El pan
(Cartas en el periódico HOY 14-11-2014)
Desde la maldición bíblica que nos condenó al hombre y a la mujer, aunque aún no existía la costumbre de diferenciar masculino y femenino ni la grafía @ para unir los géneros, a comer el pan con el sudor de nuestra frente, hasta nuestros días, este alimento ha sufrido desde las más encendidas alabanzas hasta los más hirientes menosprecios y acusaciones de culpabilidad de obesidades.
Inalcanzable para muchas familias en tiempos de penurias, cuando costaba más un pan que una jornada de trabajo. Tiempos hubo en que se le daba un beso reverencial y agradecido si caía al suelo o se dejaba en una ventana para que otro lo aprovechara.
Formó parte de la niñez de los que hoy peinamos canas, acompañando con queso o chocolate, aceite y azúcar la merienda en las tardes de nuestra infancia. Era el rey de la mesa que los padres partían y repartían a todos los comensales.
Después lo degeneraron en forma de barras con vocación de chicle y prisas de ejecutivo. Tan poco se tarda en hacerlas como en convertirse en gomas elásticas.
Ahora vuelven a ponerlo de moda en las llamadas boutiques del pan, a vestirlo de pijo en tiendas exclusivas, acicalado con aditamentos y relleno de pasas, nueces o hierbas aromáticas.Bien para los que les guste, pero el pan no necesita tanto para estar bueno, sólo buenas materias primas maduradas al sol y a los aires morenos de nuestra tierra y tiempo adecuado de cocción en el horno.
El rebusco, en el horizonte.
(Carta en el periódico HOY 27-10-2014)
Los pómulos prominentes eran colinas donde anidaba el hambre y en las cuencas profundas de los ojos había ansiedad y miedo. En la posguerra y muchos años después hubo quien tuvo que agarrarse a la vida en las cáscaras de los deshechos. Frágiles y escasas briznas para no morir mirando al cielo a la espera de milagros que nunca llegaban.
Costaba más un pan que un jornal de sol a sol. Mientras unos se enriquecían con el estraperlo, otros construían artesanales hornos en tinajas para elaborar panes caseros.
El rebusco, con permiso de los dueños, era una solución estacional que aliviaba estrecheces. Por esta zona de olivar y cereales los asideros para no perder el carro de la vida, del que muchos tempranamente se apearon, fueron espigas caídas al suelo en el bregar de la hoz del jornalero y aceitunas de terroso aceite, perdidas en las grietas del barbecho, unas gotas para mojar en los exangües calderos.
Las circunstancias, afortunadamente, no son las mismas, pero la penuria enseña sus orejas negras a muchas familias.. No estaría de más que se regulara esta actividad con la aquiescencia de todos los que estén interesados, evitando los abusos de los pícaros.
Licencia para vivir.
Fotografía de Marga Durán.
(Carta en el periódico HOY 26-9-2014)
Por este tiempo de primeros de otoño, si la lluvia y el tempero acompañan, salen por los ejidos de nuestros pueblos y en los posíos de las fincas donde pastan las ovejas los delicados y efímeros hongos, blancos por fuera y rosas en su micelio.
Asados con sólo con un poco de sal constituyen un bocado exquisito. De siempre hemos salido a por ellos niños y mayores.
He barruntado que hay un proyecto por el que quieren implantar una licencia para poder recoger setas. Arguyen que el fin es regular esta actividad. No sé si es el medio adecuado para conseguirlo, pero sí que es seguro para recaudar dinero si cobran por ello.
La próxima regulación pueden ser los espárragos y las siguientes poner tasas por mirar la luna, por contemplar un arco iris o por el desgaste que los senderistas hacen de los atajos y senderos. Hay que pagar por todo, hasta por el chubasco que te sorprende en campo abierto entre jaras y brezos. ¡Ah, y por el aroma que desprende el campo con las primeras lluvias, que eso sí que vale y hasta ahora no tenía precio.
Retratistas
Mi hermana y yo con Guaditoca en la feria de Ahillones
El retratista llegaba al pueblo con el trípode, la cámara de fuelle y la cubita colgada en un lateral para lavar y aclarar las fotos. En la feria se ponía frente a la fachada del ayuntamiento y allí colocaba un tapiz de fondo con grabados de exóticos lugares. Acudían los padres con sus hijos lavados y repeinados y los novios de acaramelada expresión para hacerse la instantánea, que no era tal, pues los preparativos y acabados llevaban su tiempo. Disponía también el profesional de un peine para dar los últimos retoques al cabello por si era menester a causa del viento o a que algún roce lo hubiese desordenado. Después de colocar a los clientes en el sitio adecuado, empezaba a maniobrar en la máquina, mano por aquí, mirada al interior por allá, y cuando todo estaba listo metía la cabeza debajo de un trapo negro para accionar el mecanismo que perpetuara por los años de los años el instante supremo. El fotografiado tenía que recomponer posición y sonrisa, pues dado el tiempo transcurrido desde que lo ubicó allí el artista la expresión se le había mustiado como una flor en un vaso vacío. Los niños salíamos casi todos con cara de expectación y asombro, buscando el pajarito que surgiría en cualquier momento de la mano mágica del retratista.
Entonces hacerse una foto tenía su ceremonial y sus poses. Los niños el día de su primera comunión con sus libritos de nácar, sus rosarios y sus trajes de marinero. Todo ello después de muchos retoques, de mirarse en el espejo y de que el fotógrafo te cogiese varias veces por la barbilla para rectificar la posición.
Ahora vas a cualquier celebración y cuando te das cuenta estás rodeado de cámaras digitales y móviles que disparan a discreción en todas direcciones. Al instante te suben a las redes sociales donde tus parientes y amigos en cualquier lugar del mundo se enterarán de tus andanzas festeras. Y qué decir del “selfie”, ese enroque de la cámara y el fotógrafo, que convierte a éste en desertor de su puesto de centinela, dejando al objetivo de la máquina al albur de la buena puntería del brazo extendido…
Funcionarios.
(Carta en el periódico HOY 3-8-2014)
Una administración excesivamente reglamentista, lenta e ineficaz fue retratada en el siglo XIX magistralmente por Mariano José de Larra en su artículo “Vuelva usted mañana”.
Posteriormente, en los años de la dictadura, apareció un tipo de funcionario que asumió en su fuero interno el papel de criba y vigía de la pureza ideológica de aquellos que fueron en su día inmutables principios fundamentales. El acceso a la oficialidad documental se conseguía con un depurado papeleo a través de las angostas ventanillas tras las cuales estaba con bigotillo al uso y cara de póquer el meticuloso oficinista que con golpes contundentes sellaba papeles y otorgaba el visto bueno después de haber cumplimentado el sufrido ciudadano la instancia y demás documentos adjuntos con las más variadas pólizas y timbres móviles.
La sombra de esta rémora de desesperante burocracia y trato a veces denigrante se ha extendido durante años por las administraciones públicas, afortunadamente ya en claro retroceso por las garantías constitucionales y administrativas de la democracia, aunque queden vicios, no extinguidos totalmente, de hábitos displicentes en escasos reductos de la maquinaria.
Viene lo anterior a colación por un reconocimiento que quiero hacer a todos los empleados públicos que ejercen sus funciones con eficacia y además ponen de su parte un plus de cordialidad, que, aunque no está entre sus obligaciones, hace más fácil y agradable las a veces liosas gestiones burocráticas.
Personifico este reconocimiento en Carmen, administrativa de la Facultad de Filosofía y Letras de Cáceres a la que sólo conozco por haber acompañado a mi hija a cumplimentar los trámites de matriculación. Ella, quizás, ni sepa quién soy, pero que nos ha atendido por segundo año consecutivo con eficiencia y un trato humano exquisito. Muchas gracias.
Pasatiempos de vacaciones.
(Carta en el periódico HOY 25-7-2014)
El tiempo de vacaciones se presta a lijar las crestas de los altibajos, a hacer más plano el discurrir de las horas.
Su transcurso se llena de plácidas ondulaciones, como leves dunas de arena cerca de la playa. En este nirvana existencial sobrevuelo con una vista distante las noticias de periódico y examino, por eso de hacer más agradable la espera, algunas de sus secciones.
Recomiendan los que entienden de refrescar memorias y mantener alerta el sistema neuronal hacer crucigramas y sudokus y a ello me presto con afán preventivo y temeroso de que lo de meter el azucarero en el frigorífico que me ocurrió días atrás no vaya a más y sea sólo un despiste pasajero.
Encuentro un pasatiempo que por desconocido llama mi atención y al intentar resolverlo se derrumba de golpe toda esperanza de que mis deterioradas células neuronales recobren algo de la perdida viveza de que gozaron años atrás. Se llama el referido entretenimiento que ha dado al traste con mis ilusiones de retrasar la decrepitud, “Deducciones” y consiste en que a partir de unas palabras dadas tienes que averiguar una nueva con los datos de que unas de sus letras se repiten y algunas de ellas en el mismo lugar, lo que se indica con números al lado de cada palabra en dos columnas.
Desisto de momento y echo de menos lo bien que estaría yo ahora cerca de la rubia espumosa y refrescante, pero no me resigno y releo las instrucciones para resolver el acertijo. Las columnas se me vuelven filas y los números gatean del suelo hasta el bajante.
Aquellos jeroglíficos egipcios escritos en arcilla me parecen más sencillos. Hay que aceptar la realidad de la irremisible decadencia, pero por asirme a la postrera esperanza de que el error también pueda estar en quién redacta las instrucciones del invento es por lo que escribo. Por favor sáquenme de la duda y díganme si esto tiene cura, lo mío y lo del redactor. Por ir, si no, reservando plaza en el Imserso
El amor y los candados.
“El amor nace del deseo repentino de hacer eterno lo pasajero”, escribió don Ramón Gómez de la Serna, y se suele testimoniar cuando está en su cenit con regalos y símbolos para que quede constancia de que Cupido unió dos corazones con las flechas de su aljaba
Pero el dios del amor lleva los ojos vendados y no asegura la permanencia de la pasión. Llega el desamor y los regalos se tornan huéspedes incómodos. Unos se tiran: “el clavel que me diste lo tiré al pozo…” y de otros se pide su devolución: “devuélveme el rosario de mi madre…”
“Es tan corto el amor y tan largo el olvido”, (Pablo Neruda). Tan corto que algunos símbolos de la promesa ya caduca perduran más, como el tatuaje en la piel o el candado atado a un puente. Son como las estrellas que vemos brillar mucho tiempo después de haberse apagado.
Quevedo pudo ser el precursor involuntario de esta moda: “el amor es una libertad encarcelada”, porque el amor, liviano de peso y tornadizo, sólo encarcela mientras dura. Lo que queda preso es el símbolo del juramento o la promesa.
En lugar tan romántico como el Pont des Arts sobre el Sena parisiense el peso de los candados puede tumbar sus barandillas. Si no hubiesen tirado las llaves al fondo del río, seguro que el peso sería más soportable.
Otro derroche.
(Carta en el periódico HOY 9-5-2014)
En mi pueblo había un albañil de limitados recursos técnicos que era contratado por los vecinos para pequeños arreglos y desconchones.
Refería y se quejaba en charlas con los amigos a la hora del “fondo” (esa con vino y viandas compartidos) de los pocos maestros de albañilería que quedaban en el pueblo, incluyéndose él entre ellos, por supuesto.
Alguna vez la obra exigía más destreza y oficio que los que su bagaje profesional abarcaba. Su picardía intentaba solventar estos gajes de manera más o menos acertada.
Un caso concreto que refiere la memoria popular fue cuando terminada una pared de dimensiones que sobrepasaban el acervo de sus conocimientos, llegó la hora de decírselo al dueño de la casa para cobrar. Pero a la pared, en el momento que se alejaba de ella, le entraba un tembleque que hacía peligrar su verticalidad. Así que le dijo al peón: “Sujeta la pared que yo voy a hablar con el dueño y mientras esté aquí con él no te desvíes”. Así se hizo, pero no habían traspuesto la primera esquina de la calle cuando la las leyes de la gravedad y equilibrio hicieron que ladrillos y mezcla fresca encontraran acomodo en el suelo.
El tramo más costoso del AVE, los túneles de Pajares, sigue sin ser abierto al tránsito ferroviario después de terminadas las obras. Las distintas administraciones se echan recíprocamente las culpas y los técnicos, a los que se les supone elevada cualificación, no habían previsto la magnitud del desaguisado.
El dueño, que es el Estado a través de Adif, y por consiguiente todos nosotros, no hemos llegado a ver, salvo alguna primera piedra electoralista, inaugurado el trayecto. El tramo sufre deslizamientos y filtraciones. El coste se ha triplicado desde el inicialmente previsto hasta los 3.200 millones de euros, la minucia de 60 millones de euros por kilómetro. De forma colateral, después de perforar veinte acuíferos, la obra ha originado un trasvase oculto de agua de León a Asturias de 300 litros por segundo, que maldita la gracia que les hace a los ganaderos del norte de León.
El albañil de mi pueblo no le echaba al peón la culpa de su impericia, pero ignoro qué solución hubiese hallado para disimular las filtraciones mientras iba a cobrar.
Al grano.