Cortes de luz

En mi casa sabíamos cuando terminaba el cine porque la luz, que durante la proyección era débil y mortecina, se volvía de pronto intensa.  Poco después se oían por la calle los pasos de los espectadores que regresaban a sus casas.  Algunas lámparas perdieron su vida con estos altibajos. La potencia del generador eléctrico que suministraba electricidad al pueblo era limitada y cualquier gasto extraordinario hacía que el resto la recibiera con menos potencia o se iba una fase y quedaba a una parte del pueblo a oscuras.

Las noches de otoño e invierno, una vez que oscurecía, las personas mayores evitaban, siempre que no fuera necesario, salir de casa porque los puntos de alumbrado eran escasos y estaban mal distribuidos. Bombillas colgantes de brazos metálicos situados en las esquinas, y algunas en el medio de las calles más largas, estaban al albur del viento y la lluvia. Su claridad no cubría más allá de los dos o tres metros a la redonda. Islotes amarillentos entre las tinieblas. Los que salían llevaban linternas para sortear los charcos y el barro, sobre todo, en las callejas, que estaban más oscuras.

El suministro eléctrico de mi pueblo procedía de una empresa fundada a principios del siglo pasado, la ‘Eléctrica Berlangueña’, una sociedad anónima y familiar con un reducido número de accionistas, que combinaba la moltura de cereales para harina y la extracción de aceite en las almazaras, con el suministro de fluido a varios municipios: Ahillones, Berlanga, parte de Llerena, Maguilla, Valverde y Valencia de las Torres.

 Existían en la Campiña Sur otras empresas, como ‘La Eléctrica de Azuaga’, creada por la familia de don José Espínola en 1903, que suministraba también a Granja de Torrehermosa. En Llerena disponían de la de don Lorenzo Martín Hernández y la fábrica ‘Electro Harinera de San Francisco’.

Eran frecuentes los apagones. Había que tener a mano velas, quinqués y candiles.

Cuando sucedía esto, un empleado de la empresa que gestionaba el transformador de mi pueblo, recorría el trazado del tendido montado en una burra y revisaba palo por palo para intentar averiguar dónde se había producido el desperfecto. Existía un acuerdo.  Si el palo caído estaba de la mitad hacia Ahillones correspondía a ellos el arreglo.  Si estaba de la mitad para Berlanga, a la ‘Eléctrica Berlangueña’.

Ha habido, desde aquellos remotos años, un progreso espectacular en el suministro y uso de la energía eléctrica. Paneles solares, baterías virtuales, consumo con horarios a la carta, vertido de la energía sobrante a la red, creación de una hucha solar para usarla cuando convenga…Pues, a pesar de este meritorio avance, todavía se siguen produciendo cortes, molestos e intermitentes, en pequeñas localidades de por aquí cuando alguna borrasca de las bautizadas con nombres propios nos afecta. Sería conveniente poner los medios para que no se produzcan. Ya no hay burras para recorrer los palos del tendido en noches de temporal.

Rayas y arrugas

 

La veteranía es un grado en todas las profesiones. En la mili la ostentaban entre la tropa los que pertenecían al reemplazo próximo a licenciarse, que eran conocidos como los abuelos. En sus ajadas gorras de faena lucían los galones que acreditaban su condición. Consistían en rayas que representaban los meses de servicio y que iban tachando, según concluían. Cuando llegaban al último lo desgranaban en días, una cuenta atrás hacia la licenciatura, previa a la entrega de uniformes y la concesión de la ansiada cartilla con el ‘valor se le supone’ anotado en su interior.  Miraban a los novatos con cierta condescendencia desde el atril que les otorgaba su experiencia cuartelera. Al toque de diana siempre había alguno de ellos que pregonaba a voz en grito las que le faltaban, rematando con la coletilla …’y la loca’, que era la que suponían la última antes del licenciamiento. Fecha movible, según soplaran los famosos ‘macutazos’.  

Los últimos quintos llamados a filas superan ya los cuarenta años, pues en el 2022 desapareció el servicio militar obligatorio. Aquellos abuelos, que tenían tantas ganas de que el tiempo pasara entonces, quisieran ponerle hoy freno a su transcurso poniendo palotes en sus ruedas.

Siendo objetivamente el mismo para todos, no afecta igual a la misma persona en distintas circunstancias.

El péndulo del sol, del orto hasta el ocaso, lo divide, sin tictac de reloj ni toques de campanas. Sólo la cadencia de la luz sella en silencio el principio y el fin de cada jornada.

El hombre ha multiplicado o dividido esta unidad, comprendida entre albores y ocasos, en semanas, meses años, siglos; horas, minutos…

Sírvase usted mismo, cuéntelo como más le convenga. Los atletas o pilotos de Fórmula 1 lo hacen por milésimas de segundo. Uno más o uno menos pueden significar podio o fracaso. Los jubilados hacen particiones más flexibles. Por mañanas y tardes. Según el tiempo atmosférico, brasero o paseo, con billete de ida y vuelta. Alguna parada con los vecinos que se han ido encontrando en el trayecto. La tarde desciende apaciblemente hasta la hora del telediario.

El transcurrir de los años ha ido alejando a los abuelos de los cuarteles de estos que hoy, siendo los mismos, cambiaron las rayas por arrugas. Y estas, en lugar de disminuir, aumentan.

Dando un paseo fluye en el silencio de la dehesa entre encinas centenarias, esta reflexión.

¿Para qué llegar tan pronto de dónde no has de volver luego? Espacia el paso y disfruta.  El camino es bello, placentero a los sentidos. Pequeños detalles que a veces pasan desapercibidos.  Macetas en las rejas, el musgo verdinegro en las umbrías, la lagartija al sol, el planear del águila en el cielo, las margaritas en los prados, las caprichosas formas de las piedras, el riachuelo… ¿Para qué llegar tan pronto si la vida es el trayecto y cuando en verdad llegas ya estás muerto?

 

Nuevas tecnologías y aprendizaje

 

Fueron llegando los ordenadores a los centros de enseñanza poco a poco, con pisadas de ratón sobre almohadillas. Los primeros, rudimentarios, con tarjeta de presentación de MS-dos.

Los maestros más veteranos los miraban con recelo.

Mediaba la década de los ochenta. La informática estaba en pañales y los que debíamos de empezar a utilizarla en pelotas. Comenzamos a familiarizarnos con términos desconocidos hasta entonces: sistema operativo, gigas, pixeles…

Organizaban cursos para formar, con premura y falta de criterios claros. Yo asistí a uno en el antiguo CEIRE (Círculos de Estudios e Intercambios para la Renovación Educativa) de Berlanga. Teníamos que aprender a programar. La ignorancia propia de los novatos, unida a un escaso material y a lo enrevesado del contenido terminaron por desanimar a muchos.  No era esa nuestra función ser programadores.

Convocaron proyectos, como el Atenea, restringido a los centros que presentaran solicitud y compromiso de aplicarlo.

Llegó después la expansión con mejoras funcionales. Entonces sí que las ciencias adelantaban que era una barbaridad. Se dotó a las aulas de ordenadores, pizarras digitales, impresoras…

Pero es momento ya de hacer balance, sin negar el indudable adelanto que han supuesto y las ventajas que conllevan las nuevas tecnologías.

Suecia va a revisar y a corregir ciertos aspectos en su utilización. No hay una correspondencia entre su uso y una mejora de los resultados académicos.

Un estudio realizado por la OCDE, ‘Estudiantes, ordenadores y aprendizaje’, pone de manifiesto sus peligros y desviaciones.

Han marginado la escritura a mano, empobrecido el vocabulario, devaluado la reflexión y profundidad en los trabajos, dispersado la atención y la concentración…

Nos señalaron un objetivo y nuestra mirada quedó trabada en el medio que lo facilitaba. Nos deslumbraron las pantallas.

Hay que dosificar y racionalizar su uso.  Abogan por utilizar más el papel, los apuntes a mano, la elaboración personal de los trabajos. Menos pasividad y rincones para vagos.

Los entendidos consideran que en las primeras etapas de la enseñanza, que son fundamentales para asentar las bases sobre la que se construirá el edificio de la formación posterior, no debe generalizarse su uso.  

Aunque lo de la letra con sangre entra está, afortunadamente desterrado, aprender precisa un poco más de implicación, de concentración y esfuerzo.

 

Hay un camino que va de los sentidos al cerebro, de lo concreto a lo abstracto, que es preferible recorrerlo con actividades más elaboradas por nosotros, más personales.

En expresión escrita, la caligrafía, los dictados, las redacciones y los comentarios de textos adaptados a la edad, así como en expresión oral las exposiciones coherentes y razonadas, constituyen el armazón de una buena formación académica.

De aquel maestro que describió Antonio Machado con un libro en la mano mientras los colegiales recitaban “mil veces ciento cien mil, mil veces mil, un millón”, un fósil de ámbar conservado en la carcomida estantería de los recuerdos, quizás haya que rescatar algo que no cambia con las modas.

 

Bloques

El toreo ha tenido en diversas etapas de su historia figuras representativas de estilos diferentes. Cada una con detractores acérrimos y ardientes defensores.  Viene de muy atrás: De ‘Costillares’ y Pedro Romero, de Lagartijo y Frascuelo, de Joselito y Juan Belmonte. Yo conocí en los años sesenta la rivalidad entre los partidarios de Antonio Ordóñez, representante del toreo clásico, y los de Manuel Benítez, ‘El Cordobés’, que rompió cánones con su heterodoxo salto de la rana.

Pasa también con el fútbol. Aunque hay aficionados para todos los clubes, a nivel nacional, y traspasando fronteras locales, el grueso de la afición se decanta por el R. Madrid y el Barça.  Si queremos comprobar el resultado de esta rivalidad, no hay nada más que juntar en un bar a forofos de uno y otro equipo un día de partido.

A nivel político está sucediendo algo parecido. Alrededor de los dos partidos mayoritarios se han formado dos bloques que han polarizado filias y fobias, manifestadas por seguidores y detractores con frecuentes insultos y difamaciones. Basta con asomarse al vomitorio de las redes sociales para comprobarlo.

Como agujeros negros, las formaciones grandes, engullen lo que hay alrededor. Y como se tragan a los que están en sus extremos sufren la indigestión de tan dispar comida, al tiempo que sus imágenes ante los electores se cargan de tonos más intensos, rojos y azules.  

La elección se reduce a dos bloques que, aunque formados por variadas siglas, pueden reducirse a dos: derechas e izquierdas.

Dicen los entendidos que tener muchas posibilidades para escoger puede generar angustia e insatisfacciones. Es lo que llaman la ‘paradoja de la elección’: más libertad, pero más dudas.

Cuando las opciones se reducen a dos, te caldeas menos la cabeza, pero existe el inconveniente de que acentúan la división entre los partidarios de ambas opciones. Hay expresiones populares de esta dicotomía: Lo tomas o lo dejas. Teta o chupe. Bebes o soplas. Conmigo o contra mí.  Monárquico o republicano.  Simplismo elevado al cuadrado.

Demos las gracias por que no ha llegado todavía el que proclame:  Yo o el caos.

Nos quieren llevar por dos grandes cañadas al aprisco, con alambradas a los lados y eliminando las alternativas de las veredas.

 

Mientras no modifiquen la Ley Electoral vigente, y esto no les interesa a los grandes partidos, la representación estará distorsionada. No es justo que una formación con poco más de 390.000 votos saque siete escaños y a otros no les sirvan 600.000 para obtener un diputado. Es solo un ejemplo.

Exigir impunidad y referéndum de autodeterminación a cambio del apoyo a la gobernabilidad, contando con solo siete diputados, no es de recibo. El 1,60% de votantes no puede condicionar al 98,40%. 

Faltan un poco de sentido común y altura de miras. El bien común antes que el propio.

Hasta septiembre, si por bien es y así lo quieren. Ha sido un placer. 

Juan el del kiosco

Años después fue lo del kiosco,

pero esa historia tuvo unos comienzos.

Juan era el sacristán de la parroquia.

Como los estipendios

eran escasos, tuvo

que aguzar el ingenio.

Al edificio de la Acción Católica

acudíamos muchos

para ver la televisión

y se le ocurrió vender vasos

de gaseosas a peseta.

Para el verano adquirió una nevera

que le facilitó Guaditoca,

la que tenía el bar del Sindicato.

Era de esas que se les metía

una barra de hielo dentro

Para empezar aquel negocio,

me lo refirió él,

le pidió un préstamo de cinco duros

a Catalina, que era

la sobrina de don José, el cura.

Más adelante compró un frigorífico.

En el congelador hacía polos

en vasitos con gaseosa

y palillos de los dientes,

que le servían de soporte.

Después amplió la oferta

con helados y el ámbito

se extendió por las calles.

Yo tenía una bicicleta

y en el portamaletas

colocábamos la garapiñera.

Voceando el producto

y haciendo escala en las esquinas

recorríamos todo el pueblo.

A mí, por el servicio,

me invitaba a un helado.

Lo cuento para que se sepa,

para que las pavesas de los años

no cubran su recuerdo.

Y también como homenaje a Juan,

que fue un hombre bueno.

Nuestras casas

Los bloques de pisos son corazones que laten con pulsaciones luminosas desde que empiezan a encenderse las primeras luces en sus habitaciones hasta que se van apagando poco a poco.   Cada punto de luz es un latido. Aunque se perciben desde fuera, solo los que están en su interior saben los motivos por los que se encienden o se apagan.  Marcan las horas de sueño y los desvelos. El llanto de un niño que despierta a los padres, la encarnación del amor o el desasosiego de los que esperan. Tal vez un malestar repentino.  La vida, con sus preocupaciones y esperanzas.

Las viviendas son los refugios en los que nos resguardamos de la intemperie. Lugares donde hallamos descanso y, sin composturas ni poses obligadas, nos relajamos. Los silencios no son incómodos y las palabras fluyen espontáneas, sin cumplidos ni obligación de tener que abrir la boca.

La alegría y la tristeza se manifiestan sin filtros, también los enfados y, desgraciadamente, a veces, la violencia.

De niños corríamos hacia la nuestra cuando nos encontrábamos en apuros, como los animales lo hacen a sus madrigueras si presienten el peligro.

¡Ay los timbres en la madrugada y los aporreos en las puertas a deshoras, cuando no se espera a nadie! Toques de ansiedad cuyos ecos quedan flotando en el silencio de la incertidumbre. ¿Quién será a estas horas?

 En los pueblos las casas han dejado de ser los lugares donde se desarrollaban tres hechos fundamentales: nacer, celebrar los casamientos y velar a los muertos. Vida, amor y muerte. Las tres heridas que escribió Miguel Hernández.

La comadrona y las vecinas ayudaban a dar a luz. Los parientes de ambas ramas preparaban los convites de las bodas. En los duelos se despedía al difunto acompañándolo por última vez.

Cuando la noche estaba en su cresta y los gallos aún no habían movido la suya para picar el alba, quedaban la familia y los vecinos más allegados. Entre cabezadas se fumaba y se charlaba con lagunas de silencio en las que solo se oía el tictac del reloj, marcando la cuenta atrás a la alborada. Alguien, que se asomaba al exterior de vez en cuando, anunciaba el clarear. La luz del día pasaría de largo, por primera vez y para siempre, por las pupilas inertes del difunto.

Lo dijo Pascal. Todas las desdichas vienen por no saber permanecer en casa. Te acuerdas en los apuros.

Una noche borrascosa, con viento y lluvia, regresábamos un grupo de amigos de la discoteca de un pueblo cercano por una carretera poco transitada. Pinchamos una de las ruedas del coche. Casi a tientas, nos pusimos manos a la obra para cambiarla. Uno de los compañeros de expedición, paraguas en mano y de espaldas al ábrego, aliviaba la hinchazón de su vejiga.  Estando en estas, exhaló un suspiro que le salió del alma: “¡Quién estuviera en casa meando para acostarse!”

Empacho

Los solsticios y los equinoccios juegan a la comba con el sol. La eclíptica es la cuerda hecha camino que va de la plenitud de la luz al avance de las sombras. En la noche de san Juan es tradición, entre hechizos y supersticiones, hacer hogueras donde se quema lo viejo al tiempo que se piden deseos para el futuro.

Yo echaría, con ese afán de limpieza y regeneración, como Juan Ramón el corazón al surco, las incoherencias y chirridos del vetusto y oxidado engranaje de ciertas prácticas y costumbres.

Y si no puedo hacerlo, por el riesgo de propagación de incendio que conlleva, buscaré retiro por la escondida senda, como Fray Luis de León, hasta un lugar tranquilo donde no lleguen los ruidos de cáscaras vacías, las imágenes de destrucción y muerte, los derroches ostentosos de ricos sobrevenidos y los olores emanados del lodazal donde hozan manipuladores de verdades sesgadas, que no son sino la voz de sus amos que les pagan para defender sus intereses, crear odios y equivocar conciencias.

Necesitaré una cura de desintoxicación para el empacho de este guiso espeso y grasiento, aliñado con tan heterogéneos y dañinos componentes.

Campañas y pactos post electorales. Las primeras porque prometen lo que al día siguiente olvidan y las segundas por las inescrupulosas tragaderas por donde entran sapos y culebras con tal de tocar los dorados varales del poder.

Presiones de los que sin presentarse a elecciones están siempre presentes. Manos que señalan con guantes de seda y garfios de piratas, encauzando intenciones para llevar el agua a sus molinos.

Vidas regaladas de linajes, que pisan como alfombras los principios de igualdad, capacidad y mérito.

Cotillas sociales, llamados por aquí escusados, y quienes se prestan a vender sus intimidades como saldos de mercadillo.

Oligofrenia de forofos que insultan a otros seres humanos por el color de su piel.

Divulgación de ostentosas fiestas privadas. No porque las celebren, pues en eso cada cual haga de su capa un sayo, sino por la indelicadeza insolente de pregonarlas.

Guerras voceadas y las que se silencian.  Mercenarios y asesinos que quieren hacernos creer que son encomiables patriotas.

Armarios que se llenan o vacían con acompañamiento de animadores y palmeros, debiéndome importar tres pitos quienes entren o salgan.

Disparidad de medios, según se busquen submarinos en el fondo del océano o pateras que se hunden a la vista de las costas.

 Y algunos ingredientes más … Deje reposar unos minutos. Añada picante al gusto y el cólico está listo para ser depuesto.

La canción de los Sirex decía: “Si yo tuviera una escoba, cuántas cosas barrería”.

Pero quiero terminar con pensamientos más elevados y poéticos. La poesía es un arma cargada de futuro (G. Celaya) y quizás sea el mejor fuego para quemar trastos viejos. “Se dicen los poemas/que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados, / piden ser, piden ritmo/piden ley para aquello que sienten excesivo”.

Galgueros

Va el galguero viejo con precavido andar,

vista larga y paso corto,

surco a surco,

palmo a palmo del terreno

con niebla, lluvia o el tibio sol

de las mañanas otoñales.

Salta la liebre, como siempre,

cuando menos se la espera.

A su voz, salen los galgos tras  ella.

Quiebros, recortes, zigzagueos…

por campiñas, dehesas y olivares…

Busca instintivamente el perdedero

entre los juncos que hay en la ribera.

Desde un otero,

la mano en la frente por visera,

el galguero contempla

los lances de la rápida carrera.

(A todos los galgueros y especialmente a Pepe, padre de mi amigo Manuel)

Mayo, despeñado

 

San Isidro era la linde que en estas tierras labrantías dividía al mes de mayo en dos vertientes, una mirando a la primavera y la otra al verano. Las espigas, mecidas por los aires gallegos en un mar de ondulaciones, granaban por este tiempo. Las amapolas, eran el adorno rojo de sus faldas verdes. El clima va alterando lenta, pero inexorablemente, la cadencia de las estaciones. Los tránsitos de unas a otras se solapan con límites difusos. La primavera se adelanta y el verano se prolonga. Un cambalache inestable donde deambulan como zombis los más enraizados refranes, sin saber dónde encajar su experiencia acumulada. Ni marzo fue ventoso ni abril lluvioso. Le quitaron a mayo el lucimiento en la pasarela de los meses. Devino de florido a canoso en un precipitado declive.

Los embajadores de malos presagios fueron preparando este desolador paisaje. Las calimas con sus redes de velos anaranjados y polvorientos viajaron desde el sur en varias y poco habituales ocasiones. Invasión turbia y silenciosa que ha ido tomando posiciones para quitar verdor y sustituirlo por el gris Sahara. Se le conocían incursiones en años anteriores, pero eran más esporádicas y tardías. Reptil sediento que ha arrastrado su vientre escamoso por vegas, valles y cañadas, llevándose humedades y dejando polvo.

Echamos en falta las brisas tibias de otros mayos y el verde que agostó temprano. Envejeció prematuramente de calor y yace escaso de frutos y sobrado de sequedades en mitad del páramo de este año.  No es por falta de santos que lo amparen. Está bien servido, desde la Cruz a san Fernando. En medio, la Virgen con tres pastores.  Y el patrón agricultor rezando mientras le labran la besana dos ángeles custodios. Al frente del santoral cortejo, portando estandarte reivindicativo por concesión de Pío XII, va san José, obrero y artesano.

Echamos de menos el gozo de los sentidos visuales y olfativos que, en otras primaveras más largas, destacaban. Estos días tienen el sabor salobre de la desesperanza.

Llegan de muy lejos, como consuelo en el recuerdo, las voces infantiles ofreciendo a una virgen de sonrisa permanente flores para el dosel y aromas de azahar en la capilla.

De la adolescencia, el pañuelo al cuello de la joven en aquellas romerías por veredas entre verdes trigales. Mariposa que aleteaba en su cara con el tibio céfiro de poniente.

Al chico que canta Sabina le robaron el mes de abril y a nosotros nos han dejado huérfanos de mayo. Lo han despeñado por la vertiente que da al verano.

Hoy viernes es luna llena. La veré levantarse sobre el horizonte, extender su manto, primero amarillento, después plateado, sobre las espigas secas y caminos polvorientos. Quizás canten los grillos. Ranas, pocas. Yo, con ella enfrente, añoraré el tiempo que se nos fue de las manos.

Faltará el rumor del agua sobre el mármol de la fuente del jardín que describió Antonio Machado.

Mentiras

 

 

 

 

 

 

 

Quien haya afirmado que no ha mentido nunca, que vuelva a decirlo y habrá mentido una vez más. De niños, por temor al castigo o espera de recompensa. De adolescentes, por pudor y rubores. De mayores las causas son más complejas, tienen más capas que ocultan intenciones.  Se puede mentir por altruismo o solidaridad para librar a otros de una condena injusta o por desvergonzada estafa. El muestrario de embustes va de la piedad a lo perverso, como los antiguos muestrarios de viajantes de tejidos. Del casi blanco de la inocencia a los que pasan del castaño oscuro.

Hay fingimientos que lubrifican las relaciones sociales. ¿Qué ventajas tiene decir verdades que solo perjudican a quienes van dirigidas y no aprovechan a nadie? Vale más una mentirijilla que anime que una verdad que ofenda. Qué buen aspecto tiene usted o qué bien le sienta el traje, decimos o nos dicen, aunque el deterioro sea evidente y al traje haya que cogerle las sisas.

Lo repudiable es hacer daño intencionadamente para buscar provecho propio abusando de la buena fe.

Abundan los mentirosos que se atribuyen méritos de otros.  Javier Cercás cuenta en su novela, ‘El impostor’, la historia de Enric Marco, que fingió durante años ser una de las víctimas de los campos de concentración nazis.

De másteres y títulos académicos, falsos o regalados, hay surtida colección. Ínfulas de vanidosos que buscan aparentar más de lo que son.

Un recurso habitual de algunos pillos cogidos en el renuncio es alegar que sus palabras fueron sacadas de contexto, cuando leídas o escuchadas de nuevo demuestran la palmaria claridad de su mensaje.

La mentira es intrínsecamente mala para la moral católica.  Por eso tuvo que rebuscar en el cajón de la dialéctica un argumento sibilino que salvara el dilema de situaciones en que se debe decir la verdad, pero no se quiere. Es la restricción o reserva mental. Se omite lo que se supone que debe entender el avispado oyente.  Cuando a alguien le piden dinero y responde que no tiene, el solicitante debe deducir que es para él para quien no dispone.

Un señor de estos lares no quería asistir a una celebración a la que insistentemente lo invitaban. Le ofrecían todo tipo de facilidades para acomodar tal evento a sus obligaciones, de tal manera que lo harían cuando él tuviera disponibilidad. Puso excusas de un viaje que tenía que hacer, de una comida familiar, del cumpleaños de un nieto… Agotados los pretextos y agobiado por la obstinada pesadez del anfitrión, cuando le ofrecieron el jueves de la semana siguiente, que parecía quedar libre en su agenda, alegó que ese día tampoco porque tenía que asistir a un entierro.

Las mentiras van y vienen, como las cigüeñas a los campanarios, como los gitanos a Macondo, como la ‘Milana’ al hombro de Azarías, que sigue inocentemente en el andén, esperando el paso de los trenes.