Nuestras casas

Los bloques de pisos son corazones que laten con pulsaciones luminosas desde que empiezan a encenderse las primeras luces en sus habitaciones hasta que se van apagando poco a poco.   Cada punto de luz es un latido. Aunque se perciben desde fuera, solo los que están en su interior saben los motivos por los que se encienden o se apagan.  Marcan las horas de sueño y los desvelos. El llanto de un niño que despierta a los padres, la encarnación del amor o el desasosiego de los que esperan. Tal vez un malestar repentino.  La vida, con sus preocupaciones y esperanzas.

Las viviendas son los refugios en los que nos resguardamos de la intemperie. Lugares donde hallamos descanso y, sin composturas ni poses obligadas, nos relajamos. Los silencios no son incómodos y las palabras fluyen espontáneas, sin cumplidos ni obligación de tener que abrir la boca.

La alegría y la tristeza se manifiestan sin filtros, también los enfados y, desgraciadamente, a veces, la violencia.

De niños corríamos hacia la nuestra cuando nos encontrábamos en apuros, como los animales lo hacen a sus madrigueras si presienten el peligro.

¡Ay los timbres en la madrugada y los aporreos en las puertas a deshoras, cuando no se espera a nadie! Toques de ansiedad cuyos ecos quedan flotando en el silencio de la incertidumbre. ¿Quién será a estas horas?

 En los pueblos las casas han dejado de ser los lugares donde se desarrollaban tres hechos fundamentales: nacer, celebrar los casamientos y velar a los muertos. Vida, amor y muerte. Las tres heridas que escribió Miguel Hernández.

La comadrona y las vecinas ayudaban a dar a luz. Los parientes de ambas ramas preparaban los convites de las bodas. En los duelos se despedía al difunto acompañándolo por última vez.

Cuando la noche estaba en su cresta y los gallos aún no habían movido la suya para picar el alba, quedaban la familia y los vecinos más allegados. Entre cabezadas se fumaba y se charlaba con lagunas de silencio en las que solo se oía el tictac del reloj, marcando la cuenta atrás a la alborada. Alguien, que se asomaba al exterior de vez en cuando, anunciaba el clarear. La luz del día pasaría de largo, por primera vez y para siempre, por las pupilas inertes del difunto.

Lo dijo Pascal. Todas las desdichas vienen por no saber permanecer en casa. Te acuerdas en los apuros.

Una noche borrascosa, con viento y lluvia, regresábamos un grupo de amigos de la discoteca de un pueblo cercano por una carretera poco transitada. Pinchamos una de las ruedas del coche. Casi a tientas, nos pusimos manos a la obra para cambiarla. Uno de los compañeros de expedición, paraguas en mano y de espaldas al ábrego, aliviaba la hinchazón de su vejiga.  Estando en estas, exhaló un suspiro que le salió del alma: “¡Quién estuviera en casa meando para acostarse!”

Empacho

Los solsticios y los equinoccios juegan a la comba con el sol. La eclíptica es la cuerda hecha camino que va de la plenitud de la luz al avance de las sombras. En la noche de san Juan es tradición, entre hechizos y supersticiones, hacer hogueras donde se quema lo viejo al tiempo que se piden deseos para el futuro.

Yo echaría, con ese afán de limpieza y regeneración, como Juan Ramón el corazón al surco, las incoherencias y chirridos del vetusto y oxidado engranaje de ciertas prácticas y costumbres.

Y si no puedo hacerlo, por el riesgo de propagación de incendio que conlleva, buscaré retiro por la escondida senda, como Fray Luis de León, hasta un lugar tranquilo donde no lleguen los ruidos de cáscaras vacías, las imágenes de destrucción y muerte, los derroches ostentosos de ricos sobrevenidos y los olores emanados del lodazal donde hozan manipuladores de verdades sesgadas, que no son sino la voz de sus amos que les pagan para defender sus intereses, crear odios y equivocar conciencias.

Necesitaré una cura de desintoxicación para el empacho de este guiso espeso y grasiento, aliñado con tan heterogéneos y dañinos componentes.

Campañas y pactos post electorales. Las primeras porque prometen lo que al día siguiente olvidan y las segundas por las inescrupulosas tragaderas por donde entran sapos y culebras con tal de tocar los dorados varales del poder.

Presiones de los que sin presentarse a elecciones están siempre presentes. Manos que señalan con guantes de seda y garfios de piratas, encauzando intenciones para llevar el agua a sus molinos.

Vidas regaladas de linajes, que pisan como alfombras los principios de igualdad, capacidad y mérito.

Cotillas sociales, llamados por aquí escusados, y quienes se prestan a vender sus intimidades como saldos de mercadillo.

Oligofrenia de forofos que insultan a otros seres humanos por el color de su piel.

Divulgación de ostentosas fiestas privadas. No porque las celebren, pues en eso cada cual haga de su capa un sayo, sino por la indelicadeza insolente de pregonarlas.

Guerras voceadas y las que se silencian.  Mercenarios y asesinos que quieren hacernos creer que son encomiables patriotas.

Armarios que se llenan o vacían con acompañamiento de animadores y palmeros, debiéndome importar tres pitos quienes entren o salgan.

Disparidad de medios, según se busquen submarinos en el fondo del océano o pateras que se hunden a la vista de las costas.

 Y algunos ingredientes más … Deje reposar unos minutos. Añada picante al gusto y el cólico está listo para ser depuesto.

La canción de los Sirex decía: “Si yo tuviera una escoba, cuántas cosas barrería”.

Pero quiero terminar con pensamientos más elevados y poéticos. La poesía es un arma cargada de futuro (G. Celaya) y quizás sea el mejor fuego para quemar trastos viejos. “Se dicen los poemas/que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados, / piden ser, piden ritmo/piden ley para aquello que sienten excesivo”.

Ponerse al tanto

Un joven intentaba informar a la persona mayor que se le acercó sobre cómo acceder por internet a su cuenta bancaria. Entre claves, páginas web, app y SMS navegaban los ojos asombrados del solicitante con la escotilla de la boca medio abierta y rascándose la cabeza de vez en cuando. Esto es mucho arroz para un pollo, sentenció, tras naufragar en las procelosas aguas del océano informático.  Tras esto, guardó el teléfono, “miró al soslayo, fuese y no hubo nada”.

Al hilo de este caso, con licencia de don Miguel de Cervantes, me surgieron algunas reflexiones.

No es igual saber mucho de un tema que explicarlo nítidamente. Creo que muchos hemos conocido a profesores que sabían hacerlo muy bien y otros que, sabiendo mucho, fallaban en la comunicación.

Un buen docente enlaza los conocimientos previos que debe tener el alumno con los nuevos, como los sogueros unen los cabos para hacer las sogas.

 

 

 

 

 

 

 

El profesor de matemáticas no debe comenzar exponiendo las unidades del sistema métrico decimal sin que los alumnos sepan antes qué es un sistema y qué significan métrico y decimal.  Conceptos básicos para empezar a levantar el edificio. Si falla la base, se viene abajo.

Conocí a una persona, probablemente existan más casos, que comenzaba las conversaciones por la mitad. Afloraba su discurrir en el punto en que ya lo traía elaborado en su cabeza, creyendo que los demás estaban al tanto.

En la enseñanza es preferible identificar un ángulo entre las paredes de la clase, en las puertas entreabiertas o en un reloj de pared que verlo dibujado en la pizarra.

No conviene memorizar el teorema de Pitágoras recitando como un loro que la hipotenusa al cuadrado de un triángulo rectángulo es igual a la suma de los cuadrados de los catetos si antes no sabemos qué es una hipotenusa, qué son los catetos, que son los cuadrados y para qué sirve todo eso.

Los que han comprendido conceptos o aprendido oficios salvando complicaciones, saben, cuando tienen que enseñarlos a otros, dónde pueden encontrar dificultades.

En el diálogo que mantienen en la zarzuela ‘La verbena de la paloma’ don Hilarión y don Sebastián, este exclama: ‘Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad’. A una velocidad de vértigo lo hacen actualmente las comunicaciones.

En los años cincuenta y sesenta hubo una campaña de alfabetización en España que consiguió reducir la tasa de analfabetos de un 17% en 1950 a un 9% en 1970.

Sería conveniente lanzar otra digital porque los intentos hechos hasta ahora parece que no han sido suficientes.

Cada vez son más los trámites que pueden hacerse por internet. Pedir cita en las ITV, en los Centros de Salud, en la Seguridad Social, en la Agencia Tributaria…Y no digamos en los bancos, sin sucursales en los pueblos pequeños. Muchas personas necesitan la ayuda que les dé acceso a este mundo digital. Vivir al margen ocasiona perjuicios.

Mayo, despeñado

 

San Isidro era la linde que en estas tierras labrantías dividía al mes de mayo en dos vertientes, una mirando a la primavera y la otra al verano. Las espigas, mecidas por los aires gallegos en un mar de ondulaciones, granaban por este tiempo. Las amapolas, eran el adorno rojo de sus faldas verdes. El clima va alterando lenta, pero inexorablemente, la cadencia de las estaciones. Los tránsitos de unas a otras se solapan con límites difusos. La primavera se adelanta y el verano se prolonga. Un cambalache inestable donde deambulan como zombis los más enraizados refranes, sin saber dónde encajar su experiencia acumulada. Ni marzo fue ventoso ni abril lluvioso. Le quitaron a mayo el lucimiento en la pasarela de los meses. Devino de florido a canoso en un precipitado declive.

Los embajadores de malos presagios fueron preparando este desolador paisaje. Las calimas con sus redes de velos anaranjados y polvorientos viajaron desde el sur en varias y poco habituales ocasiones. Invasión turbia y silenciosa que ha ido tomando posiciones para quitar verdor y sustituirlo por el gris Sahara. Se le conocían incursiones en años anteriores, pero eran más esporádicas y tardías. Reptil sediento que ha arrastrado su vientre escamoso por vegas, valles y cañadas, llevándose humedades y dejando polvo.

Echamos en falta las brisas tibias de otros mayos y el verde que agostó temprano. Envejeció prematuramente de calor y yace escaso de frutos y sobrado de sequedades en mitad del páramo de este año.  No es por falta de santos que lo amparen. Está bien servido, desde la Cruz a san Fernando. En medio, la Virgen con tres pastores.  Y el patrón agricultor rezando mientras le labran la besana dos ángeles custodios. Al frente del santoral cortejo, portando estandarte reivindicativo por concesión de Pío XII, va san José, obrero y artesano.

Echamos de menos el gozo de los sentidos visuales y olfativos que, en otras primaveras más largas, destacaban. Estos días tienen el sabor salobre de la desesperanza.

Llegan de muy lejos, como consuelo en el recuerdo, las voces infantiles ofreciendo a una virgen de sonrisa permanente flores para el dosel y aromas de azahar en la capilla.

De la adolescencia, el pañuelo al cuello de la joven en aquellas romerías por veredas entre verdes trigales. Mariposa que aleteaba en su cara con el tibio céfiro de poniente.

Al chico que canta Sabina le robaron el mes de abril y a nosotros nos han dejado huérfanos de mayo. Lo han despeñado por la vertiente que da al verano.

Hoy viernes es luna llena. La veré levantarse sobre el horizonte, extender su manto, primero amarillento, después plateado, sobre las espigas secas y caminos polvorientos. Quizás canten los grillos. Ranas, pocas. Yo, con ella enfrente, añoraré el tiempo que se nos fue de las manos.

Faltará el rumor del agua sobre el mármol de la fuente del jardín que describió Antonio Machado.

El teatro

 

 

 

 

 

Los griegos celebraban fiestas en honor de Dionisio. En ellas se narraban sus supuestas proezas.  Un día a alguien se le ocurrió ponerse en lugar del dios del vino y empezó a hablar y a actuar en su nombre.  Fue el principio del teatro.

En esos comienzos un solo actor representaba a todos los personajes, cambiando la máscara que cubría su rostro cada vez que interpretaba a uno distinto. El coro, bajo la dirección del corifeo, simbolizaba al pueblo.

Poco a poco fue evolucionando y se incorporaron más actores para los distintos papeles.

Esquilo, Sófocles y Eurípides son autores renombrados de tragedias. Aristófanes, de comedias.

También la cultura romana produjo grandes comediógrafos, como Terencio y Plauto.

A las dos formas teatrales básicas, la tragedia y la comedia, se fueron agregando otras con el paso del tiempo y el cambio de las modas y los gustos, sin que el teatro clásico haya perdido vigencia. Dramas, pasos, sainetes, entremeses, autos sacramentales, zarzuelas, óperas…

Las tres unidades básicas de lugar, tiempo y acción que estableció Aristóteles duraron hasta que Lope de Vega las cambió en el siglo XVI. Y de entonces hasta ahora ha habido muchas innovaciones, unas con más fortuna que otras.

No es pretensión de este artículo mencionar a todos los autores que han existido a lo largo de la historia. Pero a William Shakespeare hay que citarlo.

Las grandes pasiones humanas: el amor, el odio, la envidia, los celos, la venganza… subieron a los escenarios de la pluma de este insigne autor inglés.

El extremeño de Torre de Miguel Sesmero, Bartolomé Torres Naharro, el talaverano Diego Sánchez de Badajoz, Lope de Vega, Calderón de la Barca, Fernando de Rojas,  Jacinto Benavente, Federico García Lorca… son algunos de los numerosos autores españoles.

De la profesionalidad de los actores depende que la obra dramática cale en los espectadores y que estos se emocionen, se diviertan y aprendan, hasta el punto de que el público los identifica con los personajes y olvida que sólo son intérpretes.

En muchos de nuestros pueblos existen grupos que conservan la llama viva del teatro, aportando cultura, emociones y diversión, como tiempo atrás lo hicieron Eduardo Ugarte y Federico García Lorca con ‘La Barraca’.  De los actuales, cito a ‘Teatro de Papel’, de Llerena por su calidad y cercanía, sin olvidar a todos los que recorren la geografía extremeña con sus representaciones.

Un día me llevé una agradable sorpresa cuando recibí el siguiente mensaje con motivo de una columna escrita en este periódico, que reproduje en mi blog.  Hablaba del teatro Mari Paqui, que recorrió nuestra región en los años sesenta. Decía así: “Hola. Soy Marisa Lahoz, la Mari del Teatro Mari Paqui. Me ha hecho muchísima ilusión encontrar este blog. Le pasaré el dato a mi hermano. Era Paquito, por eso el nombre de Mary Paqui, por nosotros. Éramos unos niños…”.

El lunes se celebra el día del teatro. Felicidades.

Ojo con el glaucoma

 

 

 

 

 

Ni al enfermo ni a sus familiares les agradaba hablar del mal que aquel padecía. Incluso procuraban ocultarlo, a pesar de que en su cara, que es espejo y ventana, asomara el espectro violáceo de la enfermedad.

Las contagiosas alejaban a amigos y conocidos. La lepra y la tuberculosis fueron dos de las más temidas. Hasta las viviendas de estos enfermos sufrían el estigma años después de haber fallecido sus moradores. Pocos querían comprarlas.

 Había en el fondo de estas actitudes un sentimiento de rechazo en los demás y de culpa en quienes las sufrían.  Al dolor físico se unía el moral.

Lazareto y sanatorio fueron palabras que marcaron indeleblemente las vidas de muchas personas.

La actitud de la sociedad en cuanto a aceptación y comunicación de las enfermedades ha ido cambiando. Los médicos no enmascaran el diagnóstico y algunos personajes conocidos manifiestan públicamente que las padecen. Puede que sea una forma de enfrentarse valientemente a ella con el apoyo anímico de los demás para lograrlo. ¿Qué se consigue ocultando lo que tarde o temprano ha de saberse? Sin pregonar, pero con la naturalidad que exige el sentido común, se habla de dolencias a las que habremos de enfrentarnos cada uno de nosotros porque nadie goza de inmortalidad ni muere con una analítica perfecta.

Por si sirve de ayuda, y aprovechando que el domingo se celebra el día mundial del glaucoma, voy a contar una experiencia personal.

Me lo detectó un veterano oftalmólogo cuando fui a graduarme la vista por la presbicia.  Durante más de treinta años he usado colirios para mantener la presión ocular controlada, pero llegó un momento en que estos dejaron de hacer efecto.

El riesgo de sufrir un ataque de glaucoma agudo, popularmente conocido como dolor del clavo, era muy alto y las consecuencias abocan a la ceguera. La única solución consistía en una intervención quirúrgica.

Acudí a otros profesionales para contrastar. Los diagnósticos y remedios coincidían. En una de estas consultas el oftalmólogo me dijo que esa operación, si hubiera otras posibilidades, no se la recomendaría ni a su padre. Me asustó. No son formas de decirlo, señor galeno. En términos profanos consiste en hacer un drenaje para aliviar la presión que daña al nervio óptico.

Armado de valor me enfrenté a mi crónico miedo hospitalario y decidí someterme a otro tipo de intervención similar, pero no tan agresiva, con un oftalmólogo que me ofreció confianza sin alarmar. En sus manos me puse.

Primero un ojo, que no dio problemas, y después el izquierdo, que sí los dio. Pero, sin entrar en detalles y superado el trance, aquí estoy, aliviado por haber evitado de momento males mayores.

Animo a todos los que han llegado a los cuarenta años a que acudan a un profesional. El acto de medir la presión ocular es indoloro y breve y es la mejor manera de detectar y controlar esta anomalía silenciosa.

Aplausos y abucheos

 

Pygmalion priant Vénus d’animer sa statue, Jean-Baptiste Regnault

Según la mitología griega, Pigmalión esculpió en marfil a una bella mujer a la que llamó Galatea. Consiguió tal perfección y belleza que se enamoró de ella. Rogó a los dioses para que le dieran vida a la escultura.  Afrodita premió su trabajo y atendió su petición otorgando atributos humanos a su obra.

De este relato los exegetas han extraído dos conclusiones. La primera es que las expectativas que tienen unas personas sobre otras influyen en la manera de comportarse estas, positiva o negativamente. Constituye un estímulo saber que los demás esperan de ti que consigas una meta. Un ejemplo clásico es el del maestro que convence a sus alumnos de que son capaces de alcanzar sus objetivos. Quieren hacerse merecedores de la confianza que depositan en ellos y procurarán poner los medios adecuados para no defraudarla. Es el conocido como efecto Pigmalión

La segunda es el efecto Galatea. Creer en nuestras posibilidades y en ser capaces de alcanzar lo que nos proponemos.  Es la autoestima con la que levantamos vuelo y superamos las dificultades.

En sentido negativo conducen al desánimo y a la frustración. No hay frases que destruyan psicológicamente más que las que humillan o desprestigian: ‘No llegarás nunca a ningún sitio’. Un tremendo error que hemos podido cometer alguna vez y que debemos evitar.

Ambos efectos se complementan e interactúan.

 

Merecen reconocimiento y aplauso quienes desempeñan su trabajo con eficiencia y realismo. Pero también puede ocurrir que algunos perciban distorsionado y con interferencias el mensaje y yerren en su interpretación.

Alrededor de los personajes que alcanzan fama y poder hay siempre aduladores que, buscando medro, crean una burbuja que aísla a los halagados de la realidad y acrecientan desproporcionadamente sus egos.

Les ríen las gracias a sus insulsas ocurrencias y les ponen alfombras para ocultarles las piedras del camino. La venda de los halagos y un narcisismo enfermizo los ciega. Tienen que ser muy inteligentes y tener muy claros sus principios para no sucumbir a los encantos de las lisonjas. Los más necios empiezan a creerse superiores e insustituibles y a comportarse arbitrariamente. Cuando se les quiere parar es demasiado tarde.

Los tiranos nacieron en este caldo de cultivo. La democracia, afortunadamente, tiene remedios, mientras no la maleen, para abortar esos engendros.

Un repaso a la historia pasada y reciente nos ofrece numerosos ejemplos:  caudillos, represores con ropajes democráticos, líderes supremos, guías espirituales con la mano extendida señalando el camino a sus pueblos…

 

 

 

 

 

 

 

 

El dictador rumano Nicolae Ceausescu pronunciaba un discurso el 21 de diciembre de 1989 desde el palacio presidencial de Bucarest. No se dio cuenta que las termitas habían carcomido la base de su pedestal y saludaba a la multitud creyendo que lo aclamaban. No eran aplausos, sino abucheos. Cuando le avisaron ya era tarde. El oficial del ejército que lo acompañaba lo despertó del sueño. “Señor presidente, hay una revolución aquí fuera. Usted está solo. ¡Buena suerte!”.

Viaje al Imperio Romano

 

He terminado de leer el libro de Tomás Martín Tamayo, ‘Díptico romano’, de amena lectura e instructivo y aclaratorio contenido. La sencillez en la exposición y la profundidad de los contenidos no están reñidas. Son dos novelas en un tomo: ‘La amargura de Tiberio’ y ‘El enigma de Poncio Pilato’. No soy crítico literario.  Solo pretendo expresar las impresiones que como lector me ha producido.

En lo primero que pienso es en la cantidad de horas que ha debido dedicar el autor a buscar información de hechos y protagonistas. La bibliografía consultada y los datos históricos aportados, son muestras de ello.

Un preciso vocabulario y un lenguaje fluido y atrayente van introduciendo al lector en la trama y acrecentando su interés para continuar sin dilaciones la lectura donde se dejó la noche anterior.

La gran cantidad de protagonistas me hizo pensar al principio en confeccionar un esquema con los nombres, tal como me convino con ‘Cien años de soledad’, de García Márquez. Los romanos añadían los de los antepasados y a veces te pierdes. No ha hecho falta. La edición consta de apéndices donde se detalla la genealogía y se sitúan los lugares más sobresalientes.

Al emperador Tiberio podrían clonarlo con la semblanza y descripción, física y psicológica, que de él hace en la obra.

Poncio Pilato, del que la mayoría solamente sabemos que se lavó las manos intentando eximirse de culpa por la crucifixión de Jesús, es una figura insuficientemente conocida. Al terminar la lectura, la opinión superficial y sesgada que yo tenía de él, ha cambiado al conocer el ambiente hostil de propios y extraños en que tuvo que ejercer sus funciones.

Como técnica narrativa Tomás se hace pasar por un sirviente anónimo del emperador y por un secretario de ficción de la prefectura, muy próximos a los dos protagonistas principales.

La lucha por el poder, queda perfectamente reflejada.  Los juegos de tronos se repiten a lo largo de la historia. En Roma, las traiciones, las espadas y el veneno despejaban el camino hacia la cúspide del imperio.

Con su lectura he quitado polvo al olvido. He sacado brillo a aquellas lecturas de mis tiempos de estudiante y puesto luz en zonas de penumbra.

Si Tomás se ha metido en la piel de personajes cercanos a Tiberio y Poncio Pilato para escribir la obra, el lector se introduce en ella, como en la serie televisiva, ‘El túnel del tiempo’, para ser un testigo privilegiado de acontecimientos que tanta trascendencia tuvieron en el devenir histórico de occidente.

Bien merecerían una película o una serie estas novelas.

Tan concentrado he estado en su lectura que un día pensé que las voces que me daban desde la parte de arriba de mi casa procedían del Monte Palatino. Pero no, me avisaban de que hasta allí llegaba el olor a quemado. Eran las lentejas, de las que me encargaron el cuidado de su cocción.

Bandera tricolor

 

De vez en cuando vuelvo a la casa de mis padres. De seis moradores que tuvo solo queda uno. Recorro sus habitaciones, patios y corrales y de cada rincón surgen recuerdos de las vivencias que conformaron mi infancia y juventud.

De los maderos de la cocina colgaban en esta época del año salchichones, chorizos y morcillas, agrupados por colores: rojos, grises y negros que el pimentón, la pimienta y la sangre les conferían. Una bandera tricolor que no necesitaba ningún himno para elevar la moral y poner las glándulas salivares a pleno rendimiento.

En las varas, sujetas del techo con tomizas, se oreaban la carne y los huesos adobados. En el suelo yacían, blancas y saladas, las dos hojas de tocino. El jamón también, con sal gorda y peso encima para que expulsara la sangre que pudiera quedar en su interior. Los colocaban sobre aulagas, traídas del campo sin cultivar, donde la liebre encama y el viento aguza silbos. Las traían en haces con los asnos para tostar al cerdo y servir de aislante.  A los veintiún días, como la incubación de los huevos de gallina, los colgaban para que se curaran con el aire fresco y seco. A la humedad se la combatía con candelas de llama para ahuyentar el silencioso poso del moho. ¡Cuánta gente se juntaba en las matanzas! Me embelesaba con las conversaciones que mantenían.

Aprendí algunos nombres de las partes del cerdo, según el matancero las iba extrayendo y yo, con mi curiosidad infantil, le preguntaba. El que más me asombró fue el de alma. Yo la asociaba al espíritu y, por tanto, la creía invisible. Pero no. Se hallaba en un lugar recóndito de su interior con forma de huso. Como había escuchado que si quieres ver tu cuerpo mata un puerco, aquel súbito descubrimiento hizo que intentara averiguar dónde se hallaba semejante pieza en el mío y si su color habría ido tornando a castaño oscuro a causa de mis pecados.

Otra denominación que atrajo mi atención fue el velo. Gráfica y acertada por su forma de red granulosa.

Desde entonces hasta ahora se han ido incorporando nuevas designaciones a piezas que entonces ni los matanceros habían bautizado todavía: lagartos, plumas, secretos, abanicos…

 

 

 

 

 

¡Qué diferencia de este con aquellos inviernos! He subido al doblado.  Ahora, solitario y frío, me ha producido tristeza. En un rincón están los lebrillos, las artesas, las varas y la máquina ELMA que se utilizaba para triturar la carne y llenar las tripas con la chacina. Esperan, como el arpa en la rima de Bécquer, las manos que nunca han de volver.

Imitando al inigualable don Francisco de Quevedo, he intentado expresar con los versos siguientes la decadencia de las matanzas caseras.

Entré en mi casa: vi que los maderos/conservaban las puntas solitarias/donde en tiempos colgaban las chacinas. /Añoré de sus usos, los pucheros/y sentí que costumbres centenarias/hayan abandonado las cocinas.

Casi nada es permanente

Lo que en cierta ocasión fue calificado de inmutable, devino con el tiempo en pasajero.  “No se engañe nadie, no/pensando que ha de durar/ lo que espera/más que duró lo que vio/pues que todo ha de pasar/por tal manera”, (Jorge Manrique).  El ‘Titanic’, insumergible, yace en el fondo del océano. Los principios fundamentales del Movimiento, permanentes e inalterables por naturaleza, fueron derogados.

El filósofo griego Heráclito puso como paradigma al río para plasmar el continuo fluir de la existencia. Ni el que se baña en él ni el agua son los mismos la siguiente vez. Joaquín Sabina en ‘Peces de ciudad’ busca a un amor adolescente y encuentra a una mujer casada que ya no se acuerda de él.

Más cruel, lo del tango: “Volvió una noche, nunca la olvido, con la mirada triste y sin luz, y tuve miedo de aquel espectro que fue locura en mi juventud…” “Había en mi frente tantos inviernos que también ella tuvo piedad”.

Una pareja, que vivió una historia de amor en el pasado, se citó una tarde en la cafetería donde se conocieron después de muchos años sin verse. Acudieron nerviosos y con curiosidad al reencuentro. Llegó primero ella y entretuvo la espera mirando escaparates.  De pronto, vislumbró el reflejo de un hombre en la luna de uno de ellos. Dudaba si la imagen tan deteriorada podía corresponder al joven que la encandiló. Lo era y estaba detrás, a escasos metros. Cada uno pensó que el otro no lo había reconocido.  No se dijeron nada y volvieron a sus casas.  Esa noche se disculparon por teléfono alegando excusas para justificar sus ausencias.

 Hace años producía mucho rechazo social el amancebamiento y tener hijos sin estar casados.  Guardianes de la moral ajena los lapidaban con palabras y arañaban con miradas. ¡Puras y castas hasta el altar!  Algunos tuvieron que poner tierra por medio para librarse de la presión y la marginación que sufrían.

Cuando alguien ennoviaba se decía que fulanito salía con fulanita.  Hoy no salen. Entran directamente al tálamo, eludiendo zaguán y petición de mano. Un día cualquiera te enteras de que conviven, sin más ceremonial ni vicaría. Hasta el lenguaje ha perdido contundencia y lo de rejuntarse va dejando el redoble del prefijo que alertaba del pecado.

Cuando pasan unos años, si les conviene, cursan invitación de boda a parientes y amistades.  Lo que fue deshonra y descrédito, aparejada con marginación social, hoy escandaliza a pocos.  A nadie debe importar la vida íntima de los demás.

Todo cambia, todo fluye. Quizás los más reacios a la evolución sean quienes padecen la irrefrenable tendencia a prometer y no cumplir. Los burlados periódicamente acuden al lugar donde los engañaron. Recelosos al principio, entran después como perdiz en mayo a dar vueltas a los atriles ante los reclamos de buche de los oradores. Les prometen lo de ayer para lo mismo prometer mañana, sin cumplirlo.