibáñez. El Guerrero del Antifaz ideado por Manuel Gago. Manuel Vázquez Gallego fue el creador de las hermanas Gilda y Anacleto, agente secreto. José Escobar sacó de sus lápices a Carpanta, Zipi y Zape, Blasa, portera de su casa. Rigoberto Picaporte, solterón de mucho porte, fue idea de Roberto Segura. El caco Bonifacio de Enrich… Otros creadores fueron Peñarroya y Bruguera. Este dio nombre a la editorial donde se publicaban la mayoría de estas historietas.
Los cancioneros nos mostraban las caras de los intérpretes de las canciones que la radio emitía en los programas de discos dedicados. ‘En Ahillones de Antonia para su hijo Luis que lo estará escuchando para que cumpla tantos años como estrellas tiene el cielo’. Los días de onomásticas más populares la retahíla de peticiones era tan larga que se olvidaba la canción que se había solicitado. Pero eso de escuchar el nombre por las ondas era un acontecimiento y hasta los vecinos al día siguiente comentaban el hecho: ‘¡Ayer escuché tu nombre por la radio!’
Cuando dejó de venir ‘el tío de las gomas’, un vecino ancló en el pueblo el nomadismo de aquellas ilusiones infantiles. Nació el kiosco, mágica isla de chucherías y lecturas. Acudíamos allí como las moscas a la miel los niños y jovenzuelos a observar las novedades.
Juan, que así era el nombre del quiosquero, tuvo siempre la habilidad de rodearse de niños que le hacían los mandados y le ayudaban a hacer cucuruchos de papel de estraza, labor que recompensaba con uno de ellos lleno de crujientes panchitos.